Sola o muy bien acompañada?
Escribiendo y leyendo sobre viajes, soledad, aventuras y autoconocimiento
Escribo esta newsletter desde Austin, Texas. La capital del “estado de la estrella solitaria”. ¡Fantástico!
Llegué hace exactamente una semana y estaré aquí otras tres. Sí, un mes entero. Sí, bastante tiempo. O al menos así lo siento; otras personas dirían “un mes no es nada, nena! A mí me parece una eternidad.
No me malinterpretes: me encanta viajar. Cualquier oportunidad de subirme a un avión siempre ha sido bienvenida para mí. Conocer nuevos lugares y culturas me fascina y ya he tenido el privilegio de visitar varios lugares copados. Austin es uno más de ellos, una ciudad llena de cosas para hacer, gente agradable, buena comida y un clima muy aceptable (hace frío en esta época del año, pero al menos no nieva ja!). Estoy feliz y agradecida de estar aquí, explorando y aprendiendo más sobre este nuevo destino.
Aun así, no puedo evitar echar de menos las cosas familiares, mi vida cotidiana cuando estoy en casa y, sobre todo, las personas que me acompañan. Me hacen falta objetos, costumbres, rostros. Más que nada, echo de menos a quienes me rodean y con quienes me siento segura y querida. Porque esto no te lo he dicho antes, pero hago este viaje completamente sola.
Otra cosa que me asusta es precisamente eso, estar sola tanto tiempo. Confiar sólo en mí misma como compañía. Creo que soy una compañía bastante aceptable — o al menos amigues y familia nunca se han quejado jeje 😜 Pero me parece un poco raro mirarme al espejo y decir “sí, solo estamos tú y yo, baby”.
Mi malestar antes de embarcar venía de preguntarme si todo este tiempo a solas me haría pensar en cosas negativas o tristes. O si acabaría aburrida o cansada de estar tanto tiempo sola. Bueno, al menos por ahora no he tenido ninguna crisis de llantos ni ataques de ansiedad. Tuve algunas noches complicadas para dormir porque, por supuesto, justo cuando estoy sola me vienen todos esos recuerdos de películas de terror y podcasts de true crime, jaja! Pero en general estoy descubriendo que puedo vivir bien conmigo misma. Con un poco de nostalgia en el pecho, sí. Pero serena de saber que puedo con este desafío y que incluso disfruto de tener tanto tiempo solo para mí.
Ya he creado una rutina. Preparo mi desayuno, tengo mi rinconcito para trabajar. Salgo todos los días, ya sé cómo moverme, qué ropa ponerme. Puedo comer fuera o hacer una cena tranqui aquí en casa, igual que elijo cuándo quiero salir a pasear y cuándo quedarme en el sofá tomando mate y viendo Naked & Afraid en la tele del Airbnb. Cuando llega la noche, hago mi ritual de skin care, una pequeña oración y ya está! Hora de dormir. Han sido días muy movidos, pero también de paz a su manera.
Mi miedo a la soledad quizá venga de una tendencia egocéntrica a pensar que soy tan dramática y compleja como los personajes de las novelas que me encanta leer. Durante estos días de soledad he ido descubriendo que soy una persona sencilla y práctica y que con los años he aprendido a conocerme mejor. Sé lo que me gusta y lo que no. Conozco mis propósitos, mis valores, mis pasiones. Sé cómo funciono.
Así que intento respetar mis gustos y deseos, y también mi tiempo. Tengo todo un mes para conocer la ciudad, no hay por qué apurarme. Me lo tomo con calma, respiro hondo e intento disfrutar de cada momento. Carpe diem y todas esas cosas. Clichés reales.
Así como así, ya ha pasado una semana. Quizá cuando llegue al final de esta aventura, mire atrás y piense “sí, no ha sido tanto tiempo…”. Y quizá vuelva tan satisfecha de mí misma por haber vivido esta experiencia que esté más dispuesta a repetir un viaje en solitario. Porque si hay algo valioso que estoy aprendiendo es lo importante que es sentirte a gusto en tu propia piel.
