Es hora de hablar

Águeda Villa
7 min readSep 11, 2022

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Ilustración: Freepik

Hace algunos días utilicé mi blog personal para desahogarme y quitarme peso de una situación que ya se estaba haciendo insoportable. Un elefante en la sala que engordaba sin parar, un secreto a voces que no solo me estaba incomodando a mí. Y como nadie me lo impedía, aquí en mi perfil de Medium escribí sobre una mujer en Medellín que modela ropa interior y que en sus redes sociales y en los mensajes que envía a todo el mundo se autodenomina escritora, periodista, experta en marketing digital e innovación y ostenta mil títulos más, que a juzgar por sus acciones, algunos nos atrevemos a cuestionar.

En el texto hablé de un par de situaciones cercanas en donde esta mujer en cuestión había tardado meses enteros en saldar deudas relacionadas con sus saberes, y en otras más en donde tenía pendientes con algunas personas que habían tenido la mala suerte de cruzarse con ella. A raíz de eso que escribí a mi nombre, en mi propio espacio digital y con mis propias palabras, un sinnúmero de personas comenzó a enviarme mensajes a mis perfiles personales contándome que tenían casos similares con esta misma persona: deudas que ascendían a varios millones de pesos, promesas vacías incumplidas, excusas, excusas y más excusas.

Lo que al principio se veía como mala suerte es al parecer el comportamiento habitual de esta mujer. Las personas que me escribieron sostienen haber recibido videos de ella grabados con la cámara frontal de su celular desde el hospital, mensajes de WhatsApp con la voz entrecortada en los que describía varios problemas e inconvenientes para ponerse al día con la deuda, fallas en la aplicación de su banco, resonancias magnéticas, hospitalizaciones, enfermedades terminales para sus familiares más cercanos y cadenas larguísimas de correo para posponer al máximo el pago de sus deberes económicos con los demás.

Estas joyas audiovisuales sucedían siempre tras bambalinas y eran acuerdos tácitos entre la deudora y los destinatarios, que en su buena fe confiaban en esas excusas y decidían esperar con paciencia el pago que les correspondía. A los ojos de todo el mundo, en cambio, sus redes sociales seguían creciendo: instastories de los eventos a los que asistía, copas de vino compartidas, registro de los lugares sobre los que aparentemente debía escribir alguna reseña después, fotografías en las que aparecía en ropa interior con textos larguísimos en los que repetía que era humana, que cometía errores y que gracias a su trabajo –quién sabe cuál de todos los que presume– recibía todos los días incontables aprendizajes.

Me convertí sin planearlo en el oído y el hombro de una cantidad significativa de personas que encontraron en mis redes sociales o en mi correo electrónico el lugar para volcar sus dolores y frustraciones con esta misma persona. El sentir de casi todas era rabia y sorpresa: algunas de ellas pensaban hasta el momento de leerme que eran las únicas a quienes la emprendedora, escritora y periodista les debía dinero o servicios. Yo también me sorprendí cuando el número comenzó a hacerse más grande y entendí que con un par de chats de WhatsApp no bastaba: había llegado el momento de abrir un excel y comenzar a alimentar una carpeta que delegaría a una abogada, consciente de haber estudiado Comunicación Social y no Derecho.

“Me impresiona, pero no me sorprende”

Algunas de las personas que han escrito a mi perfil personal dicen conocerla de antes. Han compartido varios espacios, algunos más íntimos que otros, y sostienen haber notado en ella que no todo estaba bien. Trabajos mediocres en la universidad con copia en algunos de ellos, préstamos que solicitó y nunca pagó, servicios que ofreció y nunca realizó y negocios que comenzó y que no prosperaron, y que solo terminó pagando cuando el dueño del dinero amenazaba con contarle todo a su familia más cercana.

Nosotros, los demás, no sabemos nada de ella más allá de lo que comparte en sus redes sociales. ¿De dónde salió esta mujer? De las compañeras de universidad que me han escrito ninguna compartió ceremonia de grado con ella; en las ruedas de prensa a las que llega sola ningún periodista de los que me han contactado dice conocerla. En las fotografías en las que la etiquetan se ve casi siempre en las esquinas, como si apareciera justo antes del disparo de la cámara. Algunos mencionan que sus acreditaciones en los eventos no parecen ser legítimas, pues se registra a nombre de un medio que nadie conoce y al no aparecer en lista se atribuye por lo general el refrigerio o el almuerzo que le corresponde a alguien más.

Es como si nadie a parte de ella misma se atreviera a sostener datos suyos. En cada día del periodista, eso sí, encontramos en Instagram su carrete reglamentario con las siete u ocho fotografías en las que se le ve escribiendo en una libreta, en donde es entrevistada por alguien más, o en las que sostiene un micrófono que tiene el logo antiquísimo de un canal nacional. ¿Qué ha presentado antes? No hay registro, más allá de las transmisiones virtuales realizadas durante la pandemia, de los podcasts que ella misma ha hecho o de los videos que sube a su nombre en su Instagram. ¿En dónde ha escrito a parte de la antología en la que participó y el medio que hoy le presta su espacio para sus artículos de opinión? Tampoco sabemos, especialmente porque poner su nombre en google arroja solamente las fotografías de su trabajo como modelo, un accidente en el que estuvo involucrada y un incidente con la Secretaría de Tránsito de Medellín.

Eso sí: sus redes sociales lo cuentan todo, incluso las nominaciones a varios premios que anuncia con bombos y platillos y en las que sube por lo general una fotografía de sí misma, su nombre y la bandera de Colombia, sin dar mayores indicios sobre la entidad que la nomina, algún logotipo institucional o alguna etiqueta para corroborar. La vaguedad en su máxima expresión.

No es solamente el dinero

Entre los logros más recientes de nuestra experta en innovación está el haber comenzado a manejar las comunicaciones de una banda que en Medellín queremos mucho. No llegó en franca lid, pues entró a trabajar con los insumos que la comunicadora anterior le dejó listos: parrilla de contenidos, bases de datos y un plan de medios impecable con los que esta emprendedora se presenta en canales de televisión regionales, anunciándose incluso con el nombre de la comunicadora anterior. Los insumos que le quitó a su antecesora son los que hoy toma como base para darle la patadita final a un trabajo de tres años que ella no hizo, pero que se atribuye como propio cuando toma el micrófono en el escenario e insinúa estar desde el día uno… sabiendo, como nosotros, que está allí realmente desde hace menos de un mes.

Su segundo logro reciente es haber comenzado a escribirle a algunas personas que han compartido el texto que escribí sobre ella hace algunos días. Dice que se le hace muy delicado lo que aquí se encuentra escrito y que “el caso ya está en manos de la Fiscalía”, según ella por calumnia, cuando ni el texto ni la descripción de quienes lo comparten contienen su nombre. ¿Qué calumnia le van a comprobar? ¿No es más delicado deberle dinero y servicios a tanta gente y seguir saliendo todos los días con las mismas excusas? La razón de su mensaje aparece unos cuantos renglones después: “te recomiendo que elimines esa publicación y con mucho gusto solucionamos lo tuyo y lo mío por nuestro lado”.

Si bien muchos respetamos el debido proceso, sabemos que en Colombia la sanción social no es un delito y hace parte de nuestra libertad de expresión, siempre y cuando la hagamos con un buen uso del lenguaje y sin incluir datos privados de la persona como la dirección de su domicilio o su número telefónico de contacto. Es posible que nuestra escritora y periodista no lo sepa, pues a cada persona que compartió el texto anterior la llamó y le escribió amenazándola con denunciarla por injuria, calumnia, difamación, y quién sabe cuántos cargos más. O tal vez sí lo sepa, y por lo mismo se esté valiendo de las herramientas más bajas para tratar de silenciar a quienes ha afectado de alguna manera para evitar que mencionen su nombre en redes. Bien lo vimos con la nota de la Secretaría de Tránsito y con el suceso de su accidente: a nuestra modelo de ropa interior le encanta la atención, pero no todo tipo de atención; pues vive de la imagen que ella misma ha creado y sería nefasto que esa imagen se cayera.

Algunas personas que trabajaron con ella, que le ofrecieron su amistad, le prestaron dinero o le pagaron por adelantado algún servicio que no recibieron reunieron las pruebas necesarias para llevar este asunto al ámbito legal. Conocen su derecho a la libre expresión y como última medida saben que, si no reciben lo que hoy dan por perdido, van a unirse y hacer uso de ese derecho. Ya no están con ellos la culpa y las autorecriminaciones que alguna vez sintieron por haber actuado de buena fe; hoy son unidad, están listos y no piensan quedarse callados, ni siquiera ante las amenazas vacías con Fiscalía, las nuevas promesas de conciliación que seguramente van a incumplirse o los escondites que se invente con las opciones de privacidad de sus redes sociales.

Como ella misma lo ha dicho alguna vez, es hora de hacer una pausa y respirar… y coger impulso, porque esto apenas empieza.

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Águeda Villa

Comunicadora social. Me gusta leer, escribir y hablar de mis obsesiones.