Los smartphones, ese gran filón de teorías de la ignorancia masiva

Martinelli
10 min readNov 30, 2015

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Puede que ya lo sepáis, pero me gusta reír. Me encanta. Disfruto tanto que a veces creo que sufro de adicción, porque procuro practicarlo frecuentemente. Y me río de mí, constantemente y sin problemas, aunque reconozco que soy de burla fácil y que la mofa al prójimo me tienta. Es una virtud con la que se nace y que se perfecciona cuando tienes un hermano mayor, y que tras cierto periodo de latencia gracias a Twitter está floreciendo en el interior de mi ser cual capullo en un rosal. Porque Twitter, donde también hay capullos, es un megáfono gratuito y demasiado accesible cuyas instrucciones no nos leemos (para variar). ¿Y qué pasa? Que lo encendemos y soltamos lo que nos parece. Y yo me río, pero me río mucho y fuerte.

¿Sabéis de que me río muy, muy fuerte? De las teorías de la ignorancia por mayoría. Son tronchantes a la par que exquisitas. Y diréis, ¿y por qué nos cuentas eso aquí, si esto es tu rincón sobre tecnología? Porque, amigos, la tecnología es un verdadero filón de este tipo de teorías. De hecho, esto es casi una segunda entrega, porque cuando dediqué un ratito a aquello del “no habéis entendido nada” (que es cuando se ríe fuerte quien no toca) ya hablé sobre una de estas teorías (la de Schiller, es estupenda).

Así que hoy he decidido reírme yo. Y me voy a reír fuerte de las “buenas” baterías y de los “buenos” almacenamientos. Yo ya abro paraguas, os invito a ver por qué.

Una “buena” batería: los cuatro condicionamientos

Soy de la generación de Bola del Drac, Salvados por la Campana y Symbian. Me visualizo en plan súper-guerrer cuando me cabreo mucho, Mario López aún me saca suspiros (en serio, lo suyo es brujería) y cuando estoy cansada en mi mente suena el ruidito de “batería baja” del Nokia 5110 (no el de los posteriores ya suavizado, no, ése).

Eran tiempos en que los que las pantallas de los teléfonos eran en dos colores, como los Amstrad (pero al revés). Tiempos en los que los móviles eran sólo móviles y que lo más parecido al phubbing, a la nomofobia o al palabro que queráis eran las Horas Felices de SMS (de cuando Movistar robaba sin notarse). Y entonces las baterías duraban entre 4 y 7 días, porque además de otros tiempos eran otros usos, otras pantallas y la wifi era ciencia-ficción.

En la evolución hasta los smartphones, la batería tuvo que amoldarse a una exigencia mucho mayor tanto de uso como de recursos per se, al mismo tiempo que nosotros, los usuarios, aceptábamos el hecho de tener que cargar a diario ese teléfono (de lo que en realidad ya poco le quedaba). Hubo entonces una primera fase de condicionamiento, de aceptación: “aceptamos 24 como autonomía media”.

Desde entonces las baterías han ido mejorando, sobre todo tras la expansión de las de ion litio (con un gracioso efecto ziritione en las ventas de los dispositivos, de hecho). Las de los portátiles empezaban a durar algo más de una hora y media (teóricas) y el (posteriormente) creciente tamaño de terminales fue beneficioso para que la de los mismos fuese durando un algo más que esas 24 horas de rigor. Eso se unió a cierta fiebre, con mayor incidencia en la esfera pseudo-geek, por recurrir a trucos y métodos para ahorrar batería, comprometiendo muchas veces la experiencia de usuario. Eso puede que fuese una segunda fase de condicionamiento, autoimpuesto y muy beneficioso para los fabricantes: “aceptamos que hemos de hacernos cargo de obtener una mejor autonomía”.

Entonces, cuando teníamos asumido el día como estándar, las pirulas activando y desactivando conexiones y otros rituales, vinieron dos terminales a dar un golpe en la mesa en cuanto a autonomía sin subirse a las 5,5 pulgadas: concretamente un golpe de 3000 mAh y otro de 2070 mAh. En 2013, el LG G2 y el Moto G nacieron con una tercera fase de condicionamiento, de despertar: “aceptamos que la batería puede durar más de un día con un uso normal”.

Pero lo que fue una fase de despertar no duró más de un año, cuando la siguiente generación de terminales rompió la promesa y por abarcar mucho en pantalla y tripas apretaron poco en cintura y horas de pantalla. El sueño de los numeritos se rompió cuando sendos sucesores los repetían en miliamperios pero no en la práctica, en horas de pantalla. De hecho, de 2013 a 2014 se fraguaba lo que de 2014 a 2015 se acentuaría y en mi modesta opinión ha influido en que haya una cuarta fase de condicionamiento también de aceptación: “aceptamos menores autonomías por estar estupendos”. Por aparentar, por la anorexia del smartphone.

De hecho, os invito a que os pongáis conmigo el sombrerito de la repelencia y el tiquismiquismo numérico con el fin de intentar traducir lo caprichoso de la moda y entender este cuarto condicionamiento:

He recogido los datos de grosor, miliamperaje y diagonal de pantalla de los tope de gama de las principales marcas en los tres últimos años (asumo dos ausencias, Huawei y BlackBerry, “estamos trabajando en ello”). Vemos que en 2015 6 de 10 han reducido grosor, aunque en 3 de los casos ha habido aumento de los miliamperios incluso habiendo reducción de volumen (he hecho los deberes, si queréis más datos y numeritos sólo tenéis que preguntarme). Si bien en la tabla no resulta nada escandaloso, el caso es que sólo con esta selección ya se ve que sobre el papel cabía esperar una peor autonomía en 2015 en contraposición a los cambios en 2014, siendo la mayoría un aumento de miliamperios (8 de 10, quedándose igual los otros 2) y sólo 4 operaciones bikini.

Cabe decir que aquí no se reflejan aspectos como que las pantallas sean más exigentes a nivel de consumo o haya más software preinstalado que tire más de localización o consumo en segundo plano, ni por otra parte la mejora en eficiencia de los procesadores o mejoras como Doze encaradas a mejorar la autonomía. Pero da una ligera idea de que la capacidad de las baterías puede haber bajado en la lista de prioridades a mejorar de los fabricantes por debajo de aspectos como la delgadez o la resolución de pantalla.

¿A qué viene todo esto? A que a veces se saca pecho en unas características en detrimento de otras, algo que es ley de vida, se decide en consecuencia y no pasa nada. Y lo deciden los fabricantes, ellos sabrán por qué. Pero me parece bastante absurdo que en 2015, justo en 2015 y no cuando las baterías pasaron de durar una semana a un día, nazca la teoría de que “la buena batería no es la que dura más, sino la que permite que podamos cargarla cada noche”. En un momento en que hasta algunos trenes de este país ya llevan puertos de carga y regalan baterías externas con los chicles.

En mi opinión es una teoría bastante rebuscada y con un fundamento muy, muy débil. El hábito de cargar se coge a medida que nos familiarizamos con el consumo y en función de cómo lo realicemos, de modo que quien más y quien menos alcanza a predecir si con un 30% le compensa cargar o si ese 5% le va a durar hasta llegar a casa. Y con un planteamiento sí desaprendemos este hábito y asumimos que se trata de un error conceptual nuestro y no de una regresión o una inmadurez tecnológica, cuando el principal fin de ésta, de la tecnología, es hacernos la vida más fácil.

El tamaño importa también en las baterías, y aunque no sea lo que prioricemos a la hora de elegir dispositivo no hay que adaptar el concepto de “bueno” por una carencia ajena, porque eso nos quita poder como clientes.

Un “buen” almacenamiento: la ignorancia del novel

La evolución del software hace que éste aumente en peso a medida que aumenta en complejidad. No es casualidad que Windows Vista y iOS 7 fuesen tan traumáticos cuando ambos supusieron un cambio gráfico bastante radical a los precedentes (dejando a un margen las chapuzas que pudiese albergar su construcción, ahí no entro). Por tanto, es lógico que hayamos pasado de pensar en kilobytes a hacerlo en gigas, porque tanto los sistemas operativos, como los programas, como el contenido que nosotros mismos creamos (fotos, vídeos, dibujos, etc.) cada vez ocupan más.

A su vez, la unidad de volumen se abarata y los dispositivos cada vez incluyen unidades de almacenamiento de mayor capacidad si el fabricante así lo decide, porque no siempre lo hace. Y entonces vienen las matemáticas y la física, y ocurre que si tú usas una taza de café pero quieres un café con leche, vas a tener que hacer milagritos para tener como mucho un cortado, teniendo al final una experiencia que, aunque te apaña, no es la que esperas.

Es lo que ocurre cuando en 2015 aún se lanzan dispositivos con 4 GB de almacenamiento interno en el caso de Android y Windows Phone y 16 GB en el caso de iOS (8 GB si contamos los de 2013 que aún se venden, el 5c). Por mucho que te preocupes de enterarte de las características del terminal a la hora de comprarlo, el hecho de pensar en el almacenamiento disponible que tendremos tras el pre-load del sistema operativo o, ya más a medio plazo, en el que iremos teniendo a medida que usemos el terminal implica conocimientos informáticos. Algo con lo que el cliente medio no nace y no tiene por qué adquirir.

Y aquí hay un dos valientes falacias sobre la experiencia del usuario: la de la ampliación a SD y la de “no entender nada”. En la práctica, el volumen extra que la micro-SD proporciona viene limitado por lo que permita el software del terminal, y aún en el caso de poder re-ubicar carpetas como la Galería o instalaciones de apps, habrá aspectos que exigirán que haya cierto volumen local libre, como la instalación de juegos. Traducción: si optas por lo mínimo en almacenamiento, hazte a la idea de convivir permanentemente con el aviso de espacio de almacenamiento al límite (yo ya te digo que romántico no es).

Luego está la de que el usuario no sabe utilizar el móvil. Ésta a mí me hace mucha gracia sobre todo porque, como la teoría de la “buena” batería, nace también ahora y no cuando el contenido creado permitía usar sin problemas el volumen que ahora resulta insuficiente. Honestamente me parece una teoría o falacia bastante irreal y soberbia, y cuyo germen huele a defensa no pedida de estrategias mercantiles tan comprensibles como descaradas. Antes os he regalado una tabla, y ahora os voy a regalar una mini-estadística bastante acotada pero que quizás sea el reflejo de algún otro círculo social más.

Muestra: 9 personas

  • 3 usuarios de Android
  • 2 terminales con 8 GB de almacenamiento
  • 1 terminal con 16 de almacenamiento
  • 6 usuarios de iOS
  • 5 terminales con 16 GB de almacenamiento
  • 1 terminal con 64 GB de almacenamiento

En los terminales Android de 8 GB, el almacenamiento disponible es de 1,75 GB y 2,6 GB (7,62 GB en el caso del de 16 GB). Las apps ocupan respectivamente 2,26 GB, 1,73 GB y 2,62 GB (el de 16 GB).

De los 5 iPhones de 16 GB, 4 tenían entre 12 y 14 GB ocupados (algunos con espacio disponible 0 bytes). El iPhone sin problemas de almacenamiento se usa para llamadas de voz y WhatsApp, ni una foto. La memoria ocupada por fotos es variable, y en común tienen que al menos 1,2 GB lo ocupa WhatsApp (lo máximo era n2,7 GB). Sobre el uso de iCloud, ninguno paga por ampliación de volumen y todos lo usan para sincronizar los contactos (dos personas además las fotos).

Aquí tenemos perfiles de usuario básico y avanzado, entre ellos hay de hecho algunos informáticos y en concreto uno relacionado con el sector móvil. Además de aprovecharme de ellos para que me ayudasen dándome estos datos (haciéndoles entrar en menús nada habituales para ellos, recalco esto), al preguntarles por el almacenamiento en la nube ninguno se plantea el pago por una de estas soluciones (un besi, Schiller).

Recordad vuestro primer contacto con un smartphone. No sólo el primer día, sino vuestra experiencia al ir descubriendo funciones y al tener que adaptaros a las novedades de software. ¿De verdad os veis en ese pedestal desde el cual podéis aseverar que si el usuario tiene problemas de almacenamiento es porque no sabe utilizar un teléfono?

El usuario sabe cómo funciona su terminal y sabe usarlo, pero no lo hace como le gustaría al fabricante. Espera, o sí: si la experiencia con el almacenamiento mínimo no ha sido buena, quizás lo piense la próxima vez e invierta en un terminal con más capacidad [suena caja registradora].

Puede que por una suma de enfermedad, borrachera de consumismo e idolatría a golpe de talonario estemos algo confundidos con nuestro rol con respecto al mercado y más que como clientes nos veamos como Aladdin tras frotar la lámpara. Deseamos cámaras aún más espectaculares, consumos de mechero y terminales como papel de fumar, pero los únicos genios que hay en realidad son de los negocios y no precisamente para obedecer nuestra voluntad. Habrá, pues, ocasiones que sus productos no sean la materialización de nuestras divagaciones tecnológicas y habrá hornadas mejores y peores, según el ingenio y también según en qué fase se encuentre la evolución de las tecnologías que vayan naciendo.

Ya despotriqué en mi otro rincón sobre cómo podemos ayudarnos y cómo no como usuarios y clientes, y ya lo hice aquí con respecto a excusas y comportamientos borreguiles tanto de empresas como de usuarios ciegos de fe por las mismas. Yo soy muy de gastar el dinero en lo que quiero y de ser tacaña con la energía, y no la gasto en categorizar a los demás ni en defender lo que no es mío ni me paga. ¿Y tú?

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Written by Martinelli

Veterinaria, blogger e intrusa en general. Aquí están mis reflexiones puntuales sobre tecnología, para todo lo demás, Martinelízate.es.