Plataforma Deltana

Una conversa entre Statoil y PDVSA

Eduardo Medina
3 min readJan 31, 2015

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Los políticos se la pasan diciendo lo mismo, lo hemos escuchado de la boca de muchos. Que el petróleo debe servir de palanca para propulsar a Venezuela hacia adelante, que es del pueblo, para el pueblo. Muy claro está por supuesto, pero del dicho al hecho hay un largo trecho. ¿Qué es lo que realmente hace falta hacer para poder bendecir a futuras generaciones?

Como sociedad venezolana todavía nos falta mucho por aprender, y quizás una buena manera de empezar a tomar rumbo es comparando, viendo y entendiendo lo que han hecho otras sociedades. Esto es precisamente lo que Juan Cristobal cuestiona en Blogging the revolution. Argumenta que comparaciones — económicamente hablando, a mi entender — con países latinoamericanos no tienen sentido. Venezuela tiene más en común con Iran, Algeria y Nigeria que con Guatemala, Peru o Uruguay. Y entre los países bendecidos con abundantes recursos naturales, Venezuela figura como un país donde algún tipo de comparación o estudio ofrecería desesperanza. Pero Juan lo dice bien claro: el petróleo no es una maldición, es una bendición; la diferencia yace en lo que nosotros como sociedad hagamos con él. Y seria irresponsable que simplemente aceptemos lo contrario, y nos quedemos de brazos cruzados, echándole la culpa al petróleo o haciendo no se que.

«No es solo cuestión de genética, el subdesarrollo no es una trampa sin salida». Antes de dar todo por vencido, explica Juan, vale la pena contemplar lo que han hecho otras sociedades con recursos naturales abundantes, como por ejemplo Noruega. Un país que figura como uno de los principales exportadores de petróleo en el mundo, y disfruta de una alta calidad de vida y de una economía que llegó a figurar entre las primeras cinco de acuerdo a su producto interno bruto. ¿Cuál es el truco?

Muchas cosas vienen a la mente: su mentalidad europea, su clima, su historia. Y aunque algo de esto pudo haber influenciado, seria un error creer que el camino de desarrollo de un país está tan causalmente determinado. Después de todo, hace cincuenta años pocas personas hubiesen considerado la mentalidad, el clima, y la historia de Singapur, y hubiesen predicho que se convertiría en la superpotencia que es ahora. La diferencia en Noruega — la razón por la cual no es Nigeria — es que los noruegos no cayeron en la trampa de los petroestados.

La «trampa del petroestado» es lo que se vio representado en los ta’baratos de Venezuela y en el gasto sin control similar de los noruegos durante los años setenta y ochenta. Juan Cristobal, basándose en The Paradox of Plenty de Terry Karl, explica que la economía noruega inevitablemente se dio contra una pared, como es de esperar, pero que se supieron recuperar adecuadamente. De allí en adelante, Noruega se vacunó contra el mal holandés a través de varios mecanismos puestos en lugar para amortiguar la caída de los precios del petróleo — siendo el fondo petrolero la principal herramienta — y diversificando su economía.

Un punto interesante que Terry Karl resalta es que Noruega supo bregar correctamente con la situación económica gracias a la existencia de un estado sólido y con estructuras debidamente institucionalizadas. A diferencia de Venezuela, cuando el petróleo fue descubierto en Noruega en 1962, ya este país estaba relativamente adentrado en su desarrollo. La venida de este recurso natural se encontró con un estado y con una sociedad que lo supo manejar. Es también cierto, sin embargo, que las reservas petroleras de Noruegas están pronosticadas a durar alrededor de veinte años más, en contraste con nuestro país caribeño que posee un pronóstico petrolero con un mayor numero de años. De cualquier manera, la pregunta parece ser válida: ¿por qué nosotros no podemos aprender y utilizar los recursos naturales de la manera más eficiente? Tiempo queda todavía.

El ejemplo de Noruega demuestra que una inesperada riqueza petrolera no es la causa de los problemas de un país. Puede pasar de maldición a bendición, pero solo por responsabilidad de las personas que lo manejan.

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