¿Qué hay detrás del “Y vivieron felices para siempre”?

Introducción

“Y vivieron felices para siempre”. ¿Les suena? Estoy seguro de que alguna vez escucharon o leyeron esta frase. Con frecuencia, los llamados cuentos de hadas terminan así.

Hace algunos días analizábamos la narrativa hollywoodense con mis alumnos de cuarto año. El happy ending es una característica del cine clásico norteamericano. Luego de aquella clase, volví a casa con algunas ideas en la cabeza, y me detuve (acaso por primera vez con seriedad) en la frase “Y vivieron felices para siempre”.

Desde un punto de vista lógico, que a partir de cierto momento los personajes “vivan felices para siempre” pone de manifiesto solo una cosa: que hasta ese momento no habían sido felices o lo habían sido solo de a ratos. Es decir, el cuento es una cenicienta o blancanieves infeliz que atraviesa una serie de escollos hasta que alcanza la felicidad. Una vez que el personaje alcanza la felicidad ya no hay nada para contar, cerramos el libro, ya son todos felices. Con otras palabras: solo hay relato en la desdicha, solo hay algo que contar cuando el personaje es un ser sufriente, insatisfecho, un ser deseante alejado de su objeto de deseo. Una vez que alcanza este objeto (sea el que sea este) ya no hay nada para contar, y la tranquilidad llega para el espectador con la contundente frase “Y vivieron felices para siempre” o con un plano general de la familia Mc Claine bajo la nieve navideña (Die Hard, de John McTiernan, de 1989), que viene a ser lo mismo.

La empresa de Walt Disney fue una de las grandes constructoras del relato hegemónico del siglo XX (y lo que va del XXI): el de la industria cinematográfica norteamericana.

Durante muchos años entendí, acaso con la ayuda del esquema actancial de Greimas, que el protagonista de una historia es un ser deseante, pero nunca me había detenido en su sufrimiento, en el hecho de que el protagonista es también un ser sufriente. Esto me invitó, en principio, a pensar en dos cuestiones: 1) ¿Por qué necesitamos el “y fueron felices para siempre”? ¿Esta promesa de infinita felicidad es una necesidad del relato o una necesidad de la vida? 2) ¿Qué clase de felicidad es la que se promete en las últimas líneas del relato? ¿De qué está compuesta esa felicidad?

La promesa de la felicidad

El “Y fueron felices para siempre” deja tranquilo a todo niño. Una vez dicha estas palabras mágicas, uno puede cerrar el libro con la seguridad de que el niño dormirá en paz. En este caso, esas palabras dicen: “Los protagonistas pasaron por todo este infierno, es cierto, pero quédate tranquilo que ya está, ahora están bien y lo estarán para siempre”. Los relatos para adultos, no obstante, sin utilizar las mismas palabras, muchas veces poseen conclusiones similares (hablo de relatos novelescos y narrativa cinematográfica acorde a la industria hegemónica norteamericana). Esta fórmula es efectiva, desde un punto de vista industrial, suele garantizar una buena venta, una buena taquilla. Es decir que los adultos también gozamos con la promesa de la infinita felicidad, y la consumimos sin cuestionarla; de hecho, con frecuencia la esperamos durante todo el relato: ya sabemos que Frodo la va a pasar muy mal, pero que al final todo su raíl va a servir para derrotar a Sauron (el mal) y devolver la paz a la Tierra Media; ya sabemos que Harry y Sally, después de varios desencuentros, van a terminar juntos, lo sabemos desde el minuto uno, pero, aún así, nos sentamos a ver el film. En la vida real no existe un “Y vivieron felices para siempre” (por suerte, porque, si fuera así, la vida sería muy monótona).

Todos los días vemos a la gente actuar, superar escollos, con la seguridad de que del otro lado de estos está la felicidad, y los discursos cotidianos que nos rodean repiten esta idea, la subrayan: “cuando termines la facultad, vas a ser feliz”, “cuando te cases, vas a ser feliz”, “cuando tengas un hijo, vas a ser feliz”, “cuando tu hijo se independice, vas a ser feliz”, “cuando viajes, vas a ser feliz”, “cuando adelgaces, vas a ser feliz”, (y al hijo) “cuando crezcas, vas a ser feliz”, “cuando termines la escuela, vas a ser feliz”, “ cuando te anotes en la facultad, vas a ser feliz”… Y así. De este modo, la felicidad nos está esperando siempre en algún lugar del futuro que nunca llega.

La estructura del relato vs la estructura de la vida

La estructura narrativa parece necesitar del “Y vivieron felices para siempre”, en principio, porque necesitamos que en algún momento ya no haya nada más para contar, necesitamos que el cuento se termine para irnos a dormir; y si el cuento termina bien, mejor, así tenemos un buen sueño. Entender esto es entender la estructura del relato, y comprender esta estructura es fundamental para no confundirla con la estructura de la vida, que es muy distinta.

El relato necesita del “Y vivieron felices para siempre”, porque, si no, sería interminable. En cambio la vida siempre continúa, y siempre con escollos. Con otras palabras, los personajes del relato en algún momento dejan de sufrir, nosotros no. Es fundamental reconocer esta diferencia (1).

De la mano del relato de la industria y el “Y vivieron felices para siempre” viene una definición de “felicidad”, que se propagó de obra en obra a lo largo del siglo XX y que aún hoy vemos en nuestras pantallas o en las páginas de los Best seller. ¿En qué consiste esta felicidad? Con frecuencia en la consagración de un romance con la formación de una familia o con la consolidación de una sociedad/nación mediante la eliminación de aquello que amenaza la paz. La formación de una familia es parte del programa de la modernidad, al menos, desde el siglo XVIII. La eliminación de la amenaza es la eliminación de todo aquel ser social que no debe ser, es decir, que no debe tener lugar en nuestra sociedad moderna (discurso presente en la cultura occidental –con sus mutaciones– desde el siglo XVI). Esa amenaza es el oriental, el musulmán, el comunista, el indígena, el latino, el extranjero, o simplemente, el loco, el enfermo, el deforme, el pobre… en todas sus variantes, el monstruo, aquello que no es humano (el alien creado por Ridley Scott en Alien: el octavo pasajero, de 1979, es, tal vez, la forma más acabada de este concepto). La eliminación del monstruo garantiza un, aunque no se diga de manera literal, “Y vivieron felices para siempre”; porque ya está, ya no está el monstruo, ya podemos vivir tranquilos.

Y así, confundiendo la estructura del relato con la estructura de la vida, sostenemos familias disfuncionales, donde no hay amor, pero hay temor al qué dirán si nos separamos; o bien, huimos de los monstruos, negamos su existencia o los culpamos de nuestras miserias: si no podemos vivir felices para siempre, es por culpa de ellos, de los monstruos que nos rodean y nadie nunca eliminó, de los extranjeros que nos sacan el trabajo, de los pobres que mantenemos, de los comunistas que nos amenazan, de los latinos que drogan a nuestra juventud…

Ojo, no es este un ensayo moralizante. Yo amo los relatos, y he pasado buena parte de mi vida leyendo, escribiendo y viendo películas. Y todavía, a veces, me pregunto si no vivo como si la estructura de la vida fuera la estructura del relato, si no vivo convencido de que un día llegará el “Y vivieron felices para siempre”. Tan arraigada está esta idea en nuestra cultura, este germen.

Captura de “Alien: el octavo pasajero”, de Ridley Scott. Nótese la construcción de la imagen: el “oxygen” escrito sobre el humano. Este detalle subraya que la amenaza, el otro, aquello que debe ser eliminado para alcanzar la felicidad, es lo no-humano.

A los dueños de los medios y las publicidades, grandes constructores de relatos, les interesa alimentar esta confusión, les interesa que nuestra felicidad esté en algún lugar del futuro; pues, si nuestra felicidad no está en el futuro, nosotros no necesitamos el producto que venden; si nuestra felicidad no está en el futuro, nosotros no tenemos motivos para ver noticieros que propagan el odio a los monstruos de siempre, a los culpables de nuestra infelicidad.

Los otros relatos

Hay otros relatos, a veces menos populares y difíciles de consumir, donde la estructura del relato se acerca más a la estructura de la vida, donde los personajes no dejan de sufrir en las últimas páginas del libro o en los últimos minutos del film –pienso en algunos cuentos de A. Chéjov o de J. Joyce; pienso en The Father, de Florian Zeller, de 2020– (2). Estas obras son más angustiantes. Después de meternos en estos mundos, donde la vida continúa más allá de la última página, donde no hay un “y vivieron felices para siempre”, nuestra propia vida es resignificada; la obra es, de manera directa o indirecta, una invitación a pensarnos como individuos inmersos en una vida finita, sin nada que sea “para siempre”, con la única certeza de que somos seres que sufren y que mañana lo seguiremos siendo.

¿Cómo sería un mundo donde todas las obras narrativas son un espejo de la realidad, donde la estructura del relato y la estructura de la vida se parecen?Por un lado, nos ahorraríamos las confusiones, sería más difícil creer en una hipotética felicidad que nos espera en algún lugar del futuro; pero, por otro, nos alejaríamos de los relatos, pues sería demasiado agotador que cada relato fuera un espejo de la vida, que cada texto o film nos recordara nuestra condición de seres sufrientes.

A modo de (no) conclusión

La promesa de infinita felicidad es una necesidad de un tipo de relatos, de los relatos de evasión. No obstante, el consumo de estas narrativas de evasión consolidan en nosotros una imagen de lo que es la vida y la felicidad un tanto peligrosa: negar que somos seres que sufrirán a lo largo de toda la vida, creer que en algún lugar del futuro la felicidad nos espera sentada, puede hacer que, justamente, nos perdamos la vida, de que seamos como el hámster que gira en la rueda porque tiene la ilusión de que así en algún momento saldrá de la jaula. La estructura del relato de evasión se confunde, entonces, con la, por así llamarla, estructura de la vida.

La promesa de felicidad es, a la vez, alimentada por los constructores de relatos de la vida cotidiana, los medios de comunicación y las publicidades, pues sus negocios dependen de nuestra fe en esa felicidad futura. Estos medios responden, a la vez, a un status quo dominante, de características, o al menos bases, euro-céntricas. El relato “y vivieron felices para siempre”, que tanto nos gusta consumir (me sumo a la nómina, yo también pago Netflix), es funcional a este status quo. Para ser claros, cuando se habla de status quo, se habla de hombres, mujeres y familias con mucho dinero y poder. Ojo, no digo “ellos son malos y quieren nuestro mal, y son reptiles y etcétera”. Simplemente digo que estas personas, que representan al 1% de la población mundial, tienen el poder económico y coercitivo, y creen que lo mejor para ellos es seguir teniéndolo (y tienen razón, es lo mejor para ellos).

La narrativa, no obstante, nos ofrece otros tipos de relatos donde la estructura del relato y la estructura de la vida se parecen más. Si los otros eran relatos de evasión, podríamos llamar a estos relatos de reflexión. Esta forma de narración, donde el final de lo narrado no coincide con el final del sufrimiento de los protagonistas, funciona como un espejo de nuestra condición humana. Una literatura basada absolutamente en relatos de reflexión nos resultaría agotadora. Acaso la evasión es una necesidad humana. Esta distinción que hemos encontrado, esta división de los relatos en dos conjuntos teóricos, es, se me ocurre, un interesante punto de partida para pensar diferentes tipos de narrativas.

Hasta aquí llego hoy. Este ensayo no pretende alcanzar una conclusión salvadora (que sería, otro modo de vivir felices para siempre). Prefiero pensar que, como sucede con algunos cuentos, este trabajo no termina en su última página.

Franco A. Carbone Costa. Agosto 2022.

Para citar este artículo:

Carbone Costa, F. A. (29 de Agosto de 2022) ¿Qué hay detrás del “Y vivieron felices para siempre”? Aunque sea un homo sapiens. Disponible en: //medium.com/@facarbonecosta/qu%C3%A9-hay-detr%C3%A1s-del-y-vivieron-felices-para-siempre-c6dc3047bb4b

Notas

  1. Deseo aclarar algo. Cuando hablo de seres sufrientes, no hablo de seres infelices. No pienso aquí el sufrimiento como sinónimo de infelicidad. Hablo, en todo caso, de una condición humana, somos sufrientes por ser conscientes del tiempo, esto es, de nuestra finitud, y de que en esta vida finita día a día tomamos decisiones. Creo en la felicidad, aún en la consciencia de que somos seres que sufren.
  2. Aunque haya mencionado a escritores de literatura realista, estructuras narrativas que (desde el punto de vista que en este ensayo abordo) se acercan a la estructura de la vida, o se alejan de la estructura del relato de evasión, podemos encontrar en otros sub-géneros literarios, como la Ciencia Ficción o el Fantástico, entre otros.

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Franco Agustín Carbone Costa
Aunque sea un homo sapiens

Soy profesor de Lengua y Literatura, escribo reseñas y ensayos literarios y doy cursos a distancia de literatura, lingüística y composición literaria.