Piauí: una gema escondida en el nordeste
Si Espírito Santo es el tesoro oculto de la región sudeste, quien toma ese rol en el nordeste brasilero es Piauí, cuyo nombre proviene de la lengua tupí y significa “río de peces pequeños”. Este estado tiene influencia de muchos otros territorios: limita al este con CE y Pernambuco, al sur con BA, al suroeste con Tocantins y al oeste con Maranhão.
Durante los 16 meses que viví en Brasil tuve la chance de conocer gente que apostó por la vida nómade gracias al trabajo remoto. Muchos mochileaban por el nordeste, conociéndolo todo o parte de. O subías o bajabas. Si hacías lo primero tomabas la Rota das Emoções (Ruta de las Emociones), un proyecto turístico creado en el 2005 e impulsado por SEBRAE (Servicio Brasilero de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas). La ruta consiste en recorrer 900 kilómetros de tres estados vecinos: Ceará, Piauí y Maranhão. Destacando como destinos más atractivos los Lençóis Maranhenses, la Delta do Parnaíba y Jericoacoara, del que hablé en mi último artículo.
Llegué a PI huyendo de la soledad cearense. Pude esperar un par de días más e ir en una camioneta con un grupo para que el traslado no sea tan caro. Pero en aquel entonces creía que mi viaje #8 a Brasil duraría solo dos meses. Quería aprovechar el tiempo. Pagué probablemente el triple pero me fui de Jeri en un carro particular, en un viaje que tomó 170 kilómetros y cerca de tres horas.
Barra Grande fue mi primer destino piauiense. Es un balneario que queda en el municipio de Cajueiro da Praia a 70 kilómetros de distancia de la ciudad de Parnaíba. La señal de internet es paupérrima. Por lo menos, Vivo, que era mi operadora jamás consiguió conectarse. Desde el centro de Barra, cogí el internet de la plaza y a tientas, confiando en lo que consiguió descargarse en el Google Maps llegué al lugar donde me hospedé: Raízes Eco Hostel.
Uno se resiste pero hay un encanto en el hecho de no poder estar conectado 24/7. Ganas más tiempo para apreciar lo que hay fuera del celular y te obligas a andar guiado por la memoria y la intuição. El hostel es una maravilla. Las habitaciones compartidas e individuales tienen nombres que sintonizan con la vibra del espacio: Vida, Flor, Sol, Semente (Semilla), Folha (Hoja) solo por citar algunos ejemplos.
Tati y Denny, los dueños, dejaron la vida citadina en São Paulo y apostaron por el sueño de construir un hospedaje ecológico y sustentable, respetando y preservando a la naturaleza, y los mensajes del hostel refuerzan la idea y el sueño. Raízes tiene un bar, una estructura de madera, propicia el reciclaje y la protección al medio ambiente. El sistema de agua que manejan permite que esta no sea desperdiciada. Los mensajes en cada rincón también celebran la diversidad y todas formas de amor.
Raízes se ubica, además, a solo cinco o siete minutos a pie de la playa. Que es considerada como la Nueva Jericoacoara, al recordar cómo era dicho balneario antes de que se volviera tan comercial. El encanto de Barra Grande está, justamente, en que aún no ha sido tan explotado por el turismo. Cuando uno piensa en Piauí, se viene a la cabeza del viajero Teresina, la capital; o la Delta de Parnaíba, río ubicado en la ciudad que tiene el mismo nombre. Pero Barra Grande, continua siendo una gema escondida en el nordeste. Para todos menos para los kitesurfers.
Kite pa’ ti!
Gracias a las condiciones favorables del tiempo (buen viento, mar tranquilo y rico sol), Barra Grande es el destino idóneo para navegantes y visitantes que quieren practicar este deporte no tan barato, a menos que ya tengas comprado el equipamento. Así como en Jeri y Pipa encuentras escuelas de surf, en Barra sin duda abundan las escuelas de kitesurfing.
Ver a la gente elevándose desde el mar y danzando en los aires al son del viento es algo hermoso. Esto inyecta en mí un sentimiento de nostalgia. Porque recuerdo claramente la primera vez que vi a alguien haciendo kite. Fue en octubre del año 2009 en Long Island, Nueva York, acompañando a mi tío Rubén a su trabajo. Recuerdo haberme quedado esperándolo durante una tarde, en la playa. Vi en el mar lo que pensaba que eran dos jóvenes surfistas y, ¡zaz! Conquistaron el cielo.
A diferencia de Jeri, en Barra sí estuve más acompañado. Conocí a una pareja de argentinos, a un maranhense llamado Marcus y me tomé el último día un selfie con el dueño del hostel, cuyo desayuno, de hecho, era una delicia. Y gratuito. Aquí dejo algunas lembranças:
City of lights (and donkeys)
Hay un encanto en la leveza de algunas personas y ciudades. Pude comprobar eso en más de una ocasión durante el año y cuatro meses en Brasil. Algo en la simpleza de las cosas y en el corazón leve que se siente bien. Y se siente en un atardecer. En una conversación. En un contacto. En las millones de ranitas que aparecían en el hostel sin joder a nadie. Solo fluyendo. Más después de las lluvias. Eso llena el alma. Acoge. Y abraza. Lo había perdido en Jeri y sí lo recuperé en Barra.
Recuerdo las noches en la placita del balneario. Llegar al centro tenía su encanto porque no existe allí tanta luz pública, entonces son los propios moradores quienes a través de sus lámparas iluminan la ciudad. Lámparas hechas de paja, conchitas y otros materiales naturales. Barra Grande brilla a través de la luz amarilla, mi favorita. Siempre he detestado la blanca porque me recuerda a los hospitales. Algo nostálgico y profundo ocurre a través de las luces amarillas. Y ese espacio en Cajueiro da Praia lo comunica.
Otro detalle que llega a mi memoria es la cantidad de burros que caminaban por el centro. Estos animales transitan libremente y parecen ser simbólicos dentro del balneario. Recuerdo haber ido con Ramiro y su novia a tomar helado y encontramos a este entrañable personaje:
Adiós Barra Grande, hola Parnaíba
Los buses salen durante las mañanas desde la playa hacia Parnaíba. Su nombre en tupi significa “gran río no navegable”. Y fui para tomar un bus que me lleve a Maranhão para así completar la Ruta de las Emociones. Conocí muy poco de la ciudad pues estuve apenas una noche pero la sentí muy organizada. Y cuenta con su propio aeropuerto.
Tuve una noche llena de adrenalina en Parnaíba. Fui a un lugar llamado Praia da Pedra do Sal a quince kilómetros de la sede del municipio. Llegué en bus, sin dificultades. La playa se encuentra dentro de la Isla Grande de Santa Isabel, isla fluvial del Delta do Parnaíba. La “piedra” se divide en dos lados: el bravo y el manso. El segundo es óptimo para nadar y pescar. El primero es perfecto para el surf y el kitesurf. Sospecho que estuve en el lado bravo porque el viento era imparable.
Llegué tarde y no conseguí ver al sol ponerse. Y no solo eso: me dijeron que el último bus salía a las 6 de la tarde pero aparentemente el que me dejó en la playa fue el último, por ser domingo. ¿Cómo haría para llegar al hotel cuando ningún conductor de las aplicaciones de taxis quería ir hasta allá? ¿Cómo regresaría si tampoco habían taxistas disponibles en las calles? ¿Caminar quince kilómetros? ¿En lo oscuro? ¿En medio de la pista? ¿O entre la floresta? Estaba aterrado y frustrado. La playa quedó desolada. No había nadie. Caía la noche. Me quedaba sin batería en el celular. Ya me veía perdiendo el tícket hacia Barreirinhas al día siguiente.
Y los infortunios de los viajes muchas veces traen consigo ángeles. En mi caso fueron dos adolescentes a los que pregunté cómo podía salir y me dijeron que nadie iba hasta el centro de la ciudad, tendría que pasar la noche en Pedra do Sal. Imposible, no podía. Si lo hacía perdía el bus para ir al estado vecino. En el camino, los chicos encontraron a un amigo suyo, que justo pasaba en moto y le pidieron que me lleve. Inmediatamente dije que le pagaría. No comentó nada al respecto. Me dijo que me suba.
Recorrí, colocando las palmas de mis manos en sus hombros (¿o fue su cintura) durante los treinta o cuarenta minutos más aterradores de aquel verano. No por desconfianza al sujeto en cuestión. Pero sí porque me asustan las motos. Y en más de una ocasión ya nos veía chocado y muriendo en medio de la autopista. Sufrí pero un sentimiento de gratitud y calidez también me acompañó durante el trayecto. En esa pista estrecha. En esa moto. En esa noche. Me dejó a dos o tres minutos del hotel. Agradecí varias veces. Le di algunas decenas de reales. No miró el dinero pero lo aceptó y agradeció. Mi aventura continuó.
Adeus 2021, olá 2022
Al único estado del nordeste cuya capital no tiene mar y que de hecho, el mar que tiene en Cajueiro de Praia se obtuvo por un acuerdo con Ceará, volví exactamente un año después: en enero del 2022. Tras haber completado el sueño de recorrer los 27 territorios del Brasil. Estuve solo dos días en Teresina pero visité parques, ríos y dos iglesias hermosas.
Teresina linda
La Iglesia São Benedito es hermosa y la más llamativa dentro de la capital pero no es la única que vi. También conocí la Iglesia de Nuestra Señora del Amparo, fundada en 1852 en la hoy conocida Plaza Marechal Deodoro. Amo fotografiar iglesias. Lo dije en el artículo de Ceará pero ese interés nació en Paraíba, estado que conocí después.
Cerca de dicha plaza, se encuentra el Clube dos Diários de Teresina, espacio de élite que sirve de escenario para diversos eventos culturales, políticos y sociales. Y caminando solo un poquito más está el Teatro 4 de Setembro. Ambos lugares cerrados cuando fui, pero no dejé de fotografiarlos:
Teresina perdida
Lo único decepcionante en este corto viaje fue la visita al Jardim Botânico. Ya conocía el de otras tres capitales: Río de Janeiro, Curitiba y São Paulo. Y solo en el de esta ciudad encontré tanto descuido y abandono. Al jardín entré durante mi última tarde, solo por unos minutos.
No había ningún tipo de vigilancia, tampoco un alma y había basura alrededor y caminos sin indicaciones, salvo el nombre de las trilhas. No solo le tengo miedo a las motos, también a los caminos sin salida y sabe Dios con qué bichos. No me arriesgué y salí con varias picaduras de mosquitos. Aquí dejo los únicos dos registros de una opción viajera con mucho potencial no aprovechado:
Teresina bonita
Obviando la visita al Jardín Botánico, la ciudad sigue siendo hermosa. Me quedo con la noche en el King Kobra a la que mi tocayo me llevó, una especie de casa adaptada a bar durante las noches y con precios de caipirinhas y otras bebidas bastante asequibles; recomiendo también visitar la Central de Artesanato Mestre Dezinho, que alberga treinta y cuatro tiendas de artesanía y arte popular.
Recorrí los veintisiete territorios del Brasil. Pero no las veintisiete capitales. Teresina en Piauí fue la penúltima. Y cerraré el proyecto con Goiânia en Goiás. Porque algunos sueños dan lugar a otros sueños. O gemas escondidas en las profundidades del planeta.
Nos leemos en el próximo estado… ¡Maranhão!