Pernambuco: la bandera del carnaval
Visité la tierra del carnaval más lindo del Brasil cuatro veces durante el 2021: en enero, febrero, junio y diciembre. Viajes cortos, de un par de días. Curiosamente la misma cantidad de veces que estuve en Paraíba y Ceará, en ese mismo año mochileando por mi país soñado. ¿Qué recuerdo, qué sentí, dónde estuve? Escribir después de meses es hurgar en un cajón de memorias, reactivar algunas y a veces me pierdo en medio de esa trilha de vivencias… pero como diría Chris Pratt haciendo de Mario para la nueva pela: let’s-a-go!
Enero de tiburones 🦈
Lo primero que viene a mi mente es la Praia de Boa Viagem, ubicada en el centro de Recife, la capital. Esta playita es mencionada en un tema que conocí en aquella época, llamado La belle de jour, la versión cantada por Alceu Valença: “Eu lembro da moça bonita da praia de Boa Viagem”. Lo que yo lembro en particular es haber nadado, algo desconfiado porque de todo el nordeste estaba en la ciudad de la que se habla de ataques de tiburones. Se me quedó muy grabado eso al punto de usarlo como ejemplo en mis clases de Semántica. Pero igual nadé. Estar en el nordeste y no hacerlo sería como un desaire. O al menos así lo siento yo.
La que no tiene tiburones o por lo menos no tuvo cuando fui y que me encantó fue la Praia de Candeias, dentro del municipio de Jaboatão dos Guararapes. Está al lado de la capital y en taxi se llega en una media horita. El mar es muy calmo, al punto de sentirte en una piscina. A solo 17 kilómetros de distancia de Boa Viagem.
Definiría a Recife como una ciudad con el caos de toda ciudad pero con playas y un centro histórico lindo. Me veo hace dos años caminando en el Marco Zero, del lado al Puerto de Recife, local público inaugurado en 1938 que recibe turistas y artistas. Infaltable la fotito con el nombre de la capital. O cruzar en barco para ver el Parque de las Esculturas Francisco Brennand, inaugurado a finales del año 2000.
De Recife recuerdo algo más: no haber hecho amigos en el Ramon Hostel Bar y caminar por la orla, ya sea para tomar agua de coco o açaí. Ver pocitas formadas por el mar al retirarse en la playa de Boa Viagem, donde niños y niñas juegan y nadan a cualquier hora, sí, incluso a las diez de la noche. Me veo solo, contemplativo, y de a pocos aprendiendo a ser leve, con esa leveza única en el corazón que tienen los brasileños.
Enero me dio algo más: conocer el epicentro del carnaval: Olinda. Este municipio está a 10 kilómetros de Recife, tiene 487 años y fue declarado en 1982 como Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la UNESCO (mi ex jefa y la mejor que he tenido en el planeta trabaja allí, Giuliana Valle, te adoro). Olinda se puede recorrer en un día, pasear por sus iglesias entre subidas y bajadas, tomar fotos con vista al mar (imperdible desde su elevador) o frente a las casitas de colores clásicas del nordeste. Abundan las feirinhas de artesanato, las fiestas, las sambas y más de un evento cultural.
Febrero de carneros 🐏
Y volví nuevamente a Pernambuco, luego de completar en bus los nueve estados del nordeste. Lo lindo de esta región es que varios son pequeños y esto permite recorrerlos con facilidad. Me moví mucho en bus y en BlaBlaCar. Atrás quedaron los días en los que viajar dentro del país era complicado y necesitaba ir en avión. Me iba sintiendo más canchero, más en casa. Los estados eran avenidas. O al menos así lo sentí yo.
Porto de Galinhas queda dentro de un municipio llamado Ipojuca y está a 60 kilómetros al sur de la capital. Es un destino favorito para turistas y surfistas, y considerada una de las playas más emblemáticas dentro del Brasil. El nombre ya me sonaba. Uno de mis mejores amigos de la universidad fue hace más de 15 años y me trajo un polo del balneario. El peruano con el nombre más inglés del mundo: Anthony Hall.
El hostel en el que me quedé las tres veces que fui se llama Beach Life Porto de Galinhas. Los dueños son una pareja de argentinos muy simpáticos y tienen una perrita llamada Música. Se encuentra cerca de la playa, en un ambiente súper natural y con un desayuno de primera. Aquí dejo algunos destaques de mis visitas:
Cuando se habla de Porto de Galinhas, uno de los paseos más sonados es el de la Praia dos Carneiros, situada en el municipio de Tamandaré, a una hora de distancia. Recuerdo haber ido en BlaBlaCar y haberme negado a pagar doscientos reales por dormir una noche. Me sentía frustrado, no encontraba nada. Todo estaba ocupado o era muy caro. El anciano dueño de un hotel tres estrellas me dijo que no importa, que me quede. No conseguí entender cómo iba a dejarme dormir sin pagar.
Nosotros somos así.
Y dormí en una habitación modesta, en un colchón sin sábanas. Pero al menos tuve donde quedarme. Gestos así se me quedan grabados, sobre todo cuando vienen de quien no tiene mucho y aún así quiere dar. Le agradecí mucho por haberme salvado.
El atractivo principal de la playa es una iglesia pequeña dedicada a São Benedito. En las fotos y en internet figura como “Igrejinha”. Es verde y bonita y cercada por turistas que buscan la toma perfecta. Hice mis dos capturas y regresé por donde vine antes de que la marea subiera más y me quedara sin teléfono.
Junio de gallinas 🐔
Loretta amó Porto de Galinhas. El nombre del puerto se debe a que durante la abolición de la esclavitud, cuando los navíos continuaban llegando con esclavos y eran detenidos por la fiscalización, los capitanes de los barcos decían que se encontraban transportando gallinas. Llevé a mi mejor amiga a pasar unos tres días en la ciudad, diría que el tiempo justo.
Y aunque Rio Grande do Norte está plagado de arcoíris, he de confesar que Porto me regaló uno muy lindo que conseguimos registrar. Pienso en ese viaje largo de dieciseis meses surcando el Brasil y confirmo en lo afortunado que fui con tanto sol y color como los de esa tarde:
Diciembre de libros 📚
Rio Grande do Norte sigue haciendo cameos en mis historias sobre otros estados. Vivir allí siete meses (5+2) me regaló futuros encuentros en distintas partes del país (y fuera de él). Eso pasó con Gil y Flavio en Pipa. Los conocí en Pipa y los volví a ver en Olinda. Ese día ayudamos a uno de ellos a mudarse. Y este momento congelado en la cámara me enternece, no sé exactamente por qué:
Quizá es ver a mi yo de hace dos años con el cabello largo, cargando la metáfora de bitácoras de viajes y conexiones y construyendo en esa torre de historias un sueño, el de conocer el país más grande de Sudamérica. Y en el camino, recorrer una ciudad más, recibir un abrazo sincero, hacer de Brasil o meu lugar, en cada iglesia, en cada estación y en cada corazón. O al menos así lo sentí yo.
Me despido mencionando que este artículo se gestó en el aeropuerto de Salvador de Bahía y salió a la luz en un hostel de Fortaleza. Durante mi noveno y actual viaje dentro del Brasil, post sueño cumplido de recorrer los veintisiete estados y ahora rumbo a las cien ciudades. Sigo cargando mi vida en una mochila y se siente demasiado bien. ¡Feliz carnaval, galera! Y aunque no lo pasaré en Pernambuco, dejo este proyecto que resume el mejor carnaval del mundo, con blocos, bonecos gigantes, mucho color y amor: