Patricio Dillon, se escribe tu historia

MemoriasRN
8 min readAug 17, 2016

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Mientras dormía en la oscura madrugada, Coca sintió un ligero y pronunciado golpe en la puerta de su casa: era ese sonido casi musical que estaba acostumbrada a escuchar cuando su sobrino Patricio llamaba a la puerta. Un eco de su presencia que hace un tiempo se había esfumado bajo la penumbra de la dictadura. Ella supo desde ese momento que ese golpe fue el que le asestó su asesino, que como el seco martillo de un revolver, disparó en su corazón y dejó chorros de conciencia perturbada, acaso también esperanza de encontrar algún día justicia.

El joven roquense, Patricio Dillon de 23 años, secuestrado el 20 de enero de 1977 en un bar cercano a la facultad donde cursaba las últimas materias de Licenciatura en Letras, fue visto por última vez en el “Club Atlético”, ex campo de concentración de tortura y exterminio de Capital Federal. Su vida es el relato de una impoluta búsqueda de libertad, una libertad colectiva.

“El desaparecido es una incógnita”, gatilló con actitud de arrogancia intelectual y perversidad categórica el entonces dictador Jorge Rafael Videla, cuando en una de las pocas entrevistas que brindó a la prensa nacional se refirió al abultado número de personas que no se encontraban con sus familias, en sus casas, en la calle, en sus trabajos. Para el jefe de las Fuerzas Armadas, Patricio fue una incógnita — “que no está vivo ni muerto”-. Sin embargo, su joven vida dejó tantas huellas como palabras que se preservan en la memoria de los más cercanos compañeros, familiares y habitantes comunes de su ciudad natal.

Patricio tuvo la capacidad de crear en una ciudad fundada para quedarse quieta, oculta bajo la máscara civilizatoria de la historia oficial. Apostó por lo humano y encontró en la militancia política una razón digna de vivir, dejando incluso su vida por la causa que lo identificaba. Sin importarle demasiado si su nombre iba a ser recordado. Hoy, luego de 40 años de aquella sentencia de exterminio político, son muchos los que cuentan su historia. Benedicto Bravo, por ejemplo.

Benedicto, “Patricio fue el mejor de todos”

En el centro clandestino de detención “La Escuelita” padeció las torturas que se llevó la vida de muchos de sus compañeros. Benedicto logró sobrevivir para contar su historia y la de toda una generación, como militante histórico del peronismo y como víctima y testigo de los crímenes de lesa humanidad durante la dictadura en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén.

Ya padre y abuelo, una figura arremete en sus recuerdos con notable añoranza, es la de su entrañable amigo Patricio: su personalidad y vida militante se puede imaginar a través de la oratoria propia de un maestro, “éramos un grupo de negros orilleros que andábamos con él para todos lados”.

Entrevista con Benedicto Bravo

Corrido por el “hambre y el alambre” este muchachón trabajador y orgullosamente peronista bajó desde sus pagos ancestrales, varios kilómetros sobre el nivel del mar, para encontrar una vida mejor bajo la sombra del alto valle. Abandonó el cerro “El Mayal” ubicado en Chos Malal, norte neuquino, y con ello toda una tradición incorporada de recolectar frutos silvestres con su familia, o la harina tostada en “la callana” por su madre para hacer “ñaco” con “leche chiva”, base de su alimentación, sin olvidar a la “quinua”, raíz matadora de las hambrunas que en intensas heladas soportaba junto a sus siete hermanos.

Benedicto se incorporó como trabajador migrante cordillerano a una pujante economía frutícola, donde se asentaban pequeñas e importantes empresas que diagramaron la organización económica de la localidad que Julio Argentino Roca bautizó junto a su generación del 80’. Grandes embotelladoras, bodegas, jugueras y sidreras de capital local, tiendas de ropa y centros comerciales, servicios públicos centrales y por supuesto el trabajo de sobra para los venideros en las chacras de la zona, limpiando acequias o atando viñas con “totora”.

A fines de la década del 50’, en la periferia de la creciente población, se asentaba “el pobrerío”, en aquellos conventillos del lado sur, donde fue a parar Benedicto. Un poco más hacia el centro de la ciudad, al oeste de la Avenida Roca, se encontraba la gente con una mejor situación económica, la tan citada “clase media”.

En uno de esos barrios, donde convivían profesionales de la labor pública y pequeños comerciantes, precisamente en la esquina Italia y Tres Arroyos — hoy Secretaria de Derechos Humanos de la ciudad- vivía Patricio con su madre, Sara Gigena Dillon, quien lo crió junto a Coca Gigena, tía materna.

El frío invadía y la noche parecía no tener fin. Una figura de bléiser azul, corbata aflojada y libros bajo el brazo avanzaba lentamente.

— Ey, flaco — empezó Patricio en tono grave.

— ¿Qué pasa? — dijo Benedicto.

— ¿Vos sos el Bene? ¿Sos peronista? — preguntó.

— ¿Y a vos qué te importa? — gritó él.

— Yo soy peronista también.

Se quedaron viéndose. Escuchaban latir sus corazones en el silencio.

— ¿Te venís mañana? — continuó Patricio — . Italia y Tres Arroyos.

A la noche siguiente Benedicto ojeaba los anaqueles enteros de la biblioteca personal de Patricio.

— ¿Vos leés? — dijo Patricio.

— Sí.

— ¿Qué leés?

— Patoruzito, El Llanero Solitario…

Hubo una pausa.

— Después te voy a dar algo para leer — repuso Patricio.

Dillon era un ávido y maravillado lector. Leía todo lo que llegaba a sus manos con una pasión contagiosa.

— Acá está lo grande de un intelectual: a los tres meses de conocerlo yo leía desde García Márquez hasta Scalabrini Ortiz. Él hizo que me gustara la lectura, y fue algo que hizo conmigo y con muchos. Mi virtud fue ser alumno de él. — Se enorgullece Benedicto.

Los unía el compromiso militante y una amistad inseparable. A veces disipaban la honda desesperanza de los bares con un intenso y conmovedor repertorio: Yupanqui, Violeta Parra, Chico Buarque, Quilapayún.

— Patricio y yo éramos peronistas y juntos participamos en la Regional Séptima. Pero antes que nada él era mi gran amigo, mi íntimo amigo. Lo recuerdo como una persona íntegra, generosa. Tenía esa calidad para lograr que el otro no se creyera menos y se creyera con capacidad para muchas actividades como ser humano. Era la expresión viva de que «el otro soy yo». Jamás, por nada del mundo, permitía que el otro no pudiera.

De su enorme vocación humanitaria nacieron los primeros centros de alfabetización en General Roca.

— Gracias a la educación que profesaba Patricio uno dejaba de ver al prójimo como enemigo. Convertía la solidaridad en su bandera. Educaba en la solidaridad y por la solidaridad. Patricio fue el mejor de todos — sentencia Benedicto.

Su padre falleció apenas tenía tres años de edad, lo que significó que Sara trabaje largas horas al día para alimentar a su único hijo, horas en las cuales Patricio era cuidado por su tía en las tardes de su infancia.

Patricio Dillon de niño, con su madre, Sara Gigena.

De estudios primarios y secundarios en el colegio religioso “Domingo Savio”, el cristianismo funcionó en su entorno como cuna social, en la capilla del barrio que frecuentaba y en las filas de los “Boy Scouts”. La literatura fue parte de su estante cotidiano, ya que su madre le inculcó el hábito de la buena lectura. Tal vez fue ésa una de las razones la que despertó, desde temprano una sensibilidad diferente: la vocación, el vértigo de vivir en un umbral de convicciones.

Los años 60’ transcurrieron dentro de una ebullición revolucionaria, lo viejo era suplantado por lo nuevo — experimentación artística, vanguardias de la contracultura, movimientos políticos de liberación nacional en América Latina, el mundo árabe y africano, los llamados países del “Tercer Mundo” que se enfrentaban con crueles dictaduras engendradas desde los centros del poder internacional y las oligarquías locales.

En Argentina, todo tenía su propia esencia, la autodenominada “revolución libertadora” que derrocó en 1955 con bombas y fusilamientos al presidente constitucional Juan Domingo Perón, significó la restricción de las libertades democráticas del país de las mayorías populares peronistas. Esto arrastró la insatisfacción de la clase trabajadora en fábricas y sindicatos, parte de la juventud que enardeció en la calle y universidades frente a más de 17 años de proscripción y el destierro del líder del movimiento.

La Revolución Cubana liderada por Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara, que venció el 1º de enero 1959 al régimen dictatorial de Fulgencio Batista, fue un faro que iluminó las luchas de los pueblos latinoamericanos, por lo que variadas expresiones revolucionaras fueron resurgiendo al calor de la creciente concientización política y social.

Fue en ese clima social donde literalmente se topó con Benedicto. Ya eran conocidas las andanzas del “Bene” en General Roca, porque en ese tiempo ser peronista era toda una credencial de identidad social muy fuerte. También las de Patricio.

Benedicto trabajaba en un taller cerca de la calle Mendoza., cuando salió al mediodía rumbo a su casa y se cruzó con un joven como él. Pero con “libros bajo el brazo, bleizer azul y corbata desatada”. Un “caquerito”, pensó.

Cientos de recuerdos y emociones reaparecen en cada una de las personas que lo conocieron y supieron compartir momentos con el, momentos que atesoran, en lo mas profundo de su memoria. Su tía materna Coca lo recuerda como fanático de Los Beatles, los fideos caseros, la literatura, la fotografía y la guitarra.

“Un joven alto y apuesto” así lo describe Patricia Laría, una compañera de militancia. Poseedor de una sonrisa cautivadora que junto con su voz prominente complementaban su personalidad fuerte de líder natural, aquellos que lo conocieron resaltan su gran compromiso con la sociedad “el quería que la sociedad este bien”, su solidaridad y valores, tal es así que tuvo la posibilidad de refugiarse en los países de Chile o España, pero sus fuertes convicciones lo arraigaron a su tierra.

Patricio, el hombre nuevo

Jorge Patricio Dillon se apropió del acontecer político, sintió la injusta realidad social correr por sus huesos y decidió transformarla. Toda esa energía la vehiculizó políticamente en el mayor movimiento de masas de su país, lo que lo llevó a conformar junto a sus compañeros, la Juventud Peronista de la región, “la regional séptima” que incluía todo el Alto Valle de Río Negro y Neuquén.

Militancia estudiantil y viaje a Buenos Aires

Inició sus estudios universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Fue cuando se incorporó en la Juventud Universitaria Peronista. Ya en la gran ciudad, pleno 1976, entró a trabajar en el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Hay que destacar que luego de su desaparición, el Banco sentenció que Patricio fue desvinculado de la empresa por “desaparición forzada de persona”, reconociendo que Patricio, junto a otros 27 desaparecidos, fueron arrancados del Banco por el terrorismo de Estado.

Ese jovencito de espalda grande, sonrisa segura, ojos grandes azabache, convincente mirada y una aptitud constante de búsqueda intelectual, política y artística, fue parte de una generación que llevaba consigo los estigmas de un pasado político que abuelos, madres y padres, encarcelados, torturados, fusilados y proscriptos transportaban en sus memorias.

Bella juventud que no nació del gajo, sino que arraigada a la historia de la lucha de su pueblo, empuñó el amor enardecido por la libertad como una sentencia impresa en sus corazones. Una moral exigente a favor de quienes les era negada esa libertad, utopía desangrada que hoy vive en las palabras de esta crónica y en la marcha larga por la memoria de los desaparecidos.

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MemoriasRN

Tres historias de la represión en Río Negro. Trabajo de estudiantes de Periodismo Digital, UNCo, 2016