La marca imborrable

Gabriel Yaque
ZAGAFÚTBOL
Published in
5 min readSep 13, 2018

Roberto Baggio, un poeta del gol con la maldición de un penal errado

Por Federico Abal

A veces un mal recuerdo puede opacar todas las alegrías que uno ha tenido, y este puede ser el ejemplo de Roberto Baggio. Todos los que tienen más de 30 años recuerdan la escena claramente: rostro serio, con la mirada fija hacia la pelota, y una breve ojeada al arquero. Está terminantemente prohibido errar, toda Italia tiene depositada su alegría en este jugador. Se acomoda para pegarle, pasos firmes, patea y… la pelota se va por encima del travesaño. Brasil campeón del mundial de Estados Unidos 1994. Roberto queda totalmente aniquilado y con ganas de que la tierra lo trague, literalmente. Nadie merecía más que Baggio, esa copa del mundo, pero, como se dice, son cosas del fútbol.

En su autobiografía Una puerta en el cielo, il Divino Codino, apodo que mereció por la cola de caballo que acostumbraba lucir, cuenta con lujo de detalles la razón de haber pateado aquel penal al medio y la pesadilla que vivió desde el momento en el que vio cómo su tiro se iba por encima del marco de Taffarel.

He fallado pocos penales, pero cuando los fallaba me los paraban, no se iban a las nubes”

“Cuando fui hacia el punto penal estaba todo lo lúcido que se puede estar en esos momentos. Sabía que Taffarel se tiraba siempre, por eso decidí tirarlo al medio, a media altura, justo para que no pudiera despejarlo con los pies. Era una elección inteligente. Sin embargo, la pelota, no sé cómo, se elevó tres metros y se fue arriba. He fallado pocos penales, pero cuando los fallaba me los paraban, no se iban a las nubes”, relató.

HISTORIAS

“Los brasileños dicen que fue Ayrton Senna desde el cielo el que elevó la pelota. Quién sabe. Siempre he dicho que los penales los erran los que tienen el coraje de tirarlos. Aquel lo erré. Fue el momento más duro de mi carrera, me condicionó durante años. Todavía sueño con él. […] Fue duro salir de aquella pesadilla. Si pudiera borrar una imagen de mi vida deportiva sería aquella. Ese recuerdo se me ha quedado grabado”, agregó.

Pero se podría decir que este suceso del penal fue su segundo gran trauma. El primero de ellos fue en 1990, cuando vivió una transferencia forzada del club de su consagración, Fiorentina, al todopoderoso Juventus. Baggio se vio obligado a abandonar la ciudad de Florencia, y sus admiradores provocaron graves disturbios en las calles y avenidas, con un saldo de 50 heridos. Sí, il Codino era un semidiós en la Fiore.

Cuando jugó su primer partido como bianconero contra la Fiorentina, Baggio se negó a tirar un penal, declarando: “Me he entrenado mucho con Mareggini (arquero y excompañero) y sabe muy bien cómo tiro los penales”.

En 1993, Baggio logró la Copa de la UEFA con la Juventus, ganando también ese año el FIFA World Player y el Balón de Oro. Ya en 1995, conquistó su primer y único scudetto como Juventino y, por si fuera poco, también la Copa de Italia.

Ese mismos año fichó por el Milan, donde lo esperaba Fabio Capello. Con el entrenador tuvo grandes diferencias y luego de dos temporadas con altibajos — que, sin embargo, no le impidieron sumar otro scudetto — quedó libre.

Con el Mundial de Francia 1998 entre ceja y ceja, Baggio aceptó la oferta del Bologna. A los 30 años, y contra todos los pronósticos, pudo evitar el descenso sellando su mejor temporada en la Serie A, que le valió ganarse un lugar en la lista del DT italiano de aquellos tiempos, Cesare Maldini.

En la Copa del Mundo marcó dos goles y se transformó así en el primer futbolista italiano en anotar en tres mundiales diferentes.

El Inter, al ver que Baggio conservaba aún su magia, lo fichó por dos temporadas. Baggio siempre entendió esta “jugada” como una pésima decisión en su carrera, ya que fue sacado de la titularidad por el entrenador Marcello Lippi. Baggio afirma que fue por hacer comentarios negativos sobre el entrenador. Además, en aquel tiempo, Lippi prefería colocar de titular a Ronaldo, Zamorano y al uruguayo Álvaro Recoba, que estaba en su máximo esplendor. A raíz de todo esto es que il Codino decidió abandonar el club lombardo.

A pesar de todo, el 10 no iba a admitir una derrota ni una despedida tan amarga. En el año 2000, y ante el llamado del Brescia, se preparó para afrontar su último desafío como futbolista. A los 33 años se alimentó de la prensa amarillista y sensacionalista que afirmaba que estaba acabado y no tenía nada más para aportar al fútbol. Con el club de camiseta azul volvió a sentirse valorado y mostró que su fútbol no se había esfumado. Transcurrieron cuatro temporadas inolvidables en las que Baggio regaló sus últimas pinceladas.

Se dedicó a hacer goles hasta los 37 años. Su última función fue el 16 de mayo de 2004 enfrentando al Milan; aquel día todo el San Siro lo despidió de pie y con una ovación que causó lágrimas en los ojos de todos los que lo respetaban. Desde ese acontecimiento ya nadie volvió a ponerse la casaca número 10 en el equipo bresciano.

Aquel penal frente a Brasil marcó para siempre la carrera del que un día fue el mejor futbolista del planeta. No importó todo lo bueno que le dio al fútbol, a los clubes que defendió, los goles, los caños, su rebeldía y las hazañas dentro de las canchas. Todo, absolutamente todo quedó empañado por esos fatídicos 12 pasos que, como una maldición, persiguieron eternamente a Baggio. Todavía hoy, si se le pregunta a cualquier persona en cualquier rincón del planeta quién es Baggio, responde: “El italiano que erró el penal de 1994 contra Brasil, ¿no?. Una gran injusticia de la memoria.

Muchos afirman que, entre otras cosas, este hecho traumático fue el que aceleró su adopción del budismo como filosofía de vida. Desde su retiro se intensificó su transformación, su descubrimiento del mundo interior y de su responsabilidad como deportista destacado.

Hasta compró una estancia en Argentina para estar tranquilo.

--

--