El triunfo de los hombres corrientes

Andrés P. Mohorte
Yugoslavia.
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3 min readDec 25, 2016

De 2014.

Arrodillado frente a casi cien mil espectadores, posiblemente llorando, extenuado tras noventa minutos de emocionante derroche físico, raramente podría Gabriel Luis Fernández Arenas recordar sus años al filo del abismo, con un ojo en Segunda División, otro en los pagos pendientes y un tercero en el incierto futuro de cesión en cesión. Su imagen rendida, frente a la de Raúl García Escudero en idéntica postura y, quién sabe, a través de la misma miriada de pensamientos, resumía el triunfo del Atlético de Madrid sobre todos los demás: el equipo que vino de la nada, o más concretamente, el equipo que vino del subsuelo para hacer de su reinado el imperio de los hombres corrientes. Su victoria representa la misma victoria de Brian Clough y el Nottingham Forest, de Bill Shankly y el Liverpool, de Karagounis y Grecia. Es el triunfo de todos nosotros porque todos somos hombres corrientes. Quizá de ahí surja la emoción chispeante de cada choque y cada carrera. Quizá de ahí su sino atemporal.

Es cierto que Simeone ha enjugado las virtudes típicamente mundanas del futbolista español medio con hombres de la talla de Arda Turan, Diego Costa, David Villa o Diego. Por ahí se escapa el relato, pero no tanto: quienes sostuvieron al Atlético de Madrid en su turbulenta visita a Stamford Bridge bien fueron Juan Francisco Torres Belén y Jorge Resurrección Merodio. Hay algo redentor para todos aquellos desencantados con el fútbol moderno en que un grupo de futbolistas cuyos nombres andan a mitad de camino entre lo aburrido y lo estereotipado haya logrado prevalecer en la larga competición frente al poder industrial del Fútbol Club Barcelona y el Real Madrid. De sus apellidos corrientes se pasa a su trayectoria por los fondos de la Primera División: Raúl García había sufrido el destierro previo a su regreso iluminado; Juanfran apareció en Madrid otra vez rebotado de la cantera del Real tras vivir en Pamplona muchos años; Gabi, tres años atrás, levantaba el triunfo de la salvación en Zaragoza.

Quizá Koke escape a esta idea, pero no cuesta imaginarle a él varios años atrás penando por el ancestral destino adverso del Atlético de Madrid, agazapado su talento por el camino errante de su propio club. De su explosión junto a un elenco de futbolistas venidos de la nada más pura, de la vida real al otro lado de la pantalla, debería hablar sin lugar a dudas la Historia del Fútbol, en palabras de hierro oxidado, tanto como sus pasados. Del Atlético de Madrid de Gabi y Koke, de Juanfran, Raúl García y Mario Suárez Mata. De una epopeya que encuentra su inicio en los retales descosidos que Diego Pablo Simeone recogió hace ya tres años y sobre los que decidió edificar una Copa del Rey, una Europa League, una Liga y, quién sabe, una Copa de Europa. Y de la que nadie más sino nuestros antihéroes, nuestros antagonistas esculpidos durante más de una década a base de golpes, barro y efímeras alegrías en el último segundo tras una temporada de horrores y decepciones, es responsable. La magia incandescente de ir al suelo. Del balón parado. Del fútbol torcido, emotivo. De la pugna aérea. Del obstinado Gabi, corriendo hasta desfallecer, en pleno Camp Nou, ante cien mil espectadores, campeón de Liga. Campeón.

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