Dorado en Venecia

Guillermo Amador Bograd
3 min readAug 13, 2020

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“Los lugares son más fuertes que las personas, el escenario más que el acontecimiento”

-Aldo Rossi

La primera vez que estuve en Venecia, fue en pleno invierno, un mes de enero justo el día antes de que todos los locales colgaran en sus santamarías el letrero de “È CHIUSO PER VACANZE”. Obviamente iba de abrigo, con botas, con un cuello de tortuga negro y una bufanda “en caso de emergencia”. Siempre me han gustado las estaciones. No el frio o el calor, sino ir a un sitio con frío y vestirme para la ocasión, o hacer lo contrario cuando el sitio es caluroso. Para este viaje, además, tenía en mi lista todas las recomendaciones de Bourdain y demás chefs de cabecera, y otros grandes éxitos del viajero no tan frecuente que quedaron para otro momento porque como les dije, casi todo estaba cerrado.

Por suerte la Piazza San Marco y el Campanile estaban allí. Santa Maria de la Salute, y ese lugar mágico que es la Punta Della Dogana (el lugar donde termina el mundo de la realidad y comienza el mundo de los sueños, según Aldo Rossi, uno de mis arquitectos favoritos), estaban allí para verlos, impregnarlos en la memoria, y en una que otra fotografía para el equivalente de Instagram del momento.

Otra cosa que estaba allí era el Gran Canale, rodeando y recorriendo todo, dando definición a lo que ves y lo que no ves, a la superficie y a lo que quedaba escondido con el verde esmeralda de sus aguas.

El mismo día que venía de conocer el lugar desde donde salió el Teatro Del Mondo de Rossi, vi un objeto brillar en el agua del canal. Dorado, o con algo dorado sobre él, flotaba y se hundía, iba moviéndose con las pequeñas olas que levantaban las góndolas y los vaporettos. Me acerqué al Puente Della Academia y el objeto misterioso se adentró hacia uno de los canales más pequeños, que ellos llaman “ríos”. Aceleré el pasó y me acerqué al borde, pudiera decir que mucho porque resbalé y caí. Ante la disyuntiva de perder de vista el objeto o regresar a la orilla, di un par de brazadas y lo atrapé, finalmente iba a saber qué era el objeto, brillante, dorado al recibir la luz del Sol.

Allí estaba, flotando en el verde esmeralda de las aguas del canal, lo tomé, volví a la orilla y me senté en ese mismo lugar a desenvolverlo porque ya estaba cubierto de vegetación. Al leer la inscripción de la ya no tan misteriosa caja vi en letras doradas dos palabras que de niño habían significado algo distinto, la emoción de ir con mi padre los domingos al único sitio en Caracas donde en una cajita similar se leían las mismas palabras, pero que hoy solamente me hacían recordar, si acaso, a Greta Thunberg.

Dos palabras solamente: “Big Mac”.

Por cierto: Esto es parte del Taller de Escritura de Cuentos que dicta Marianne Díaz (y por acá lo que publicó El Caps)

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Guillermo Amador Bograd

Arquitecto, blogger, podcaster, foodie. Se hacen podcasts y se toma café en Instagram :D