Trabajar como profesor de diseño me ha convertido en mejor diseñador
He enriquecido mis conocimientos y aptitudes como diseñador impartiendo diseño de producto e interacción a personas sin experiencia en esta materia.
Al poco tiempo de que mis socios y yo montásemos Urano, una empresa nos contactó para ofrecernos formar a su equipo de diseño, compuesto por varios junior. Nos pareció una idea atractiva y durante meses tuvimos reuniones periódicas con ese equipo, revisábamos el trabajo que realizaban, organizamos mejor sus tareas, procesos y flujos y los apoyábamos en todo aquello en lo que pudiésemos aportar valor, siendo ellos quienes ejecutasen el resultado final. Entendimos que la vía para convertirlos en mejores diseñadores consistía en formarles y entrenarles para afrontar tareas, movimientos y decisiones más complejas, y no enocuparnos nosotros de lo difícil y delegar en ellos las tareas más sencillas y mecánicas, como veníamos haciendo en otros casos similares. La experiencia fue muy satisfactoria y tanto el equipo como toda la empresa quedó contenta con los notables resultados obtenidos.
A raíz de este caso empezamos a ofrecerlo como servicio secundario o una solución más del estudio. Fue entonces cuando diseñamos algunos programas de formación intensiva (en formato workshop de 8 ó12 horas) para impartir a esos mismos equipos en la fase inicial de colaboración con ellos. Uno de estos programas está centrado en el uso de la herramienta Sketch de forma avanzada, y lo seguimos impartiendo a día de hoy. Ya lo han recibido más de 60 profesionales de distintas empresas en total e incluso estamos valorando producirlo en formato vídeo para venderlo en plataformas online de formación, pero es una inversión de tiempo que a día de hoy no hemos podido permitirnos.
En lo que a mí respecta, hasta este punto llegaba mi experiencia como formador, mentor, profesor o como queramos denominarlo. Realicé mentoring a unos cuántos diseñadores e impartí workshops a otros muchos. Pero desde el mes de septiembre del año pasado dedico unas pocas horas de mi semana a impartir clase de diseño en la Universidad de Tecnología y Artes Digitales (U-tad) de Las Rozas, y un cuatrimestre después, puedo afirmar que además de ser una de las mejores experiencias de toda mi carrera, creo que es la que más me ha aportado recientemente. El objetivo de este artículo es explicar estos hallazgos un poco más en profundidad.
Antes de seguir, ¿cómo son mis sesiones formativas?
Hablando en líneas generales, soy consciente de que la educación universitaria en España destinada a ingenieros y profesionales del diseño o la tecnología es ampliamente mejorable, y negarlo es algo estúpido. Cada vez que hablas con algún amigo o compañero que ha estudiado marketing digital, ingeniería de software o diseño (entre otros muchos ejemplos) en universidades convencionales suele responderte lo mismo: “He aprendido más en 3 meses trabajando que en 4 años de universidad”. Es algo que me parece bastante triste. Invertir más de 48 meses de tu vida en algo a lo que no le ves utilidad o sentido (o no tanto como la esperada), desde luego es un fracaso de nuestro sistema. Más aún si además de ese tiempo, has invertido una importante suma de dinero.
Tengo muchas cosas que aplaudir a la U-tad, sus directivos y responsables, pero sin duda alguna y por encima de todas, mencionaría que confiaron en mí y me dejaron absoluta libertad para definir un temario y unos contenidos totalmente propios para mi asignatura, basados simplemente en una lista de aptitudes generales nada descabelladas que debían de adquirir los alumnos durante el transcurso del grado. En ese momento cuando decidí que los diseñadores a los que yo formase debían experimentar en clase algo similar a lo que luego encontrarían en un equipo de diseño, fuera cual fuese la naturaleza del mismo (startup, consultora, estudio…).
Si tuviese que desglosar estas lecciones en porcentajes, un 20% inicial iría para sesiones teóricas (Steve Krug, Jakob Nielsen, Dieter Rams, Mies van der Rohe, Norman Foster…) orientadas a generar un interés por lo que nos puede enseñar el diseño industrial o la arquitectura y entender el producto digital con la usabilidad y funcionalidad como elementos base. Además, siempre mediante contenidos interactivos, desde presentaciones a vídeos y charlas o exposiciones, puesto que no creo en el modelo de enseñanza que consiste en memorizar textos para plasmarlos posteriormente en un examen y olvidarlos después.
Otro 20% más estaría apoyado en la explicación, naturaleza y funcionamiento de distintos procesos de diseño digital, más y menos representativos del mercado, con la idea de que los alumnos comprendan la importancia de las muchísimas y muy distintas fases que pueden darse en el diseño y desarrollo de un proyecto. Qué tipo de procesos son más representativos o comunes y cómo suelen aplicarse los mismos. Pero, sobre todo, a que desarrollen el suyo propio; pues como intento explicarles todos los días, no hay un proceso más correcto que otro, ni tampoco uno ideal para todos los proyectos. Cada equipo, cada empresa y cada producto es distinto y lo importante es identificar el problema y definir cuál es el mejor camino para llegar a la solución.
El 60% restante es bastante sencillo de asimilar: práctica, práctica y más práctica. Unas cuántas líneas más arriba explicábamos que los estudiantes de diseño suelen aprender más y en menos tiempo trabajando en una empresa que estudiando en la universidad. La mayor diferencia entre ambos escenarios es sin duda la práctica. Por ello, más de la mitad de mis sesiones formativas consistían en que los alumnos ejecutasen soluciones reales a problemas reales. Algunas fases de sus procesos tienen como objetivo mejorar la experiencia de usuario, otras la apariencia visual. Pero siempre desde la perspectiva que posiblemente encuentren luego en un mercado en el que deban trabajar con desarrolladores, ingenieros de datos, profesionales del marketing u otros diseñadores.
Como apunte final en esta parte, tampoco he realizado ningún tipo de examen a mis alumnos durante ninguna de las sesiones. Evalúo a cada uno práctica a práctica con el objetivo de hacer cada vez un mejor trabajo, y propuse un proyecto final de la asignatura, a modo evaluación, en el que deberían diseñar un producto que solucionase un problema que ellos mismos y libremente decidan atacar. Por el camino encuentras que han trabajado arquetipos de user-persona, flujos de navegación, requisitos funcionales, wireframes, moodboards y sistemas de diseño, y te sientes bastante contento con la metodología y dinámica realizada.
¿Qué me ha aportado trabajar como profesor de diseño?
No es algo que suela tener demasiado en mente, pero he pasado 9 de mis 25 años diseñando profesionalmente, puesto que es algo en lo que llevo trabajando desde los 16, y los últimos 7 concretamente en el sector del diseño de productos digitales. La mayor parte de mi todavía corta carrera ha transcurrido, en líneas generales, diseñando plataformas web y aplicaciones móviles, y sería estúpido después de todo este tiempo no reflexionar brevemente sobre los errores que cometo hoy por culpa de hacer otras cosas mejor que ayer. Me explico; ha sido extremadamente fácil y sencillo culpar al poco tiempo libre disponible en mi día a día del hecho de no invertir horas ni esfuerzo suficiente en reciclar la mayoría de mis conocimientos, así como investigar un poco más allá de lo que ya sé y en pensar cómo se hacen las cosas en otros sectores, compañías, disciplinas o equipos.
Los últimos años he participado en proyectos más grandes, proyectos más pequeños y soluciones formativas. Todo a la vez. Y ha sido fácil olvidar que el interés por hacer las cosas mejor debe de estar siempre presente.
Cuando me ofrecieron trabajar como profesor durante un periodo largo de tiempo pensé que ya era hora de poner un poco más los pies en la tierra y comprender que si quería formar y enseñar a otros de la mejor forma posible, debía de asegurar que mi manera de trabajar era la mejor posible. Y obviamente no era así. Individualmente, estaba bastante satisfecho con el trabajo que solía realizar, con la calidad de los resultados y soluciones que aportaba en cada proyecto y con las dinámicas que seguía para llegar a ellas. Y por supuesto, mis compañeros y clientes también parecían estarlo. Pero esto no significa que igualmente no fuese mejorable.
El sector en el que trabajo cambia muy rápido. Cada día. Es un cliché ya establecido y una frase que odio pronunciar, pero realmente no deja de ser cierta. Cada día aparecen nuevas herramientas, metodologías, procesos y formas de hacer las cosas de la mano de nuevos y desconocidos profesionales que de repente viralizan un post en Reddit o Designer News. Y ojalá siga siendo así, pues creo que es algo increíble y casi exclusivo de nuestra industria que nos obliga a renovarnos constantemente y a ser cada vez mejores profesionales. Diseñando y desarrollando un plan de estudios y un temario de contenidos para impartir durante varios meses comprendí que guardaba dentro de mí muchos conocimientos por renovar, técnicas que mejorar y procesos que optimizar. Entendí y vislumbré que efectivamente hacía un buen trabajo, pero que lo había evolucionado menos de lo que quizás el mercado merecía, y que algunas de las tareas que hago en mi día a día podría hacerlas mejor alterando levemente algunos factores o piezas.
No era el único eslabón a reforzar. Posteriormente, durante las sesiones prácticas especialmente, comprendí también que la importancia de recordar que la visión de un profesional del diseño depende de muy diversos factores, y muchos de ellos hacía años que yo no había tenido que valorar (o al menos, pensaba que no debía hacerlo, porque posiblemente siempre haya que hacerlo). Acostumbrado a trabajar en equipos con diseñadores de producto y desarrollar proyectos donde el cliente delega en ti la mayor confianza, responsabilidad y toma de decisiones, había olvidado que el proceso para solucionar un problema no lo aborda de la misma forma un diseñador de producto, que un estudiante de bellas artes, que un ingeniero informático que un profesional del marketing y la publicidad. Conocía perfectamente cómo muchos arquetipos distintos de usuario pueden comportarse ante un producto, pero descuidaba más de lo que me gustaría el hecho de que el background profesional o educativo de las personas encargadas de diseñar y desarrollar ese producto podía afectar sustancialmente el resultado final del mismo y todos sus procesos ejecutivos previos. Pequé de carecer de aquello que yo mismo había inculcado en compañeros y clientes para otro tipo de tareas: el ejercicio de obtener y entrenar una mentalidad basada en la visión de árbol junto a la visión de bosque para este caso concreto.
El hecho de intentar formar de la misma manera a personas con distintas condiciones culturales, educativas, aspiracionales y profesionales previas, enriqueció sumamente mi actual modo de trabajo en equipo: igualmente centrado en usuario, pero con mayor cuidado por los stakeholders del proceso de diseño y desarrollo.
¿Qué le pido a la educación en diseño del futuro?
Que me perdonen todos aquellos que saben mucho más de este tema que yo, pero me permito la libertad de reflexionar un poco más acerca de cómo me gustaría que siguiese evolucionando la educación especializada en aptitudes profesionales, en este caso, dentro de la industria del diseño, y suplicar al universo que le conceda a éstá diversos factores para hacerla mañana aún mejor que hoy.
- Que siga evolucionando en favor de convertir al diseño en una ingeniería, para que cada vez el entorno y el mercado no vea simples artistas en nosotros, sino profesionales capaces de diseñar y desarrollar procesos complejos con la solución de diversos problemas como objetivo, apoyados en técnicas y metodologías más propias de la lógica y la técnica que de la belleza, sin descuidar tampoco esta última ni el importante papel que juega en nuestras consideraciones.
- Que invierta más tiempo en formar en conocimientos, metodologías, procesos y aptitudes y menos en herramientas. Los diseñadores somos igual de válidos independientemente de la herramienta que utilicemos para realizar nuestro trabajo, pues no es ella la que nos define, sino cómo la aprovechamos y utilizamos junto a otras. Las herramientas son importantes y conocerlas a fondo más aún, pero tenemos que comprender siempre que son un apoyo y una utilidad a nuestra disposición para realizar una serie determinada de tareas, y nunca un lugar donde buscar soluciones a nuestros problemas por resolver.
- Que los entornos y espacios sigan optimizándose y cambiando con el objetivo de convertir las lecciones en charlas y debates y los conocimientos en entendimiento y aprendizaje. Que una clase o sesión formativa siga pareciendo cada vez más un salón donde distintos interesados en un tema debaten y comparten experiencias sobre el mismo, y no un aula donde vas a escuchar un monólogo y tomar apuntes para estudiar más tarde. Evolucionando la dinámica en la que se generan, entrenan y comparten conocimientos tenemos el principio para garantizar que el entendimiento ha sido correcto. De la mano de este principio está el hecho de que los grupos de alumnos o asistentes a estas sesiones sean reducidos, para así facilitar más la participación.
- Que se siga luchando por el objetivo de impartir una sesión o clase a distancia con la misma calidad que se obtiene haciéndolo de forma presencial, pues sólo así podremos democratizar la formación especializada de alto nivel y asegurar que el punto geográfico en el que se encuentre el alumno no es determinante a la hora de decidir si tiene derecho a recibir formación o no. El trabajo en remoto solucionó estas claves hace años en el sector tecnológico, hagamos el esfuerzo ahora con la formación.
- Por último, que la remuneración y retribución económica para los profesores y formadores siga creciendo y aumente considerablemente con dos objetivos principales: en primer lugar, que los contenidos a impartir siempre puedan estar actualizados en lugar de ser reutilizados, para así evitar formar a diseñadores en prácticas y metodologías ya en peligro de extinción o vías de obsolescencia. Si la remuneración es mayor, la generación constante de nuevos contenidos pasará a ser rentable para los formadores (algo que actualmente, rara vez ocurre). Y en segundo lugar, para asegurar que los formadores son los mejores profesionales posibles, pues a estos nunca les falta trabajo y si impartir formación no les es rentable o compensa económicamente, sencillamente no lo harán.
Confío en poder seguir formando a otros diseñadores durante algún tiempo más, y confío también en que la evolución de la formación especializada en diseño tenga un papel aún más protagonista en las empresas del presente y el futuro e impacte de manera positiva en las mismas. Pero desde luego, doy por hecho que trabajar como profesor de diseño, y anteriormente, impartir formación a equipos grandes y pequeños compuestos por profesionales de otras áreas, ha hecho que mis aptitudes como diseñador sean hoy más fuertes y mejores de lo que eran ayer.
Si te ha gustado lo que has leído seguramente te gustará el trabajo que hacemos en Urano. ¿Qué te parece si nos escribes y quedamos para tomar un café?