La figura del héroe: de Aquiles a Messi

En el año 1180 a.C. (año más, año menos) a pocos kilómetros del estrecho de Dardanelos, que separa al Mar Egeo del Mar de Mármara, tuvo lugar una de las guerras más conocidas de la historia de la humanidad. Se trató del asedio del pueblo aqueo sobre una ciudad llamada Troya o Ilión. Pocas certezas tuvimos de esta ciudad, hasta que a fines de 1800 d.C. un arqueólogo alemán, Heinrich Schliemann, encontró las ruinas de Troya en la colina de Hissarlick, Turquía. Lo cierto es que Schliemann y el resto de los mortales jamás hubiéramos sabido nada acerca de Troya y aquella guerra si no fuera por los poetas orales griegos. Estos artistas, llamados rápsodas, entonaban historias bélicas que mutaban con cada reproducción –dentro de ciertos límites– y se transmitían de generación en generación. En el año 770 a.C. (año más, año menos) el poeta Homero (o un conjunto de poetas que se hacían llamar así) llevó de la oralidad a la escritura uno de estos poemas; un poema que tenía como marco la guerra de Troya y como héroe al hijo de un rey y de una diosa (una neréida, para ser precisos). Este héroe se llamaba Aquiles y el libro, como narraba la historia de Troya o Ilión, La Ilíada.

El poeta comienza el poema invocando a una diosa, como se solía hacer: “Diosa, canta del pelida Aquiles la cólera desastrosa que asoló con infinitos males a los griegos…” Es decir que lo primero que sabemos de Aquiles es que era un tipo temperamental. La primera acción de este Aquiles temperamental en La Ilíada es ofenderse porque el rey Agamenón le quita una esclava –Briseida– que le pertenece. Entonces, Aquiles va a llorarle a su madre. Sí, alguno pensará “flor de grandulón llorándole a la madre”, pero lo cierto es que Tetis tenía acceso a Zeus; Aquiles quiso ver si conseguía algún favor del Dios superior. Cuestión que Zeus estaba con otros asuntos, entonces, Aquiles, ofendido, decidió no participar de la guerra de Troya hasta que le devuelvan a Briseida. El poema continúa con la guerra de Troya, tipos que mueren de un lado y del otro, Héctor, el gran héroe troyano haciendo pelota a los griegos y Aquiles, impasible, alejado de todo, con cara de ofendido. La situación cambia cuando Héctor asesina en el campo de batalla a un tal Patroclo, amigo y amante de Aquiles. Ahí sí, Aquiles enfurece (habíamos dicho que era temperamental) y va a vengar la muerte de su amigo. En el campo de batalla demuestra sus habilidades. Primero se muestra como un líder, arengando a la tropa: “Corría el divino Aquiles por la orilla del mar, lanzando horribles gritos y excitando a los héroes aqueos”. Después, enseña su coraje al encontrarse con el asesino de su amigo, el temible Héctor: “¡Al fin encuentro al hombre que desgarró mi corazón y dio la muerte a mi irreprochable amigo! No nos huyamos ya más tiempo uno a otro”. Pero, ojo, porque además de valiente es un tipo humilde: “Sé que eres valiente y que no te igualo en fuerzas”, le dice a Héctor, “pero nuestros destinos están en el regazo de los dioses, y aunque yo sea menos fuerte que tú, quizás de una lanzada te arrebate el alma”, dando cuenta de su sabiduría; pues comprende que los dioses tienen la última palabra. No obstante, en batalla Aquiles no es tibio, pues, según nuestro poeta, es “inexorable y feroz”. Luego de reyertas con diferentes personajes (incluso con un río que cobra vida) Aquiles vence a Héctor. Es cierto que los dioses determinan la batalla, pero Aquiles tiene la habilidad como para que ese designio se cumpla. Al final del poema, decidida la victoria para los griegos, el rey de los troyanos, padre de Héctor, lo visita a Aquiles y le suplica que le devuelva los restos de su hijo para sepultarlo. En una escena realmente bella Aquiles y Príamo lloran, uno por la muerte de Patroclo, el otro por la de Héctor. Y Aquiles “lleno de piedad”, nos dice el poeta, accede al pedido de Príamo.

Según diversos historiadores, el más grande general macedonio que alguna vez existió, que amplió las fronteras de su pueblo, derrotando incluso al temible imperio persa, dormía todas las noches con un ejemplar de La Ilíada bajo la almohada. Este hombre soñaba, al igual que muchos niños de la época, con ser como Aquiles. De alguna manera este hombre lo fue y acaso lo superó. Hablo de Alejandro Magno.

Lionel Messi, héroe del siglo XXI

En el año 19 a.C. un poeta nacido en la Galia Cisalpina, llamado Publio Virgilio, escribió la que se convertiría en la obra narrativa más importante del pueblo romano: La Eneida. Esta obra es la historia de Eneas, un hombre de origen divino que al parecer huyó de Troya en medio de la guerra nombrada en La Ilíada y termina en el Lacio, a pocos kilómetros de donde, años después, sus descendientes (un tanto lejanos) fundarían Roma. Eneas es un hombre signado por la pérdida de su esposa, Creusa, y de su padre, Anquises. No obstante, conoce nuevamente el amor, en la ciudad de Cartago, hoy Túnez. Allí se enamora de Dido, una mujer sensual que tenía un rol masculino en la sociedad cartaginesa: era el líder político y militar; y que, a la vez, era infértil, es decir que no cumplía con aquello que un futuro rey debía esperar de una mujer: la posibilidad de engendrar hijos. Aún así, él se enamora de ella, pero entiende que no está en Cartago su destino, y renuncia a este amor: “el piadoso Eneas, aunque bien quisiera consolar a la triste Dido y calmar su afán con afectuosas palabras (…), no obstante, decide obedecer al mandato de los dioses y va a revistar su armada”. Es decir, renuncia al deseo privado por el bienestar público: él es menos importante que la grandeza de su destino (el linaje que dará vida al pueblo romano). Por otro lado, luego de largos días de sufrimiento, ya en las costas del Mar Tirreno, Eneas acepta que es él el elegido: “es a mí a quien reivindican los dioses”, se convence. Excepto por esto, que no es un detalle menor, Eneas se presenta como un héroe muy parecido a Aquiles: posee sangre divina, es un líder, es temperamental, por momentos es humilde, se desempeña con destreza en el campo de batalla, está destinado al éxito, comprende qué cosas dependen de él y cuáles son competencia de los dioses (es sabio) y es piadoso. A estas virtudes debemos sumarle: es viril, puede egendrar hijos, y prioriza formar una familia.

Este libro, La Eneida, se convirtió pronto en una de las obras de instrucción fundamentales en el Imperio Romano. No mucho tiempo después a su primera publicación, los niños ya jugaban en las calles de Roma con una espada de madera al grito de “¡Soy Eneas, canté pri!”, pero en latín antiguo.

Los héroes europeos de la Edad Media suelen tener un enemigo en común: los musulmanes. A las obras épicas que narran las batallas de estos héroes, en su mayoría cristianos, se las conoce como “Cantares de gesta”. Los “Cantares de gesta” eran obras anónimas, escritas acaso por algún clérigo, que luego eran cantadas por poetas orales, juglares, en las peregrinaciones, en las caminatas de un pueblo a otro (ora por un exilio, ora por motivos comerciales), en las ferias y en las extensas caminatas hasta las ciudades en disputa bélica. Al ser transmitidas de manera oral a pesar de haber sido en primera instancia escritas en un papel, estas obras mutaban de un poeta a otro, pero siempre entre ciertos límites. Los héroes de aquellos cantos realmente existieron o están inspirados en personas de carne hueso, pero se constituyen en las obras como personajes idealizados que además de compartir las virtudes de Aquiles y de Eneas, portan otras: son cristianos y nacionalistas (o mejor dicho, regionalistas, defienden a un rey o a un señor feudal –en cualquier caso, al terrateniente que los gobierna–). La destreza en batalla de Ricardo Corazón de León, del Rey Arturo, del militar franco Roldán es, por supuesto, incuestionable, pero también lo es su inteligencia y sabiduría, muy superior a la de sus enemigos musulmanes. Con frecuencia, de hecho, es la inteligencia, la capacidad de discernir en momentos claves de la batalla, su táctica, lo que inclina la balanza a favor del héroe cristiano. Sin embargo, es curioso el éxito de estas obras, pues, fueron escritas por la aristocracia (los únicos que sabían leer y escribir) y sus héroes son caballeros, es decir, aristócratas; pues, para ser caballero había que tener linaje y dinero, algo que el 95% de la población, dedicada a trabajar el campo, no tenía. No obstante, esa gran masa pobre y analfabeta del campo adoraba a estos héroes. ¿Por qué? Bueno, da para largo, pero, en principio, porque los valores de estos héroes eran valores cristianos que compartía y admiraba todo el pueblo. De este modo, estos personajes se erigían como ídolos a los cuales admirar, los niños (y los hombres) querían ser como ellos, vivir esa vida de aventuras y de éxitos, aunque en lo más profundo de su ser supieran que tal cosa era imposible, que estaban “destinados” a labrar la tierra y morir casi con seguridad de alguna peste.

El mundo vio la conformación de las naciones, cada una con sus héroes. Aparecieron las palabras libertad, igualdad y fraternidad. Y los nuevos héroes europeos, literarios y no literarios, comenzaron a responder a la defensa de estos valores, los exaltaban, los idealizaban. Cada nación, como se hacía en las academias griegas con La Ilíada y en las academias romanas con La Eneida, impuso la lectura de los Cantares de gesta en las escuelas (el centro de instrucción de la modernidad): El cantar del mío Cid, en España, El cantar de Roland, en Francia, El cantar de los Nibelungos, en Alemania… Pero además, pronto se escribieron las historias de los nuevos héroes: la historia de Napoleón, de Washington, de Jefferson, de Bolívar, de San Martín... y estas historias también llegaron a las escuelas.

En el siglo XX, luego de las nefastas guerras de la primera mitad del siglo, se produjo un desplazamiento de la figura heroica. Si bien en las escuelas aún se leían los libros de formación nacional, en la vida cotidiana los pueblos (algunos) comenzaron a ser menos bélicos, a celebrar menos la guerra, a, incluso, encontrarla como un sinsentido, como un despropósito. Si los poetas de la antigua Grecia –los rápsodas– y los poetas medievales –los juglares– celebraban la guerra, los poetas de la década del 60 del siglo XX la aborrecieron, la encontraron anacrónica: “and how many times must cannonballs fly, before they’re forever banned?”, se preguntó Bob Dylan. La cultura de los pueblos se desplazó hacia la paz, y, con ella, la figura del héroe. Los pueblos admiraron a figuras pacifistas, como Luther King o Mahatma Gandhi. Por aquellos años, los niños (y no tan niños) también veían como figuras heroicas a algunos músicos y artistas. No obstante, para la figura heroica el enfrentamiento físico siempre fue fundamental, al igual que la destreza en el campo de batalla.

Paralelamente, durante todos aquellos años, el cine se había encargado de mantener la figura heroica relativamente intacta, haciendo del lejano oeste el espacio propicio para la batalla. No obstante, los nuevos Aquiles y los Eneas llegaron con la cultura pop en la década del 80. Hablo de los deportistas.

Las competencias deportivas son tan antiguas como los griegos (y más también), pero el desplazamiento de la figura heroica del plano militar al plano deportivo es absoluto recién en el siglo XX, con la pacificación de los pueblos y el consumo en masa del deporte mediante la televisación de las competencias.

La década del 80 nos entregó nuevos campos de batalla, en apariencia distintos a una ciudad en la colina de Hissarlick (Troya), pero similares en muchos aspectos: las canchas de fútbol, de básquet y de cualquier otro deporte en equipo (hago esta distinción porque en los deportes individuales, como el tenis, el deportista por mucho que quiera no puede ser como Aquiles, porque, entre otras cosas, no tiene tropa a la que arengar, y esto le impide ser un líder).

La década del 80 nos dio, por ejemplo, a Michael Jordan y a Diego Maradona. Las características de ambos se ajustan a lo que uno, luego de siglos de adoctrinamiento, espera de un héroe: destreza en el campo de batalla (el campo de juego), capacidad de liderazgo (dentro y fuera de la cancha), valentía (para agarrar la pelota en momentos decisivos o para enfrentarse a los poderosos fuera del campo de juego), virilidad (al momento de lucir capacidades físicas que superan a la de los otros hombres), temperamento (a la hora de defender lo propio o un ideal: “fue penal”), renunciamiento (“primero el equipo”), ferocidad dentro del campo de batalla y piedad y solidaridad afuera (la de Aquiles con Príamo es la del deportista que dona parte de su sueldo a los pobres o juega un partido en un arrabal de Nápoles); pero, además, no nos olvidemos que esa mano que le marcó un gol a Shilton no fue la mano de Maradona, fue la de Dios. Quiero decir, cuando Maradona dice “esa mano la puso Dios” es Eneas diciendo “es a mí a quien reivindican los dioses”. En última instancia, el héroe es héroe (según él mismo) porque lo decidió Dios, o el Olimpo.

Si bien en los últimos años aparecieron heroínas mujeres en el mundo del deporte y en la política, aún no logran el nivel de popularidad que poseen los héroes masculinos; pues, hay algo de la celebración al macho alfa en la figura heroica que tal vez no se derribe nunca.

El último gran héroe de la humanidad está en vigencia mientras escribo estas líneas. Hablo de Lionel Andrés Messi.

Como Alejandro Magno, Messi creció admirando la destreza de los héroes que lo precedieron en lo suyo (como Maradona). No es sorprendente que Messi responda a ciertas virtudes de los héroes literarios y no literarios (pues por eso le damos el título de héroe): su destreza en batalla, su capacidad física, su inteligencia para torcer el resultado a su favor, su destino de éxito; y fuera del campo de juego, su piedad y forma de actuar políticamente correcta. Lo verdaderamente sorprendente es cómo a lo largo de su carrera le hemos exigido otras virtudes propias de los héroes que él no portaba y con los años adquirió: temperamento y liderazgo. Pero además, más sorprendente aún es que a todas las virtudes mencionadas (las presentes en el belicoso Aquiles y en el estoico Eneas) Messi porte las virtudes de los héroes medievales; pues, por un lado, Messi es cristiano y padre de familia, y, por otro, es un caballero, al menos en su riqueza económica (como todos los deportistas profesionales de hoy día); es un igual a los caballeros medievales en la imposibilidad del pueblo de alcanzar la posición socioeconómica privilegiada a la que pertenece, y en la admiración de los niños por llegar a ser como él (a pesar de que el 95% tenga otro “destino”).

Al héroe le perdonamos todo y no toleramos que se ponga en duda su heroicidad. En las repeticiones de sus batallas (los partidos) buscamos las virtudes que día a día le adjudicamos. Y le decimos a otro: “¿Viste lo que hizo?”, “¿Viste lo atrevido que fue?” “¿Viste qué amable cómo se sacó fotos con todos”? Necesitamos sentirnos orgullosos del héroe que tenemos. Incluso, fuera del campo de batalla buscamos que nuestro héroe sea una persona admirable, para que su vida se convierta así en una vida ideal o ejemplar (las dos cosas en el mejor de los casos). Y en un mundo de valores cristianos, esperamos a su vez que su esposa sea virtuosa, como la doncella de las novelas de caballería, y que le dé al héroe hijos varones y sanos.

¿Es una necesidad cultural la construcción de héroes? Es probable que antes de Aquiles hayan existido héroes de características similares, pero como sus historias no fueron escritas no tenemos registros de ellas. Tal vez los seres humanos estemos condenados a construir figuras heroicas. Es probable que, si por esas casualidades en el mundo se acaban las guerras y por algún motivo dejan de existir los deportes (difícil realidad), encontremos héroes con características similares en algún otro lado. ¿Será que en el fondo seguimos siendo animales que necesitan tener bien claro quién es el líder de la manada?

La figura heroica es un arma de doble filo, pienso. Por un lado, le da un norte a mucha gente, por ejemplo, a muchos niños que quieren ser como Messi, o como algún otro deportista. Pero, por otro, ¿están preparados esos niños (y no tan niños) a no serlo? ¿Están preparados para ser simplemente un humano más, como le pasa y pasó al 99% de las personas que pisaron el planeta Tierra? ¿Y qué cuando se den cuenta de que no son Aquiles? ¿Y qué cuando los adultos se den cuenta de que sus hijos no están destinados a fundar Roma?

En el héroe de turno se deposita la alegría o la tristeza del pueblo. El campo de batalla está regado, listo para el enfrentamiento. Ya suena el himno. ¿Qué habrán determinado los dioses esta vez?

Franco A. Carbone Costa. 2022

Para citar este artículo:

Carbone Costa, F. A. (1 de Diciembre de 2022) La figura del héroe: de Aquiles a Messi. Aunque sea un homo sapiens. Disponible en: https://medium.com/@facarbonecosta/la-figura-del-h%C3%A9roe-de-aquiles-a-messi-d948bd3654a3

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Franco Agustín Carbone Costa
Aunque sea un homo sapiens

Soy profesor de Lengua y Literatura, escribo reseñas y ensayos literarios y doy cursos a distancia de literatura, lingüística y composición literaria.