José Martín
Zozobran las palabras
3 min readNov 14, 2015

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Apologistas del odio

Víktor Orbán, primer ministro húngaro, en el congreso del EPP de 2009 en Bonn

“Todo esto me afligía; me había armado para defender a la humanidad contra unos peligros terribles y todo el mundo me aseguraba que aquella se encaminaba tranquilamente hacia la perfección”.

Jean-Paul Sartre en “Las palabras”

Todas y cada una de las palabras sonaban como cañonazos en la niebla. El poder del sonido hacía evidente la presencia humana, pero el odio contenido en ese discurso subrayaba aún más la condición animal del conferenciante y de sus acólitos. Solo así se explica la negligencia de las autoridades que miran hacia otro lado cuando un líder político llega a una supuesta democracia y se explaya a gusto defendiendo el cierre de fronteras a seres humanos desesperados. Autoridades dije. Pero ¿acaso no tenemos autoridad cualquier ciudadano medio para denunciar esa apología del odio?

Que no vivamos en el país de la piruleta no debería ser óbice para desear un mundo mejor. Y un mundo mejor debería serlo para todos. Indefectiblemente, nos metemos en el jardín de la paradoja: ¿Para todos? ¿También para quienes defienden la exclusión? Si hemos de incluirles, acabamos metiendo al lobo a cuidar de las ovejas. Y el lobo siempre será lobo, jamás oveja. Más allá de la paradoja semántica [ver, por ejemplo, la paradoja del ahorcado, en el Quijote], nos encontramos con una realidad de la naturaleza humana. Al menos una realidad empírica… hasta ahora (obvia y redundantemente): la maldad ha existido y existe. Citemos algunos ejemplos sobradamente conocidos: el genocidio de Ruanda, las tropelías de los cárteles de narcos mejicanos, las ejecuciones realizadas por ISIS, la trata de blancas, la explotación infantil… ¿Cómo desear un mundo mejor también para seres abyectos? Si entramos en esa dialéctica, estamos cediendo de nuevo; son ellos quienes se excluyen de ser humanos.

Aunque suene chorra, no debemos dejarnos amedrentar, siguiendo el discurso de Yoda a Anakin: “El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento…”. Miedo a que nos roben, miedo a que nos hagan saltar por los aires, a que nos despidan, a que nos castiguen… Y al calor de esos miedos: “Contrate su seguro médico, la alarma para su vivienda, su plan de pensiones…”. Y, lo peor: “Entremos en guerra”. Entremos en guerra contra los terroristas que han infligido decenas de muertos en París, caigamos en su trampa, igual que caemos en la trampa del idiota, del loco o del polemista. NO.

“En estos pensamientos y los análogos a estos ejercítate, pues, día y noche, sea para ti mismo, sea con alguno semejante a ti, y nunca — despierto ni dormido — serás turbado; vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se parece a un ser mortal el hombre que vive entre bienes inmortales”.

Epicuro en “Carta a Meneceo y Máximas capitales”

Simplemente, tomemos partido y seamos intolerantes con el odio, la violencia y la estupidez. Respondamos a quienes miran por encima del hombro, a quienes desprecian a las personas buenas que solo son diferentes, a quienes ofenden gratuitamente, a quienes defienden la exclusión de quienes no hacen nada malo, a quienes se escudan en una naturaleza humana maniquea, a quienes desoyen argumentos y azuzan emociones primitivas… Enfrentémonos a quienes no desean la paz y el triunfo de la inteligencia. Esa es la única intolerancia posible.

Soy parisino, soy neoyorquino, soy madrileño, soy de Kabul, soy de Beirut… Soy humano.

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