Emprendedora, escritora, periodista… ¿estafadora?

Águeda Villa
9 min readSep 7, 2022

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Anna Delvey en realidad se llama Anna Sorokin. Se ganó a gran parte de la élite de Nueva York diciendo ser una heredera alemana cuando en realidad es una rusa con procedencia desconocida; se la veía vistiendo ropa de marca –¡y no cualquier marca!–, hospedándose en los mejores hoteles, relacionándose con personas adineradas y reconocidas. La movía el sueño de fundar un club exclusivo de arte y en el camino logró que decenas de personas le entregaran millonarias sumas para seguir manteniendo la vida costosa que vendía en redes sociales. Cuando alguno de los prestamistas aparecía pidiendo lo que le correspondía, Anna enviaba pagos y los reversaba, creaba hilos de correo ficticios con el supuesto tesorero de su familia y trucaba cheques y facturas digitalmente. Ante la promesa incumplida de pagar, Anna terminó en la cárcel y todas sus mentiras se develaron. Después de cumplir una condena que algunos catalogan como corta, Anna se dedicó a dibujar y a vivir de sus dibujos, le vendió los derechos de su vida a Netflix, y aunque volvió a la cárcel, esta vez se encuentra presa por líos referentes a su visa.

El verdadero apellido de Simon Leviev es Hayut. Con las fotografías correctas en su perfil de Tinder logró conquistar a varias mujeres, a quienes convenció al principio con viajes lujosos, jets privados, ropa y accesorios de marca, y la historia bien montada de ser hijo de una familia de esmeralderos. Su fachada de buen partido era solamente eso: una fachada. Simon en realidad sabía jugar con su encanto y en una etapa de la relación le enviaba a cada mujer con la que salía un video en el que aparecía aparentemente golpeado por culpa de un supuesto atentado, logrando que se compadecieran y le ofrecieran en préstamo el dinero que él les pedía “mientras todo se arregla”. Ellas no dudaban en girarle cantidades grandes; después de todo eran pareja, estaban construyendo algo juntos y habían prometido apoyarse en las buenas y en las malas. El atentado obviamente era falso y el video la mejor de las actuaciones; el dinero que Simon recibía era destinado a sostener un estilo de vida lujoso construido sobre mentiras y con el que estaba enamorando a su siguiente víctima. No sé si Simon aun tenga Tinder, pero después de estar un tiempo en la cárcel por un delito diferente, hoy tiene Instagram y Tiktok y su lista de seguidores sigue creciendo, al igual que la de Anna.

Ambas historias están en Netflix: una se llama Inventando a Anna y la otra se llama El estafador de Tinder. Y aunque una es actuada y la otra es un documental, las dos tienen varias cosas en común: narcisismo, mitomanía, y mucho, mucho dinero de por medio, sin contar el tipo de seguidores de ambas personas, en donde los comentarios que allí se encuentran alaban la astucia para estafar y culpan a las víctimas por entregar su dinero con tanta confianza e inocencia.

Hay una tercera historia que no está en ninguna plataforma de streaming pero que es más cercana y más criolla, es un secreto a voces y parece basada en las dos anteriores. Su protagonista se encuentra en Medellín y tiene, a los ojos de los demás, una vida perfecta. O esto es lo que se encarga de proyectar en su perfil de Instagram, en donde más de quince mil seguidores ven su día a día como empresaria, escritora, periodista y experta en innovación digital.

Es un perfil organizado y bien cuidado. Sus publicaciones no guardan una coherencia visual obvia pero tienen algunos elementos en común: casi todas son fotografías de estudio, con maquillaje y color impecables, un copy larguísimo lleno de flores y halagos para ella misma con mensajes de motivación y autoayuda, de donde además saca fragmentos para los artículos de opinión que escribe en un medio digital independiente. Las fotografías tienen muy pocos “me gusta”, lo que puede evidenciar de alguna manera que de esos 15.000 seguidores no todos son orgánicos. Afortunadamente –para ella– no todos lo notan: Instagram implementó hace no mucho tiempo la opción para ocultar el número exacto de “me gusta” en cada publicación, ayudándole a conservar credibilidad con las marcas que puedan contactarla para hacer pauta y con quienes la siguen viendo como referente de aquello que quieren lograr digitalmente.

Inventando a…

Una agencia de marketing digital, una red de emprendedores, su marca personal y hasta un perfil de emprendimiento para niños son algunas de sus creaciones. En todas predica lo importante que es crecer, agradecer y apoyar a quienes nos inspiran, y desde todas da “me gusta” a las fotos del perfil de su marca personal; aunque diga hasta el cansancio que el número de likes no le importa. Es precisamente ese perfil personal el que tiene su nombre y el más completo de todos: dice allí que es escritora porque hace años participó en la antología de un libro; están las fotografías del modelaje que ha realizado para algunas marcas, y a modo de bitácora incluye la asistencia a todos los eventos y lanzamientos cinematográficos a los que la invitan, de los que escribe después reseñas y agrega el enlace a sus historias destacadas.

En uno de esos tantos eventos la conocí; cuando me la presentaron me llamó la atención un tic en su mirada que atribuí al estrés y al montón de actividades que decía hacer durante el día, y más allá de aquel evento o de algún “me gusta” esporádico en redes sociales no volví a saber nada de ella.

Hasta que Stefanía, quien también la conoció en el mismo evento, me contó su experiencia desafortunada: solicitó un paquete de asesorías para sus redes sociales que pagó por adelantado y del cual apenas pudo recibir una sesión, pues programar las siguientes era una tarea imposible. A esta emprendedora siempre le pasaba algo, y ese algo involucraba enfermedades y hospitalizaciones suyas o de alguno de sus familiares. Ante la imposibilidad de recibir el paquete de asesorías por el que había pagado, Stefanía decidió solicitar la devolución de su dinero correspondiente a las sesiones que no sucedieron, y después de meses de insistencia recibió por fin el dinero en su cuenta bancaria.

Baking a liar

El pasado mes de abril María Camila recibió un pedido de una torta personalizada en su repostería. Ella, que siempre pide pago anticipado, decidió confiar y obviar este paso, pues la persona que solicitaba la torta era nada más y nada menos que nuestra escritora, periodista, empresaria y experta en marketing digital. La decisión de no cobrar ningún anticipo estuvo ligada a la confianza que sintió al tener varios amigos y conocidos en común con ella, y la reafirmó haciendo una revisión fugaz a sus redes sociales, en donde solo encontró contenido de amor y publicaciones que hablaban de la importancia de apoyar emprendimientos locales independientes, como el que ella tenía con su agencia de marketing digital.

La torta sería el centro de la fiesta cuando los invitados le cantaran el happy birthday a su hijo. Una serie de eventos desafortunados le impidió a la emprendedora ir hasta el lugar acordado a recogerla, por lo que María Camila, por petición de la compradora, tuvo que enviarla con un mensajero, a quien también le pagó. La deuda de nuestra experta en innovación subía: el recibo tendría el valor correspondiente a la torta y al transporte de la misma, desde el barrio Laureles hasta la Comuna 14 de Medellín. María Camila decidió no hacer el cobro el mismo día, pues entendió que era una fecha familiar y que probablemente la compradora pagaría su deuda al día siguiente.

Pasaron tres meses durante los cuales María Camila seguía cobrando el valor de la torta y el envío. Recibía notas de voz en WhatsApp en donde la deudora ponía fechas que no cumplía: “al final del día te hago una transferencia”, “este viernes te pago”, “Cami, qué pena contigo; dame tiempo hasta el miércoles”, “no creas que se me ha olvidado, es que estaba hospitalizada desde el viernes y apenas ayer me dieron de alta”. Nuevamente las razones incluían ocupaciones, olvidos, enfermedades y estadías en el hospital.

A falta de justicia, sanción social

A partir de este incidente María Camila decidió cobrar por anticipado a todo cliente que le solicitara algún producto, sin importar si era amigo, familiar o conocido, y ante la toma de esta decisión, procedió a desahogarse en las redes sociales de su emprendimiento contando en un video todo lo que había pasado durante esos tres meses sin nombrar a la experta en innovación en cuestión. La reacción de las pocas personas que conocíamos el contexto de la situación fue comentar el video mencionando el perfil de su marca personal y el de su agencia, poniéndola en evidencia y obligándola a reaccionar.

Volvieron a aparecer los videos en donde nuestra periodista, escritora y emprendedora estaba enferma y hospitalizada, las notas de voz llenas de llanto en las que repetía que era mamá, que los comentarios que mencionaban su agencia de marketing digital eran ilícitos y que lo único que hacíamos los demás dentro de esta situación era difamarla y añadirle ingredientes a una vida que por esos días era triste, oscura y llena de problemas para ella y para los suyos.

En un repentino ataque de lástima esos comentarios fueron borrados. Sí, terrible jugada; no debieron borrarse nunca. Pero haberlos hecho en primer lugar la movilizó, porque con tres abonos de distinto valor realizados desde un punto de pago del Centro Comercial El Tesoro, nuestra escritora, emprendedora y deudora morosa finalmente pagó la torta que le debía a María Camila.

Parece un final feliz: tanto Stefanía como María Camila recibieron el pago que les correspondía. Varios meses después, pero lo recibieron al fin y al cabo. Sin embargo, ni este es el final, ni mucho menos es feliz: a raíz de este suceso, la periodista, escritora y modelo decidió poner todos sus perfiles privados, incluyendo los de sus emprendimientos. Cambió la privacidad de sus instastories –y creyó que no íbamos a darnos cuenta– y siguió su vida como antes, asistiendo a eventos, apareciendo en fotografías con periodistas y empresarios, subiéndolas a sus redes con los habituales textos largos en donde se atribuía la creación, el apoyo y la participación de un sinfín de situaciones.

Todo volvió a una aparente normalidad, pero el silencio no reinó. Muchas personas comenzaron a hablar, sosteniendo que la torta de María Camila no había sido lo único que esta llamada periodista había pagado tarde y que, además, había decenas de personas que todavía la estaban persiguiendo para que saldara sus deudas.

Su nombre comenzó a aparecer en grupos de Facebook, en denuncias ante la Superintendencia de Industria y Comercio, en el rumor de un montón de ciudadanos que aún hoy sostienen que esta persona les debe dinero y servicios: contratos de arrendamiento que no cumplió, anticipos que se gastó y por los que no respondió, y un talento innegable en el manejo de los programas de Adobe de su agencia, que utilizó para diseñar supuestos recibos de pago a algunos proveedores por valores elevados.

Todos confiaron en ella por recomendaciones de terceros, por su contenido en Instagram y por promesas de valor vacías que jamás se cumplieron. Todos tuvieron paciencia cuando recibieron los mismos videos en los que nuestra periodista, escritora, modelo y ahora actriz pedía treguas por estar hospitalizada. Y casi todos están cansados y dispuestos a mostrar sus pruebas y a llevar sus casos al ámbito legal, aunque no creen que nada suceda más allá de alertar a otros para que no les pase lo mismo.

Probablemente alguien le envíe esto y responda haciendo lo mismo que ha hecho otras veces: mantendrá sus perfiles privados, fingirá la inhabilitación de alguna de sus cuentas, bloqueará usuarios y comentarios y evitará la confrontación a toda costa. Seguramente en el proceso se quejará por supuesta difamación, hará un par de columnas en el medio para el que escribe y los demás seremos espectadores de nuevas producciones cinematográficas grabadas en algún hospital y en las que ella, por supuesto, será protagonista.

¿Siente usted que la conoce después de haber leído esto? Después de identificarla, ¿es víctima de esta mujer? Escríbame con sus evidencias, porque detrás de estas páginas hay varias personas que están cansadas y decepcionadas, y que buscan que a nadie más le pase lo mismo con esta escritora, periodista, modelo, experta en innovación digital y ahora presunta estafadora.

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Águeda Villa

Comunicadora social. Me gusta leer, escribir y hablar de mis obsesiones.