La Ciudadela. Parte 1/2

Geovanni May
vocES en Español
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9 min readMar 14, 2024
Imagen generada por IA.

PRÓLOGO

A lo largo de los siglos hemos aprendido que la tierra siempre ha sido un producto de deseo entre los que anhelan poder y dominio. El hombre ha forjado sus ciudades con base a luchas, conquistas y gloriosas batallas en el campo. Las victorias de estos forcejeos han venido acompañadas de grandes memorias y míticas leyendas que contar.

Se sabe que un territorio conquistado, a la larga, es sinónimo de prosperidad y desarrollo. Sin embargo, el resultado de algunas de estas disputas ha demostrado lo contrario, y por eso a veces lo que queda de luchar por un puñado de tierras no siempre es recordado con decencia y honor.

Existen reinos caídos donde incluso la gente los ha borrado de los mapas. La gente ya no menciona el nombre de estos lugares. Lugares donde lo único que prevalece es la miseria, el hambre y el dolor. Lugares cuya esencia es tan insípida, gris, injusta y maloliente, que la gente los mantiene en el olvido.

Aun así, existen hasta ahora, porque al final de cuentas siguen siendo tierras y donde hay tierra, hay oportunidad.

Al día de hoy existe un sitio bajo el nombre de «La Ciudadela». Un lugar que está lleno de historias que en su mayoría son desgarradoras, crudas y siniestras como la que ahora te voy a contar.

Capítulo 1. La ciudadela

Tras una gran guerra entre varios pueblos que duró alrededor de 10 años, lo que quedó se volvió tierra de nadie. No hubo un conquistador ni tampoco conquistados. Lo que sí hubo fue un gran número de muertos, destrucción y catástrofe. A esta tierra infértil, árida y destruida le llamaron La Ciudadela.

Después de dos décadas de haber concluido la disputa final, este paraje todavía no lograba reponerse y subsistía solo por el incansable espíritu del ser humano que luchaba por sobrevivir.

Los feroces combatientes que participaron en la gran batalla de los pueblos, y que consiguieron conservar la vida, acordaron en algún punto aceptar la intrusión de extraños a la ciudadela con el objetivo de intentar reconstruir una nueva ciudad. Los habitantes de las aldeas más cercanas tenían permitido el libre acceso y la interacción con la gente de la ciudadela. Todo bajo un aparente pacto donde cualquier pudiera obtener lo justo siempre y cuando estuviera dispuesto a pagar por ello.

La ciudadela era como un gran mercado donde se realizaban todo tipo de transacciones. Trueques, intercambios de bienes, y de las pocas monedas que aún tenían algo de valor era lo que mantenía el débil comercio de la comunidad. Ahí se acudía a trabajar, a vender, a comprar, o a generar cualquier tipo de servicio — incluyendo la prostitución. Cualquier actividad que dejara como ganancia unas cuantas hogazas de pan, un cántaro con agua, o prendas para vestir, era bien vista. En ocasiones, si se corría con algo de suerte, hasta se lograban encontrar algunas medicinas o artículos básicos de higiene que aún se preservaban.

Como todo en la vida, existen condiciones hasta en las mejores intenciones.

El acuerdo de paz para quienes acudían a la ciudadela a trabajar y mercadear solo era vigente mientras la luz del sol cubriera la ciudad. En el momento que el magno astro decidiera ocultarse por la tarde, todos los fuereños debían abandonar el recinto inmediatamente, porque cuando la noche caía, «Las Sombras» emergían y se apoderaban del terreno aniquilando a quien no perteneciera a la ciudad. Se dice que ni el mismo infierno parecía ser un lugar tan hostil.

Las sombras eran los mismos soldados que una vez lucharon y defendieron con su propia vida el suelo que ahora habitaban. Tras años de vivir en la miseria y después de pasar por el trastorno horrible que les dejaron las guerras, se convirtieron en un grupo de chacales carroñeros autodenominados así por ellos mismos, quienes hacían de su voluntad lo que les viniera en gana cuando no había luz que los delatara.

Estos malvivientes dormían de día porque odiaban al sol, por eso operaban en la penumbra nocturna. Acobijados por la oscuridad, sin amos a quienes servir, sin leyes que acatar y sin nada que perder, durante el tiempo que durara la noche se convertían en unas bestias sin consideración ni piedad.

Capítulo 2. Faron y Evette

En un poblado a tan solo dos kilómetros hacia el norte de la ciudadela, habitaba un joven — más bien casi un niño— de apenas 14 años. Este vivía con sus abuelos en una deteriorada casa de cartón y retacería de madera. Huérfano desde los nueve, lo único que recordaba de sus padres era el verlos llegar a diario de aquel monstruoso lugar al que acudían para llevarle algo de alimento. Su nombre era Faron.

Para aquel joven, su vida era viajar todos los días a la ciudadela para replicar la actividad de sus difuntos padres ya que sus abuelos ya no se encontraban en condiciones de trabajar. Faron se despertaba todos los días puntualmente a las 5:30 am gracias a un reloj, que a pesar de solo mostrar las horas debido a su pantalla en mal estado, aún le servía la alarma. Este reloj era su más preciado objeto porque le perteneció a su padre. Justamente el día que su padre olvidó el reloj antes de salir a la ciudadela, fue la última vez que lo vio con vida.

Faron, se dedicaba a realizar mandados a cualquiera que lo contratara por un puñado de maíz, harina, o azúcar. Recorría a paso veloz todos los caminos llevando diversos encargos. Debido a esto, Faron conocía y agradaba a mucha gente. Su simpática sonrisa y su actitud servicial le ayudaban a ganar de vez en cuando algunas propinas extras.

A tres kilómetros, pero hacía el este, se congregaba un pequeño pueblo de no más de 50 personas. Ahí tenía su hogar Evette. Esta jovial criatura de 16 años era el único sustento de sus 2 pequeños hermanos a quienes debía alimentar ya que su madre los había abandonado un par de años atrás.

Evette y sus hermanos vivían con una tía. En realidad era una vecina que había conocido de toda la vida, pero por el gran cariño que le tenía, prefería pretender que sí las unía un parentesco sanguíneo.

Ella viajaba a diario a la ciudadela para ejercer varias actividades que a su corta edad había aprendido a realizar por ella misma. Evette sabía lavar y remendar ropa. También la solían ocupar para cuidar a otros niños. Otras ocasiones freía aves y ardillas para venderlas o intercambiarlas por otras cosas. Eso solo cuando lograba cazar estos animales ya que escaseaban como todo en ese lugar.

Capítulo 3. Un gigante de acero

Siendo las cinco de la tarde, cuando el crepúsculo estaba por aparecer, la actividad comercial de la ciudadela se paralizaba por completo. Los transitorios habitantes que llegaban desde las seis de la mañana sabían que sin titubear debían abandonar el lugar con suficiente tiempo para no perderse un transporte que los llevara a sus comunidades de origen.

Los primeros vehículos en salir siempre eran algunas camionetas, algunas carretas y uno que otro autobús que funcionaba con energía solar. Claro, solo si los pasajeros pagaban el precio acordado para poder subirse.

Justo después de que estos transportes se retiraban, se aparecía un viejo pero ostentoso e imponente tren de carga que aún lograba deslizarse por las rieles que habían sobrevivido a las bombas y al paso de los años.

Evidentemente, siendo el transporte más utilizado para abandonar la ciudadela por su gran capacidad, este siempre iba lleno. Si por dentro no quedaba lugar, se permitía abordarlo sin pagar siempre y cuando alguien fuese tan valiente como para viajar por fuera del tren.

El problema que existía para quienes viajaban en el exterior del tren era el riesgo de ser mordidos por unos enormes insectos que salían al oscurecer. Sus mordidas no llegaban a ser mortales, pero sí muy dolorosas y generalmente ocasionaban fiebre por dos o tres días.

Si alguien no lograba salir a tiempo de la ciudadela sus opciones de sobrevivir eran escasas. En primera, porque dentro de la ciudad quedaban a merced de Las Sombras. Y si decidían arriesgarse a caminar a oscuras por los bosques, los insectos y las jaurías de perros salvajes hacían experimentar una extrema agonía antes de una inevitable muerte.

Capítulo 4. Fortuita coincidencia

La ciudadela era un lugar relativamente grande donde se reunían hasta 1000 personas al día. Lo normal era que cada quien atendiera sus propios asuntos y no se acostumbraba fraternizar demasiado con los demás. No era ninguna sorpresa que Evette y Faron nunca se hayan cruzado en todo el tiempo que acudieron a trabajar a ese lugar. Hasta ese día.

Una tarde como de costumbre, ambos chicos esperaban en un punto de encuentro que algún transporte les diera la oportunidad de abordar para largarse de la zona. Mientras aguardaban algo impacientes, no se habían percatado de lo cerca que se encontraban el uno del otro y que el destino estaba a punto de juntarlos.

Faron fue el primero en verla a ella. Cuando la miró por primera vez no podía creer lo hermosa que era pese a la cara mugrienta que Evette tenía y la rota y vieja indumentaria que portaba. Ella por su parte, no tardó en darse cuenta que era observada por un muchacho con agujeros en la camisa y los zapatos, pero que era relativamente apuesto y lo suficientemente interesante para captar su atención. Le devolvió la mirada, y de paso una sutil sonrisa.

No hay mucho que agregar: ambos se sintieron atraídos desde ese instante.
Al final de cuentas no se pueden suprimir los instintos humanos; y menos los de un par de almas tan jóvenes y llenos de vida.

Faron sintió un boquete en el estómago y él estaba seguro que no era por no haber comido nada en todo el día. Nadie le había contado a Faron cómo actuar ante una situación como esa, pero él sabía perfectamente que debía acercarse y hablarle, solamente que no sabía cómo hacerlo.

Mientras él se rompía la cabeza intentando trazar una estrategia, Evette simplemente se posicionó junto a él y lo saludó con esa sonrisa alegre e inocente de una niña de esa edad: ¡Hola, me llamo Evette! Nunca te había visto por acá. ¿De qué aldea eres?

Así fue como su historia dio inicio.

Capítulo 5. Un pequeño contratiempo

Los días avanzaron y se volvieron semanas y se volvieron meses. Tres para ser exactos. Sin descuidar mucho sus obligaciones mercantiles, Evette y Faron se veían todo el tiempo posible. Como si se tratara de un amor de campamento de verano, el estar juntos lo era todo; así como las horas las percibían pasar muy rápidas, también lograban experimentar la perpetuidad del tiempo cuando se miraban a los ojos, cuando se sonreían y, sobre todo, cuando se besaban.

Ese amor juvenil del que gozaban lograba enmascarar la crueldad de sus desalmadas situaciones. Estando juntos ya no pasaban hambre y tampoco sufrían dolor. Cuando debían separarse, lo único en lo que podían pensar era que la noche transcurriera rápido para verse de nuevo por la mañana.

Parecía que todo lo miserable de sus desafortunadas vidas se hubiera esfumado el día que se conocieron, pero eso iba a cambiar repentinamente.

A la tarde siguiente, Faron acudió a la orilla de un pozo seco donde solían encontrarse para salir juntos de la ciudadela. Siendo las cinco en punto, él ya la esperaba, pero ella no se vislumbraba por ninguna parte. Los minutos avanzaban, pero Evette no llegaba.

Poco a poco se hacía presa de la incertidumbre por temor de ir en su búsqueda y no estar junto al pozo en caso de que ella llegara. Decidió esperar un poco más. Pasaron cerca de quince minutos y la gente comenzaba a atiborrarse en los puntos de extracción; todos con prisa por huir cuanto antes.

El cielo y las nubes comenzaron a teñirse en tonos naranja. La temperatura hacía su parte y comenzaba a descender drásticamente. Faron necesitaba tomar una decisión cuanto antes.

El enamorado muchacho siguió su instinto y salió corriendo a buscar por los alrededores a Evette. Buscó por los caminos y callejones que frecuentaban y que a cada minuto se sentían más vacíos. La búsqueda llevaba apenas unos minutos cuando logró escuchar los gritos de alguien pidiendo ayuda.

Faron se guió por los ruidos hasta llegar a lo que parecía alguna vez haber sido una pequeña fábrica. Volvió a escuchar unos gritos y decidió adentrarse a investigar. Solo había avanzado un largo corredor cuando encontró a Evette luchando contra un impertinente borracho que quería abusar de ella.

Pese a no tener la misma fuerza de aquel hombre que atacaba a Evette, tenía que hacer algo para detenerlo. Se armó de coraje y valor cual príncipe y atacó al perpetrador. Pese a estar bajo las influencias del alcohol y drogas, este logró aventar a Faron con mucha facilidad. Por supuesto no se iba a quedar viendo como abusaban de Evette. Observó con desesperación por todos lados y vio una viga de madera que se encontraba en el suelo; la tomó y golpeó al sujeto en la cabeza dejándolo inconsciente y quizá hasta muerto.

Evette corrió hacia su amado, y entre una cortina de lágrimas corriendo por sus tiernos ojos cafés, se abrazaron con mucha fuerza.

El abrazo duró una nada.

Los dos se asomaron por un boquete que había en una pared y vieron que al cielo ya casi no le quedaba nada de color azul. No había tiempo que perder: ¡debían salir de la ciudadela cuanto antes!

No te pierdas el desenlace de esta historia. ¡Gracias por leer!

La Ciudadela. Parte 2/2

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Geovanni May
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Me encanta leer lo que otras personas opinan, pero, sobre todo, me encanta escribir mis propias ideas. Escribo ensayos cortos y algo de ciencia ficción ✏️🗒