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La Ciudadela Parte 2/2

Geovanni May
10 min readMar 17, 2024

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La Ciudadela. Parte 1/2

Capítulo 6. Todos a bordo

Tomados de las manos, Faron y Evette corrieron con todas sus fuerzas hacia la zona de partida. Todos los vehículos ya se habían retirado. La única oportunidad que les quedaba era tomar el viejo tren. Un tren que ya había iniciado su marcha.

Las enormes ruedas de metal del pesado ferrocarril ya giraban con cierta velocidad y ellos se encontraban a varios cientos de metros aún. Llenos de desesperación, los chicos recorrían a lo largo de las vías por donde se desplazaba aquella enorme bestia mecánica. Comenzaron a pedir ayuda a gritos, pero entre el bullicio de la caldera quemando el carbón y el ruido del empuje de las poleas de las ruedas, nadie lograba escucharlos.

Era claro que no se iban a rendir fácilmente; apresuraron la carrera con todas las energías que sus jóvenes piernas les podían ofrecer. La distancia se iba acortando más y más de la misma manera que el tren comenzaba a tomar mayor velocidad en cada zancada que ellos hacían.

Para fortuna de los dos, alguien volteó y se percató de que iban corriendo detrás del tren con los rostros llenos de terror y con un claro intento por abordarlo. Este buen hombre les extendió la mano con la intención de ayudarlos a subir. Faron estiró el brazo y consiguió tomar la mano de aquel sujeto.

¡Lo había logrado!

Tras un gran salto subió al tren y logró aferrarse a un pasamanos oxidado, pero este le provocó una cortada profunda en la palma de la mano.

A pesar del extremo dolor que sentía, él no iba a rendirse. Ignoró su sufrimiento y se estiró lo más que pudo para ayudar a subir a Evette quien continuaba corriendo detrás del tren y quien parecía ya había llegado al límite de su resistencia. Sus piernas se encontraban a punto de colapsar, pero su miedo por quedar atrás le dio un último aliento y se estiró cual cuerpo elástico hasta encontrar el brazo de Faron permitiéndole abordar el tren en el último segundo.

No tenían mucho espacio de maniobra para permanecer firmes. De hecho, se encontraban sobre un pretil deteriorado justo bajo las poderosas rieles que giraban casi a su máxima velocidad. Faron sostenía a Evette con un brazo, mientras que con el otro, se sujetaba de aquel desgastado barandal que se iba bañando de sangre por la desmesurada hemorragia que tenía. Lo único que podía hacer Evette era sujetarse fuertemente de él y respirar muy profundo hasta reponer su aliento nuevamente.

Después de todo, parecía que el peligro se había esfumado y que saldrían de la ciudadela.

Capítulo 7. La noche más larga de sus vidas

El tren justo se encontraba pasando los límites de la ciudadela, y quizá por la velocidad a la que se movía, por las vibraciones, o por el peso de ambos, pero el pretil donde se encontraban parados no soportó la presión y se desprendió parcialmente provocando que Evette perdiera el equilibrio y cayera al vacío.

Faron no tuvo la menor oportunidad de reacción. Giró la cabeza de un lado a otro para entender qué es lo que había sucedido. Miró hacia atrás y encontró a Evette en el suelo junto a las vías y entre una densa nube de polvo. Solo veía como se alejaba de ella a cada segundo que el tren avanzaba.

Siguiendo el impulso de su corazón enamorado, Faron no dudó y soltó el pedazo de fierro que le garantizaba salir a salvo de la ciudadela.

Cayó aparatosamente y se levantó de forma rápida para correr hacía ella. Nuevamente se encontraban juntos, pero ahora estaban en un terrible aprieto.

Después de asegurarse de que no traían ningún hueso roto y que se encontraban bien salvo las múltiples laceraciones en la piel por las contundentes caídas, debían de tomar una dura decisión: correr detrás del tren y arriesgarse a los peligros de los bosques, o regresar a la ciudadela y comprobar que todas las advertencias que habían escuchado desde niños eran totalmente ciertas.

La decisión era prácticamente un volado al aire, pero pensaron que adentrarse a la ciudadela y aguantar doce horas sería más fácil que luchar contra los hambrientos animales del bosque.

Con ayuda de la poca luz que aún le quedaba al día, regresaron a toda prisa pero con cierto sigilo para que nadie se diera cuenta de su retorno.

Recorrieron las calles con evidente temor mientras buscaban un refugio seguro para pasar la noche.

La ciudad lucía desolada en su totalidad. La luz casi extinta dificultaba la visión para ir por las calles y veredas. Las cosas se complicaban a cada minuto que oscurecía y corrían el peligro de encontrarse cara a cara con Las Sombras.

De pronto, todo se oscureció cual ceguera. Cuando ya no pudieron seguir avanzando, decidieron permanecer en la primera casa abandonada que se encontraran. No tardaron y encontraron una residencia vacía que carecía de puertas y ventanas, pero que al no tener más opción de búsqueda, debían conformarse.

Se sentaron por un momento a pensar cuál sería su estrategia de supervivencia. Lo único que podían hacer en realidad era quedarse despiertos y atentos toda la noche y correr con la suerte de no ser detectados por los habitantes nocturnos.

Las horas comenzaron a transcurrir, y después de algún tiempo experimentando la oscuridad total, sus pupilas se habían logrado adaptar un poco más al grado de distinguir ciertas formas y figuras a su alrededor. Por lo menos iban a poder percibir si alguien se acercaba donde se encontraban. Era la mejor arma que tenían para su defensa.

Algo que les llamó su atención fue que el silencio era sumamente opresivo e imponente. No se lograba escuchar absolutamente nada. Era como si ni el mismo viento se atreviera a entrar de noche en ese maldito lugar. Era el momento perfecto para recordar todas las historias que contaban los viejos de sus aldeas: “Cuando es de noche en la ciudadela, ni los perros ni gatos se asoman a buscar comida. Es más, ni las ratas son tan valientes para husmear. Nada que tenga vida tiene oportunidad de ver el amanecer”.

Pensando en los relatos de los sabios, optaron por respirar lo más pausado posible para generar el menor ruido. Sus palabras también se secaron.

El frio, el cansancio, el hambre y el sueño se hicieron presentes. Lo único que podían hacer para olvidar todo era fundirse en un cálido abrazo con la esperanza de que fuera suficiente para sobrellevar las largas horas que se venían.

Ya bien entrada la madrugada, casi cuando por poco se quedaban dormidos por la fatiga, comenzaron a escuchar a un grupo de Sombras que se acercaban a la casa en ruinas donde establecieron su escondite.

Este grupo de hombres eran muy ruidosos. Caminaban por las calles con antorchas, gritaban y hacían ruidos espantosos. Reían maquiavélicamente mientras se embriagaban con algún tipo de alcohol casero. El miedo los petrificó a ambos pensando que probablemente había llegado su fin.

Para su fortuna, aquel grupo que los tenía en alerta siguió de largo sin percatarse de que la pareja se encontraba escondida en alguna esquina de aquella casa derrumbada. Faron y Evette pensaron que era posible sobrevivir a la ciudadela si continuaban manteniéndose confinados y en silencio.

Sin necesidad de expresar palabras entendían perfectamente que eso significaba que había esperanza.

El tiempo transcurría a cuenta gotas; sin embargo, las patrullas de Las Sombras iban y venían sin detectar a los dos intrépidos jóvenes. El milagro estaba sucediendo, solo tenían que aguantar un poco más.

Capítulo 8. ¡Apaga eso!

La temperatura alcanzó su punto más bajo. Con temperaturas bajo cero y sin nada cálido que los abrigara, el frío en verdad les calaba hasta las entrañas. Aunque pareciera imposible, la oscuridad se hizo aún más oscura. El silencio se hizo aún más absoluto. La tensión en sus cuerpos se disparó al tope una vez más.

Las buenas noticias eran que todo indicaba que el amanecer por fin estaba a punto de hacer su acto de presencia.

Con extremo cuidado se asomaron por el perfil del marco de una ventana y miraron con ilusión hacía arriba. El oscuro firmamento de pronto comenzó a diluirse en un tono más claro. La sonrisa que se les dibujó en los rostros era digna de enmarcarse en un lienzo.

No más de diez minutos los separaba de sobrevivir a la más difícil adversidad de sus cortas vidas. Sus manos se entrelazaron como señal de victoria. Sus ojos derramaron algunas lágrimas como reacción a la felicidad de la que se estaban empapando.

A pesar de la aparente fortuna, algo trágico estaba por ocurrir…

El reloj de Faron, ese artilugio viejo y sucio, ese mismo que no enseñaba los minutos por tener la pantalla muy deteriorada, ese mismo artefacto que le regaló su padre y que le despertaba para iniciar el día, de pronto comenzó a sonar.

La alarma del reloj se había activado desencadenando una serie de pitidos que se repetían una y otra vez. La alarma estaba dañada y no se podía desactivar hasta haber transcurrido un minuto. Iban a ser los sesenta segundos más eternos de sus vidas.

Un grupo de Las Sombras que aún patrullaba por la zona logró captar algo del ruido que hacía el reloj gracias a lo afinado que tenían sus canales auditivos. Aquellos salvajes corrieron desesperados en busca de la fuente sonora que habían detectado. Sabían muy bien que les quedaban muy pocos segundos para hacer efectiva su condición de seres supremos de la oscuridad y definitivamente tenían hambre y sed de carroña.

Gracias al endeble estado de la oscuridad, Faron pudo ver tenuemente los ojos de Evette que, sin decir una sola palabra, podía entender cómo le suplicaba que hiciera algo para desaparecer el ruido. Claro que lo pensó — lo más obvio era estrellar el reloj en la pared — pero el chico no pudo deshacerse tan fácilmente del único recuerdo que le quedaba de su fallecido padre.

Los segundos no se detenían y Faron no tomaba una decisión. Evette lo presionaba sujetando su mano cada vez con mayor fuerza. Se escuchaban más cerca las voces de los que iban tras ellos. La mañana estaba a una nada de aparecer. La noche estaba a punto de acabar.

Faron abrió el broche del reloj y lo sujetó entre sus manos, cerró los ojos un momento y levantó el brazo para tomar impulso y destruir el reloj…

Ya era demasiado tarde… Las sombras se encontraban a escasos metros de ellos. Las sombras los habían encontrado.

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Capítulo 9. El último amanecer

El sadismo en el rostro de aquellos despiadados era tenebroso. Gemían como bestias en celo. Estaban bajo un completo éxtasis por haber encontrado a sus primeras víctimas de la noche.

Los primeros rayos del sol comenzaron a trazarse por las superficies de la ciudadela. De la oscuridad prácticamente no quedaba mucho, excepto en el rincón de la casa donde se encontraban varados los muchachos.

Uno de aquellos seres perversos no podía contenerse más y desenvainó su machete curvo que había estado afilando con esmero para ese momento.

Sujetó el mango del machete con fuerza mientras que los demás testigos lo animaban entre gritos a dar el primer golpe mortal.

La sonrisa malévola de aquel hombre sabía lo que quería. Echó el brazo hacia atrás y lo empujó con todas sus fuerzas contra la figura inerte del joven de 14 años.

El machete endemoniadamente afilado se clavó con extrema facilidad en el estómago de aquel inocente y tierno cuerpo que tenía enfrente salpicando a todos alrededor con una exuberante cantidad de sangre brotando por todas partes. El cuerpo se azotó violentamente contra el piso mientras la vida se le escurría junto con lo que le daba de sangre. Los indómitos y abominables carcajeaban de placer ante la triste e injusta extinción de la vida de aquella persona.

Un hermoso manto amarillo y naranja cubría los techos de las casas en ese instante. Un apacible viento comenzaba a soplar sobre la ciudadela. La majestuosidad de la estrella solar se levantaba puntualmente en el horizonte. Un efímero rocío salpicaba las hojas de las plantas, los jardines y las copas de los árboles. Incluso, se cuenta que ese día sucedió algo muy extraño: se escuchó el trinar y el canto de algunas aves — cosa que no sucedía en muchísimo tiempo.

Faron se encontraba inmóvil. Tenía los ojos bien abiertos. No parecía pestañear. Su respiración era muy calmada. Sus fuerzas se habían desvanecido. Faron, que aún tenía el reloj en su puño entrecerrado, simplemente lo dejó caer.

Las sombras no tenían nada más que hacer en esa escena, la hora de dormir había llegado. Dieron media vuelta y se fueron alejando poco a poco del lugar dejando atrás a aquellos dos enamorados.

Los ojos del muchacho se llenaron de lágrimas y pronto comenzaron a escurrir por sus sucias mejillas. Pequeños espasmos sucumbían su delgado cuerpo. Faron estaba en estado catatónico.

Su cuerpo se derrumbó y cayó abruptamente de rodillas. Hincado frente a Evette, una sola pregunta se repetía indefinidamente en su cabeza: ¿por qué hiciste eso…?

Quizá Evette pensó que, si él saltó del tren para salvarla, ella igual debía hacer un sacrificio para ganar unos segundos más y que Faron tuviera una oportunidad de vivir, así como ella la tuvo en su momento.

Como todas las mañanas, cientos de personas comenzaron a llegar a la ciudadela para realizar sus labores mercantiles; para continuar con sus actividades diarias; para continuar con su vida. Porque la vida puede terminar para algunos, pero la vida continúa para el resto de los demás. Porque la vida puede ser muy cruel y fugaz, pero el instinto humano siempre luchará por preservar su vida; porque la vida es una sola y merece la pena seguir luchando por ella…

Fin

Epílogo

Pese a lo trágica e impactante que pudo resultar esta historia, no fue más que otra anécdota más de un día común y corriente dentro de la ciudadela. Esa no fue la primera ni tampoco la última de sus historias. En la ciudadela, aquella tierra donde la vida era muy difícil y precaria, donde todos pasaban hambre, frío, enfermedad, donde no existía el respeto ni los valores, lo más importante era intentar sobrevivir. Especialmente si te quedabas dentro de sus puertas después de un bello atardecer.

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Geovanni May

Me encanta leer lo que otras personas opinan, pero, sobre todo, me encanta escribir mis propias ideas. Escribo ensayos cortos y algo de ciencia ficción ✏️🗒