José Martín
Zozobran las palabras
3 min readMar 21, 2016

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El don de callar

Tras haber dicho lo sustancial, en ocasiones aparece el don de callar. Como un vacío inexistente al que se entregan los amantes que siguen diciéndose todo con la mirada, como un páramo cortado por una brisa de tensión entre quienes discuten, como un tormento para quien no calla y sigue preguntándose. El silencio de la palabra deja maltrecho al otrora triunfo del sonido, por mucho que haya silencios que lo digan todo, y por mucho que quien calle otorgue. En la distancia de la mímica invisible no sirven aspavientos ni muecas; ademanes permanecen impasibles en emisores; receptores captan lo que sea de cualquier canal, desconcertados; códigos ininteligibles inundan mentes de ideas inconexas… Solo se salva quien confía en la otra persona, quien no espera nada porque cuenta con todo, al menos lo sustancial.

Sin embargo, no siempre aparece el silencio como un don, sino como una deserción. Cuando se calla selectivamente, cuando el silencio blinda hechos que no deberían ser secretos. Cuando el locuaz deja de ser locuaz, cuando dice dejar de serlo para no hacer daño al otro, cuando, en realidad, se envuelve en cobardía. Es la deserción de la relación. Ya nada será posible si no se salva ese escollo. Se abandonan conferencias de paz, se rompen convenios laborales, se pierden para siempre los amores y se sofocan las soledades en el olvido.

Queda dicho.

Mientras, espurias maniobras se suceden para paliar la distancia. Pero sigue siendo insalvable, por más que toda suerte de elucubraciones se lancen en globos sonda, en mensajes de papel embotellados o en vetes y diretes que llegan por terceros actores. Quizá más aún en esta era de conexión digital, en que parece imposible perder de vista a nadie.

La misteriosa facultad de publicar tus notas para desembarazarte de sus confabulaciones. Porque funciona la publicación. En esa pirueta de enviar a la Red, algo mágico ocurre al cabo de escaso tiempo. Tanto si te leen como si no, saben que has publicado, y eso les atormenta; frustra sus deseos por aniquilarte; constatan que vives sin necesitarles. Ahora que saben que aquello no era amor ni encuentro ni acuerdo. Eres tan feliz sin esas personas, que te acuerdas ahora de que jamás serán nada más en tu vida. Es casi como un renacimiento. Forman parte del pasado, de ese que de vez en cuando aparece en alguna fotografía traspapelada. Pero nada más. Lo peor es que saben que solo publicas algunas cosas. Que dispones de una buena bodega de escritos y que incluso aún no has publicado aquel que no podían soportar, aquel que se titulaba “No muevo un dedo si no es para follar”. O aquel que la patronal quiso cercenar: “Pacto de sobornos”, o el de la conferencia de paz: “Esta pinza para tu nariz y millones de euros para mi bolsillo”.

Pero siempre, siempre quedará el don de callar para seguir expresando el amor para quienes amas y no necesitan más.

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