“A mí no me han formado para atender a ESTOS niños”

Carmen Alemany Panadero
5 min readNov 25, 2019

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Imagen: Google imágenes

Las niños y jóvenes con problemas psicológicos de conducta o emocionales se enfrentan a diario al estigma social, al rechazo y a los prejuicios, lo que dificulta su adaptación escolar y social. Los niños con ansiedad, depresión, TDAH, ideación suicida o trastornos de la conducta alimentaria también asisten a la escuela, y se enfrentan día a día con un sistema educativo que no está preparado para atender sus necesidades.

El estigma social, los estereotipos y la falta de comprensión y empatía se encuentra presente en todos los ámbitos de la sociedad, también en los centros educativos. En el sistema educativo existe un problema de falta de recursos, falta de personal especializado, insuficiente inversión en formación específica, sobrecarga de los profesionales y burnout. La falta de profesionales especializados sobrecarga a los docentes (“lo siento, pero a mí no me han formado para atender a ESTOS niños”). También existe en algunos profesionales cierta falta de sensibilización, deseos de tener un alumnado “uniforme” que cause pocos problemas, y falta de motivación e implicación.

Sin embargo, “estos” niños y niñas están aquí, en nuestras escuelas. Y no van a desaparecer por arte de magia. Uno de cada cinco niños/as o adolescentes padece de problemas emocionales o de conducta, según el Libro Blanco de Psiquiatría del Niño y el Adolescente de la Fundación Alicia Koplowitz. Más del 70% de los trastornos mentales aparece antes de los 18 años. Por lo que es necesario que los centros educativos estén preparados para acoger esta diversidad. Por el bien de los niños, de los docentes que trabajan con ellos, y por la buena marcha del centro, es mejor para todos que este alumnado esté cubierto y atendido.

Cuando la intervención fracasa. La historia de Elisa

Elisa, de 15 años, tenía TDAH y un trastorno de ansiedad, y sufría acoso escolar en el instituto. Dos compañeros la seguían hasta su casa insultándola y llamándola puta durante todo el camino, llamaban al timbre del portero automático de su vivienda día tras día, la insultaban por whatsapp y le decían burlas y apelativos humillantes en los pasillos del instituto. Elisa contó lo que le sucedía a la Jefa de Estudios, que derivó el caso al Departamento de Orientación. La madre de Elisa informó al centro de que su hija tenía un trastorno de ansiedad, que esta situación le producía ataques de ansiedad, y que la menor se había autolesionado realizándose cortes en las muñecas recientemente, como consecuencia de la angustia que le generaba pensar en los agresores.

Desde el Departamento de Orientación, reunieron a Elisa y a sus agresores en un despacho. Intentaron llevar a cabo una mediación entre las partes. Pero nadie preguntó a la afectada si podía afrontar psicológicamente el encuentro. La mediación no siempre es adecuada (ni posible). Las víctimas pueden bloquearse, entrar en modo “lucha o huida”, sentirse amenazadas o sufrir una crisis de ansiedad. La tensa reunión transcurrió como era de esperar: insultos, acusaciones y comentarios denigrantes hacia la víctima. Elisa llegó a casa con una nueva crisis de ansiedad y vomitando.

En un caso como este, parece más razonable recabar las dos versiones por separado, evitando exponer a la víctima a la proximidad con sus agresores y evitando una crisis de ansiedad. Una intervención que tuviera en consideración a la víctima podría haber evitado la revictimización, y haber permitido una narración más pausada, serena y coherente de los hechos.

En una entrevista a El País, el Ministerio de Educación reconoce las carencias. “Hay un déficit de orientadores en nuestro sistema y se ven obligados a hacer frente a una gran cantidad de funciones, además su formación es insuficiente. El máster habilitante de orientador es claramente insuficiente para una posición tan compleja que requiere un alto grado de especialización”, señala Consuelo Vélaz de Medrano, directora general de Evaluación y Cooperación Territorial. El mismo Código Deontológico de los Orientadores Educativos hace referencia a la necesidad de que los orientadores posean una sólida formación y una actualización frecuente de la misma, dada la gran complejidad de su trabajo.

¿Cuenta el personal de los centros educativos con la formación específica necesaria?

El caso de Elisa me ha hecho reflexionar sobre la preparación, formación y sensibilización del personal que trabaja en centros educativos. Existen evidentes carencias en la atención psicopedagógica y social al alumnado. En Primaria, los equipos de orientación (EOEP) tienen a su cargo diversos centros (en ocasiones muchos centros) y no pueden prestar una atención cercana ni individualizada. En Secundaria, los Departamentos de Orientación de los institutos suelen disponer de un solo orientador/a. En un entorno tan complejo como es un instituto de secundaria, falta formación específica y falta interdisciplinariedad.

En un artículo anterior ya propuse la creación de Equipos Psicosociales, en los que intervendrían psicólogos, trabajadores sociales y educadores sociales, que podrían paliar las necesidades y demandas de tipo psicosocial que hay en el alumnado y que los Equipos de Orientación no siempre pueden cubrir. El sistema educativo necesita de la intervención psicosocial, no como sustituto, sino como complemento y apoyo a la orientación educativa.

El alumnado de hoy en día es plural y diverso. Distintas culturas y etnias se entremezclan en las aulas. Alumnos con un trastorno psicológico, con dificultades emocionales, con problemas sociofamiliares o con necesidades educativas especiales comparten clase con alumnos que atraviesan su adolescencia con más o menos turbulencias. Alumnos sin ningún trastorno pueden atravesar una fase de especial dificultad en sus vidas tras un divorcio en la familia o la muerte de un ser querido. Todos los alumnos pueden necesitar apoyo y orientación en un momento dado. Es esencial que los profesionales que han de atenderles tengan formación específica en las problemáticas más habituales en niños y adolescentes, y que dispongan de una actualización adecuada de su formación.

Resulta obvio que en el caso de Elisa algo ha fallado. Carencias en la formación específica de la profesional en materia de bullying, mediación y psicología de los adolescentes podrían estar detrás del fracaso de esta intervención. Pero también podría haber otros problemas, como la sobrecarga de trabajo, el síndrome de burnout, la falta de recursos humanos y técnicos y la carencia de profesionales de la psicología y del trabajo social en los centros educativos.

¿Creéis que casos como el de Elisa se dan con frecuencia en nuestras escuelas? ¿Podrían los profesionales de la intervención social aportar algo a este tipo de casos?

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Carmen Alemany Panadero

Trabajadora social en Servicios Sociales. Graduada en Trabajo Social. Licenciada en Periodismo. Opiniones propias.