Escribir bien para pensar mejor

Javier García
6 min readApr 2, 2017

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—Papá, ¿Cómo se escriben los libros?
—Mira, yo te enseño cómo se hace, te explico cómo escribo el mío.

Ayer escribí un diálogo con el que empezaba el capítulo del libro que tengo entre manos, la burbuja emprendedora. Hoy por la mañana lo releía. Mi hija de 7 años lleva días preguntándome cómo se escriben los libros. Y hoy volvió a hacerlo. Así que me puse a trabajar sobre el texto con ella. Me iba cambiando lo que estaba mal explicado e incluso me sugería cosas. Fue muy especial.

—Papá, ¿entonces yo escribí cosas en tu libro?
— Si, hija, cuando lo veas publicado dirás: “eso lo escribí yo”
— ¡Qué guay!

Creo que es muy importante tener el gusanillo de escribir desde muy pequeño. ¿Por qué? Porque escribir es pensar. Cuanto más escribes, más te obligas a pensar y a estructurar tus ideas.

Aún me asombra ver personas muy inteligentes, con grandes ideas, que trabajan duro pero que son incapaces de estructurar un documento. Escribir es una lógica, como la matemática —que también es un lenguaje. Cuando te enfrentas a desarrollar un argumento no puedes contarlo de cualquier manera, porque no comunicas. Escribir es decidir: qué va primero, qué cuentas, cómo lo cuentas, darle la importa de la puntuación, usar frases cortas o largas, unas palabras u otras…

La comunicación es la divisa más importante de nuestro siglo. Y la escritura ocupa un lugar absolutamente determinante para dar valor a esa divisa.

Cuando te encuentras con textos sin ningún tipo de estructura. Frases rotas que no te llevan a ningún sitio. Párrafos larguísimos y después otros super cortos, de una línea. O cuando lees palabras rebuscadas, tecnicismos innecesarios, o argot —normalmente en inglés para parecer que sabes mucho de un tema. Cuando tienes que leer varias veces las frases porque no eres capaz de comprender lo que estás leyendo. En definitiva, cuando un texto no fluye, más bien despista, te genera un tremendo esfuerzo para conectar con él; cuando esto pasa, la comunicación se rompe, pierde su esencia, genera hastío, desconfianza, hasta te hace sentir mal porque parece que maltrata a tu propia inteligencia.

A escribir se aprende leyendo pero, sobre todo, escribiendo. Escribiendo mucho. Pero es imposible decir algo con sentido sin un trabajo previo importante sobre lo que quieres transmitir. En mi caso particular, y esto no quiere decir que esté bien ni mal, no soy capaz de abordar un documento, un informe, un artículo ni, por supuesto, una presentación en público o una reunión con cierta complejidad, sin tener a mano un papel, boli y, después, teclear. Diseño la estructura de todo lo que quiero decir. La ordeno, pienso sobre todo en los objetivos que quiero perseguir y, por último, voy rellenando. Pero el trabajo nunca acaba. Lees, relees, cambias, pones, quitas. Me obsesiona la fluidez y pienso a quién va dirigido todo el tiempo.

Los textos no salen del tirón. Llevan un trabajo de reposo y fermentación muy importantes. Las ideas entran en la hormigonera de nuestra cabeza y, al menos yo, no puedo dejar de pensar en cómo ir dándoles forma hasta que encuentro una solución. Me pongo a escribir casi cuando las palabras golpean mi cabeza y me piden ya permiso para salir, acabar en un papel o en un editor de textos. Me llevo las ideas a correr, a caminar y viajan conmigo en el coche. ¿Cómo empiezo esto? ¿Cuáles son las ideas principales que rápidamente quiero transmitir y que le lleguen como una bala a mi interlocutor? Nunca dejo de hacerme preguntas y las ideas que voy teniendo las voy madurando en base a ellas.

No me deja de alucinar el poco mimo, cuidado y esfuerzo que le damos a comunicar bien, a escribir bien. Informes que van a consejos de administración sin pies ni cabeza. Cifras mal escritas, mal descritas, no se sabe por qué se habla primero de una cosa, luego de otra, luego de la primera. Cuando tienes que mandar un email pasa algo similar. Se escribe a toda velocidad. No pensamos en sus objetivos, ni transmitimos qué necesitamos o queremos que haga el receptor. No sabemos bien qué hacer después. ¿No te duele ver que a veces se necesita una cadena de 20 emails para comprender algo que se resolvería con un primer email bien escrito? ¿No te duele cuando a los textos le faltan palabras, o están sin puntuar, o tienen frases sin sentido (inacabadas o ni siquiera siguen un mínimo orden)?

Escribir bien es muy productivo. Te obliga a pensar bien lo que tienes que decir. A quitar todo lo que sobra —en un texto, en la comunicación en general, lo que no suma resta. Te ayuda a ser concreto y a estructurar siempre pensando a quién va dirigido.

Da igual a lo que te dediques, escribir bien te ayuda a ser mejor profesional. A reposar lo que aprendes, a transmitirlo mejor. Escribiendo bien entrenas la lógica, encuentras los vacíos, los enigmas, los puntos débiles de tus pensamientos. Si lo que dices tiene o no sentido, si es coherente. Escribir bien te ayuda incluso a dirigir mejor. A ti mismo y a los demás. Sólo redactando qué quieres conseguir en una reunión una hora antes de que se produzca, por ejemplo, ya has avanzado mucho. Y si resumes después todo lo que has logrado de esa reunión, y lo que no, comparándolo con ese mínimo texto previo, puedes avanzar de forma increíble en tu productividad y en la de tu equipo.

Además, y para mí es muy importante, escribir bien te ayuda a saber leer mejor. Te fijas en cosas en las cuales no solías fijarte. Buscas la estructura del texto, la lógica, la fluidez. Aprendes de quien lo hace de forma fascinante; y lo malo es que desconfías del chapuzas. Yo he contratado a bastantes personas en mi vida. Al principio me obsesionaba su currículum. Todo lo que estudió, los idiomas e, incluso, no me fijaba mucho en su experiencia. Pero con el paso del tiempo observo que la clave está en tener unas capacidades básicas que no paran de mejorar cada día. Valoro esa capacidad insaciable por aprender y mejorar. Si a eso le unes una pasión y cuidado por escribir bien y transmitir de forma eficaz lo que se hace, al menos para mí, ese profesional tiene un plus, sin duda, muy diferencial. No pretendo, para nada, que alguien escriba como Javier Marías, Leila Guerriero o Isabel Allende.

Saber usar las matemáticas de forma inteligente y comunicarlas bien, a nivel básico o intermedio, no supone que tengamos que ser matemáticos. Lo que supone es que las capacidades básicas que manejamos las entendemos bien, las usamos bien y nos apoyamos en ellas de una forma sensata. Por eso, aunque no seamos escritores profesionales, que no lo somos ni lo pretendemos, todos somos profesionales en algo, tenemos habilidades en algo. Habilidades por las que nos pagan. Si nos pagan es porque se espera de nosotros que aportemos valor. Y para aportar valor primero se tiene que comprender bien lo que hacemos. El uso del lenguaje es una divisa, como decía antes, es un catalizador que permite conectar personas, ideas, pensamientos.

Jorge Wagenserg, el físico y gran escritor español, señala:

“las disciplinas del conocimiento crecen por sus costuras, es decir, por interdisciplinariedad” ¿Alguien cree que esas costuras o esa capacidad de unir disciplinas distintas es posible sin un uso adecuado del lenguaje y la comunicación? Escribir bien tiene más impacto del que podemos imaginar.

Los textos escritos para impresionar, frustran. Generan rechazo. Y lo peor es que hay mucho pedante creando barreras que no se dan cuenta que no suman. La gente inteligente usa lenguaje sencillo. El postureo demuestra debilidad. Un gran profesional en su campo no tiene la necesidad de impresionar con textos farragosos. Los mejores profesionales que he visto en mi vida; los textos que más me inspiran; los profesores que sembraron en mí la semilla del conocimiento; todas aquellas personas que me influyen y a las que admiro tienen una gran capacidad para comunicar: muestran humildad, sencillez y siempre tienen sed por seguir aprendiendo.

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Javier García

Socio de SensunFinanzas.com y de Sintetia.com; apasionado de la #Economía las #Finanzas y la #Estrategia. Me gusta escribir y a veces divagar :)