José Martín
Zozobran las palabras
3 min readSep 2, 2015

--

La vida como un algoritmo

Desde que nacemos, abordamos el mundo siguiendo una secuencia. A medida que vamos adquiriendo mayor control y dependemos menos del adulto, vamos enfrentándonos a diversas disyuntivas, en forma de preferencias, prioridades o, simplemente, alternativas. Somos seres con voluntad, con más, con menos, pero condenados a ser libres, como expresó Sartre. Hasta para elegir qué pasillo seguir en el supermercado para comprar queso. ¿O quizá estamos condicionados como ratas de laboratorio?

No cabe duda de que alguna vez hemos valorado las consecuencias de nuestros actos. Alguna vez, porque la expresión “¡Qué demonios!” le suena a casi todo el mundo. Esa comida exótica con apariencia telúrica, esa canita al aire, ese momento de gloria en el karaoke, ese órdago al jefe, ese zapatazo al acelerador, ese pago sin impuestos, ese recuerdo de Fuengirola… Pero no siempre meditamos lo suficiente. Es más, hay ocasiones en que da igual que meditemos una decisión u otra. Sin embargo, hay personas que organizan su día a día como un algoritmo. Y les importan un pimiento las consecuencias… para los demás. No son los obsesivos ni los maniáticos (que puede ser), sino los amantes del tiempo. Esas personas que ven pasar la vida por segundos. Y se acuerdan. Que tratan de aprovechar cada instante succionando el anterior. Que analizan en un parpadeo cuál es la cadena de acciones más eficiente para encender la tele, tirarse en el sofá y servirse un poleo menta mientras suena el teléfono. Si te has quedado pensándolo, puedes ser uno de ellos: ¡Anda, tira a coger el teléfono, que tu jefe va a recordarte el órdago que le echaste!

No existe un acuerdo unánime sobre el significado de algoritmo, ni falta que hace para quienes padecemos a un algorítmico cerca. Jamás llegues tarde, no le des a elegir el plan del fin de semana y, si vais a algún sitio, ni se te ocurra proponerle que antes os paséis por donde sea; para un algorítmico no existe el libre albedrío. Para estos seres no se hace camino al andar, sino al programar. Secuencia, selección e iteración, no te salgas de ahí. Ojo, porque jamás puede haber una sentencia GO TO.

Aunque, si lo pensáis, todos tenemos un poco de algorítmicos. Quizá sometidos a una vida inabarcable, como aparentemente nos hemos creado, o a la que hemos sucumbido. Parece faltarnos tiempo para ser padres, desempeñar un trabajo competentemente, salir con amigos, disfrutar con la familia, formarnos en mil historias, ponernos al día y, por supuesto, atender al smartphone. Ese aparato del demonio que nos sigue a todas partes, que envía información de nuestros movimientos, de nuestros intereses y hasta de nuestra personalidad, a vaya usted a saber. Inconscientes, vamos alimentando el Big Data, y este va siendo procesado hasta ir condicionando cada vez más nuestro devenir. Si bien esto no es nuevo, sino más eficiente que los estudios de mercado que se hacían desde antes de la irrupción de Internet. En eso no somos algorítmicos: nos dejamos llevar por tendencias, etiquetas y su puta madre. Olvidamos que podemos dejar de ser ratas de laboratorio cuando queramos. Con esfuerzo, claro, pues ya hemos sido inoculados con la sustancia del capricho inmediato (se llame como se llame). A pesar de todo, aún confiamos en nuestra santa voluntad y no tememos a lo que nos venga, y, en general, no padecemos el síndrome del algorítmico, afortunadamente. Todo lo más, puntualmente. ¿O no?

Si por algún casual atendiste al teléfono mientras ojeabas este texto, te invito a que sugieras todos los cambios que se te antojen, pues tal vez para ti este post no tenga ni pies ni cabeza. Avisado quedas.

--

--