El problema del tiempo

Imaginemos la siguiente situación: alguien se despierta, se despereza y comienza a pensar en la cama: “Me tengo que levantar. Uh, hoy tenemos reunión a las nueve. ¿Estará Mariana en la reunión? El otro día llevó masas secas de dulce de leche. Me voy a lavar la cara y a hacer un café.” Estos pensamientos en definitiva son: “Me tengo que levantar” (necesidad consciente por algo que sucederá en un futuro cercano). “Uh, hoy tenemos reunión a las nueve” (imaginación de un acontecimiento que sucederá en el futuro cercano). “¿Estará Mariana en la reunión? El otro día llevó masas secas de dulce de leche” (tanto la pregunta como la aseveración son producto del recuerdo de una reunión pasada, en la cabeza de este pensador están las imágenes de aquella reunión). “Me voy a lavar la cara y a hacer un café” (necesidades y deseos conscientes que serán saldados en un futuro cercano). Con otras palabras, en este ejemplo todos los pensamientos tienen alguna relación con el pasado o con el futuro. Así es como con total naturalidad nos desplazamos hacia a adelante o hacia atrás en el tiempo, a través del pensamiento.

Hoy quiero retomar una idea que elaboré hace algunos años y escribí en mi primer libro, “Bienvenido a la vida, bienvenido a la muerte”. Allí el protagonista, un aprendiz de poeta, descubre que el único problema del ser humano es el tiempo, que todos los demás problemas son, en realidad, una extensión o una reformulación de este. Este poeta encuentra una “solución”: el, así llamado, momento eterno.

Para coincidir en que el único problema del ser humano es el tiempo, debemos dejar de lado todos los problemas no-conscientes, es decir, aquellos que involucran a nuestras necesidades animales: las urgencias de la supervivencia. Con otras palabras, una vez saldadas estas urgencias, el ser humano se puede preocupar por otras cosas. Alguien que lleva una semana o dos semanas sin comer es capaz de cualquier cosa por un poco de comida, una pulsión interior (el hambre) lo puede llevar a hacer “locuras”. Una vez saciadas las urgencias animales, pensamos. Y cuando pensamos el 99% de las veces, como en el ejemplo anterior, estamos desplazándonos en el tiempo. De hecho, el desplazamiento (espacio/temporal) es una de las características distintivas del lenguaje humano. En los otros sistemas de comunicación animal prácticamente no hay desplazamiento (cuando lo hay, este es infinitamente menos complejo que el del ser humano). Es decir que el resto de los animales está condenado a elaborar “pensamientos” relacionados con el entorno que los rodea, con el tiempo y espacio que tiene a la vista (hay algunos casos de desplazamiento en otros lenguajes, es el caso de las abejas o los delfines, pero se trata siempre de un desplazamiento para ocasiones específicas e infinitamente menos complejo que el que logra el ser humano). Nosotros constantemente estamos viajando al pasado (por ejemplo, cuando recordamos algo) o al futuro (cuando imaginamos algo que sucederá o podría suceder).

Por su parte, el presente siempre será el momento de enunciación o producción de los pensamientos. El presente es el único espacio del tiempo que no podemos imaginar. Ya lo conocemos, estamos parados sobre él, no podemos crear imágenes (recuerdos) de él como hacemos con el pasado o crear imágenes (hipótesis) de él como hacemos con el futuro.

Si los pensamientos conscientes son la imaginación de algún momento del tiempo distinto al presente, ser consciente no es otra cosa que ser consciente del tiempo: reconocer que estamos aquí, que hubo un antes y que habrá un mañana.

Hoy día es imposible pensar que el tiempo le fue revelado al ser humano de la noche a la mañana. La consciencia del tiempo tuvo que desarrollarse en nuestra especie, necesariamente, con lentitud y en simultáneo con la complejización de nuestros pensamientos (esto es, con la complejización del lenguaje). En efecto, es probable que el desarrollo del lenguaje humano haya llevado unos cuantos miles de años, pero, a la vez, es igual de probable que su evolución haya sido exponencial. ¿Cuál es para el ser humano, entonces, “el problema del tiempo”?

“El problema del tiempo” es ser conscientes. Ojo, ser conscientes del tiempo fue muy provechoso para la especie humana: nos permitió cooperar; esto es generar comunidades, confiar en el otro, reconocer y transmitir dónde hay fuentes de alimento y dónde hay peligros, sentirnos parte de un territorio, de una historia en común, de una familia, etcétera. No por nada el ser humano, siendo un ser pequeño, sin demasiados músculos ni fuerza (en comparación con otros animales), se impuso de manera inapelable sobre todas las demás especies. Pero esta consciencia que es beneficiosa para la especie es trágica para el individuo, pues nos pone cara a cara con la tragedia de la vida. Ser conscientes del tiempo es ser conscientes de nuestra finitud y de la finitud de quienes nos rodean, es elaborar deseos (proyecciones de futuro) que nos llevan a actuar en busca de la satisfacción; y si esas proyecciones de futuro realizadas en el pasado son distintas al presente que vivimos, aparece la frustración, la crisis de los 30, de los 40, de los 50…

La consciencia del tiempo es la mañana, las dos de la tarde, el año 2030, la capa de ozono que se abre, la enfermedad de la abuela que empeora, las acciones que suben, las incertidumbres laborales, la alegría de los padres con sus hijos, las lágrimas del duelo, la ilusión de felicidad, el amor. La consciencia del tiempo nos define, primero como especie y luego como individuos, y está presente en el primer y en el último poema escrito por el ser humano, en el primer y en el último Dios creado, en la primera y última tumba erigida. Lo contrario a percibir el tiempo, a percibir la finitud, es la eternidad: el cangrejo es eterno (parafraseo a Unamuno) porque no sabe que algún día se va a morir.

No obstante, el ser humano, acaso como una medida de supervivencia, en la búsqueda de tolerar la pesada carga que supone ser consciente del paso del tiempo, inventó una especie de solución (transitoria, eso sí): la disolución del tiempo.

Según creo, los seres humanos disolvemos el tiempo mediante al menos dos mecanismos: 1) la abstracción; 2) la creación de una cápsula temporal.

1) Abstraerse es dirigir nuestra atención o nuestros pensamientos a X lugar, olvidándonos del tiempo y espacio que nos rodea. Este lugar puede ser, por ejemplo, un mundo paralelo: sucede cuando nos cuentan un relato, miramos una película, leemos o escribimos un libro, pintamos un cuadro, meditamos, hacemos música o la escuchamos con atención; pero también nos puede abstraer del tiempo una persona: cuando estamos con quien amamos el tiempo desaparece, no importa nada en el mundo más que estar allí con esa persona, ya no importa si son las cinco de la tarde, las diez de la noche o las tres de la mañana. En cualquiera de estos casos, el presente es tan vívido que no hay lugar para la imaginación del pasado o del futuro.

2) La segunda forma que practicamos para escapar de la consciencia del tiempo consiste en la creación de una especie de cápsula temporal, donde hay un tiempo que existe, pero es el tiempo de la cápsula, no el de nuestra vida real. El ejemplo más evidente para comprender este concepto son los eventos deportivos (que existen, dicho sea de paso, desde que el ser humano forjó las primeras comunidades). En los eventos deportivos lo único que importa es el tiempo de ese evento. Mi equipo está perdiendo 1 a 0 y lo único que me interesa saber, a materia temporal, es cuántos minutos nos quedan para empatar el partido. ¡¿Qué más da si son las tres de la tarde o las seis de la mañana?! Cuando estamos inmersos en un evento deportivo, sea como jugadores o como espectadores, lo único que nos importa es el tiempo que acontece dentro de ese evento.

A estos momentos, donde la consciencia del tiempo no existe o donde hay un tiempo paralelo, los llamo momentos eternos. Allí donde no exista la consciencia del tiempo es donde encontraremos la eternidad (pasajera); pues durante los minutos que dura el momento eterno (en la abstracción o en una cápsula temporal) somos como los cangrejos, porque desconocemos el tiempo, nos olvidamos de nuestra edad, de las responsabilidades de mañana o la semana que viene, nos olvidamos de nuestra finitud.

Lo triste es que en algún momento la magia se termina y debemos volver a nuestra vida, a nuestro tiempo. Ya mataron al malo de la película, ya dimos vuelta la última página del libro, el partido ya se terminó… Y el tiempo, implacable, vuelve a transcurrir, y con él, nuestros pensamientos se vuelven a insertar en la línea pasado-presente-futuro que nos define.

No obstante, pienso, si reconocemos la existencia de los momentos eternos, si los detectamos, podemos tender a repetirlos. Acaso, la vida más tolerable posible sea aquella con la mayor cantidad de momentos eternos posibles. Acaso, los momentos eternos sean la única solución que encontramos a un problema que, sabemos, no tiene solución, el problema del tiempo.

Franco A. Carbone Costa

Octubre 2022

Para citar este artículo:

Carbone Costa, F. A. (14 de enero de 2023) El problema del tiempo. Aunque sea un homo sapiens. Disponible en: https://medium.com/@facarbonecosta/el-problema-del-tiempo-d816725cc16e

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Franco Agustín Carbone Costa
Aunque sea un homo sapiens

Soy profesor de Lengua y Literatura, escribo reseñas y ensayos literarios y doy cursos a distancia de literatura, lingüística y composición literaria.