José Martín
Zozobran las palabras
3 min readApr 25, 2016

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¿Respetar o tolerar?

Mezquita de Selim en Edirne (Turquía)

A pesar de mi enculturación cristiana católica romana, aún en mi infancia ya empecé a plantearme dudas sobre la religión, sobre la existencia de Dios y sobre algunas cosas más (y sé que no fui el único).

Digamos que comencé un proceso de agnosticismo que ya en mi edad adulta desembocó en un estado de convencimiento ateo. De forma paralela fui construyéndome un espacio de dudas epistemológicas, quizá como cajón de sastre de todo lo que no era capaz de explicar, comprender o asimilar de la realidad en la que nos hallamos. Sin embargo y dado que a mi alrededor, de forma más o menos cercana, hay personas que manifiestan sus convicciones religiosas, no puedo negar esa realidad. Pero esa realidad no es la existencia de Dios, sino la presencia de la religión en la vida de muchas personas. De la misma forma que no podría ser una realidad el contenido de un sueño, sino el hecho de haberlo soñado. Y los sueños no tienen por qué cumplirse.

Durante muchos años me he doblegado al “porque sí” o al “porque no”, sin más explicaciones para “respetar” las creencias de otras personas. ¿Por qué? Porque sí. En mi respeto por las personas, he ido forjándome un argumento que me lleva a “respetar” esas creencias: básicamente, me he ido proponiendo valorar casi cualquier creencia como una especie de terapia placebo, y, por tanto, que funciona para paliar cierto grado de ansiedad. Ansiedad ante el sufrimiento, la incertidumbre, y ante la vida misma, con todas sus preguntas. O sea que, hasta cierto punto, valoro las creencias como un modo de llevar la vida de forma más sencilla. Y, de hecho, también tengo mis creencias. Pero son personales, quizá compartidas, con unos matices u otros, pero mías, y que, como mucho, a veces (como ésta), trato de comunicar, para compartir, para cerciorarme de que, quizás, no estoy solo.

Pero la religión, cualquier religión, va más allá. No sólo es que trate de trascender al individuo hacia algo sobrehumano, sino que trata de trascenderle hacia un colectivo. La religión trata de aglutinar una serie de creencias como conjunto y para un colectivo de personas. Y ésa es su fuerza.

Imaginen que un millón de personas se comunicaran los sueños de la noche pasada y llegaran a un acuerdo sobre la existencia de un conjunto de elementos comunes. ¿Se atrevería alguien de ustedes a ponerles en duda esa existencia? Supongan que en algún momento de sus sueños todos han soñado con la presencia de un meteorito que lleva a la extinción de la Humanidad.

Es mucha casualidad, ¿verdad? En ese caso, detengámonos en un caso curioso y mucho más cercano: ¿Se han preguntado alguna vez por qué los bebés en torno a los tres meses empiezan a devolver la sonrisa a su madre y no a un ramo de flores? En parte, se sospecha (científicamente) que se debe a la capacidad que tenemos de reconocer la expresión facial (humana) desde pequeñitos, una capacidad evolutiva, que nos lleva a asociar cualquier cosa a nuestra imagen y semejanza (un tipo de pareidolia). Tendemos a reconocernos, a humanizar o a tratar de comprender nuestra realidad desde nuestro antropocentrismo. ¿Se explica así por qué solemos ver caras (humanas, generalmente) en unas manchas de humedad en la pared? Se puede comprender así por qué muchas personas comparten esa visión. Pero, ¿hemos de respetarlo? Y, más aún, ¿hemos de respetarlo porque sí?

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