Cuando tú eres el trofeo

María Ripoll Cera
4 min readApr 11, 2016

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Novio no sé si consigues con las redes de parejas pero historias… ¡un rato! Y he aquí una de ellas que hay que leer en clave de humor, porque la situación lo merece.

Historia de un puerto

PPues érase que se era un simpático cincuentón con el que congeniamos de inmediato. Vaya risas nos echamos. La cosa es que la relación era muy cercana pero no tenía atracción sexual (debimos de ser en otra vida un matrimonio longevo). A mí ya me conocéis. A él le llamaremos Diego.

A Diego le gustaba mucho el mar. Tanto, que vivía en un puerto de una isla pequeña. Viajaba frecuentemente a la gran ciudad porque allí tenía a parte de su familia, allí se había criado y allí supervisaba su salud, que necesitaba revisar de cerca. Pero era en la isla donde había sembrado mujer, hijas y amigos.

Primer punto de giro

Y he aquí que tanto insistir a base de fotos con su barquita de pesca en WhatsApp consiguió que me fuera a su isla, qué caray, tres días de mar son un gran regalo.

Y salimos en barca, con la mar tranquila en la bahía, revuelta más allá del horizonte. Y cenamos luego sepia con leche y mostaza en su casa. La cama de invitados estaba preparada, también había sábanas limpias en su lecho…, por si acaso, me aclaró Diego. Buen intento. Pero elegí una estrecha cama solitaria, lo que hizo el día siguiente tan interesante

Segundo punto de giro

Qué ventoso amaneció el día, como corresponde en una isla. Me fui hasta la punta del puerto para sobrecogerme ante el mar inquieto y dejar que el viento me enredara el pelo. Pasamos la mañana visitando lugares escogidos de su isla.

La tarde fue para la siesta y un rato tranquilo a resguardo de la lluvia, que había empezado a caer. Allí… empecé a conocer a sus mujeres. Otras que, como yo, venían a pasar tres días de mar —y de cama—. Me gustó conocerlas. Que las describiera, las evaluara, les pusiera un lugar en su vida. Qué bueno fue compartirlo.

Me presentó también a la impresionante y joven rusa que estaba dispuesta a dejar su país para ir a su isla. Esa misma tarde tenía que hablar con su madre, profesora de español en Rusia, que quería conocerle. Esa mujer tan dispuesta… qué tentador, qué miedo le daba.

Mujeres en un bar

El coro

Camino al faro por la tarde y su oscura gruta con salida al acantilado -qué miedo pasé, Diego-, me habló de sus amigos. Cincuentones solteros que no habían tenido mujer sino de alterne. Cada tarde hacia las ocho se veían en La Palma, uno de los dos bares del puerto abiertos en invierno.

Les daba clases de dating o cómo ligar con mujeres en redes de parejas. Aunque ellos aun no se atrevían a dar el paso. Para allá íbamos a ir, ya eran cerca de las ocho…

Hombres sin decidirse a entrar

Y en La Palma entraba yo, el trofeo número cinco o seis, calculo. Era un bar de pueblo modernizado, se estaba bien, y fresca la cerveza. Fui presentada a los amigos y luego nos sentamos en un aparte, en íntima conversación (¿qué número de lección debía de ser esa?).

Me gustó ser su trofeo (ese que se exhibe y después no sirve para nada, ja ja ja). Me encantó la situación. Un hombre feliz por traer mujeres al pueblo. Otros cuántos preguntándose qué hacer con ellas en caso de que hubieran venido a por ellos.

Lo que aún no sé es qué les contesta cuando le preguntan si el viaje se lo paga él o se lo pagan ellas.

¡Es más cómodo tener muchas mujeres en el mismo puerto!

Este es el onceavo capítulo de la serie “Mi vida como single”. Síguela en el capítulo doce y último: Y llegó el amor.

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