Una vez andando en mi bicicleta vi un campo rojo a lo lejos y como ya había muchas flores, especialmente amapolas, en todos lados, decidí que debería ir en esta dirección para explorar el campo.
Se destaca mucho la mancha roja entre los campos de olivos y atrae con su intensidad.
Un día justo después de mis clases salgo en mi bici con la intención de llegar al campo rojo, aunque no sé el camino. Aquí, en Jaén, la puesta del sol es a las 20.45 o cosa así, y me encanta dar una vulta con mi bici alrededor de esta hora porque ya no hace calor y puedo disfrutar el celaje tan peculiar cada día.
Bajo por una de las carreteras más grandes y salgo de la ciudad en dirección a Cordoba, pero no llego a la autopista, sigo bajando por la calle hasta que vea a la mancha roja y un camino de campo que quizá podría llevarme ahí. Y sí, en efecto, en unos minutos acerco a un campo de amapolas silvestres rodeadas por espinas y otra hierba.
Hay otro campo por delante que está al lado de paneles solares.
Al final llego al campo claramente cuidado por alguien porque aquí es mucho más hermoso y ya no es el campo en realidad. Es la mar de amapolas. Es verdad que normalmente es EL mar, sin embargo, he oido que los marineros dicen LA mar por su importancia, por su belleza, por ser como una persona para ellos. Por eso lo llamo la mar de flores al campo rojo infinito.
Veo a tres personas paseando y nadie más está aquí. Aunque todo parece no ser tocado por la humanidad, estoy segura que alguien se encarga por este lugar fabuloso. Feliz y contenta por no ver un montón de gente destruyendo el campo para tomar unas fotos en las flores, ahora vuelvo a mi residencia.