Instrucciones para montar un mueble (II)

Javi Sánchez
5 min readDec 9, 2017

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O por qué Ikea debería ser Patrimonio de la Humanidad.

El camino al Ikea de La Gavia, en Madrid: el trayecto que no te miente.

Ikea es una de las mayores narrativas arquitectónicas que existen. Va mucho más allá de los centros comerciales, los obeliscos, los arcos romanos, los frisos arrancados a Grecia y expuestos en un sitio de Londres lleno de huchas, o las estatuas alegóricas del Ministerio de Agricultura.

¿Necesitas algo que ilustre y defina un edificio de burocracias y sembraos? Ponle PEGASOS.

Pero hablaba de Ikea y de instrucciones para montar muebles. La unidad mínima de información Ikea es, creo, la Lack cuadrada. Es un trozo de aglomerado, con otros cuatro trozos, que se enroscan y, pam, ya tienes una jodida mesa. Ni de roble ni para toda la vida ni nada. Hay millones de personas en el mundo que tienen o han tenido la misma mesa que tú. Si nos fiamos de Ikea, es bastante posible que la idea de esa mesa tenga más o los mismos años que tú. Y son capaces de manufacturarla en la configuración más espantosa que se te ocurra. Una mesa por el precio de tres dobles de cerveza. Así es Ikea.

El precio wapo. Mesitas feas. Mi Lack rubia.

La Lack no te miente. Es la reducción a la nada del concepto mesa, es un mueble salido de los libros que te enseñan a leer. Es la industrialización a gran escala de la idea platónica de mesa. Puedes cogerla por una de sus patas, hostiar a Platón con ella y comprarte otra exactamente igual porque se te ha roto la primera. Todas las Lack del mundo participan de la Lack primigenia. Todas sirven para muy poco, todas tienen fecha de caducidad y no hay forma humana de que alguien pueda impregnar una Lack de narrativa. No le cabe.

La Lack está diseñada para que la sustituyas por otra igual o peor. A lo mejor mas grande para el centro de salón. Para que sean mesillas, pies de lámpara, reposapies o lo que se te ocurra. Cuando una de tus Lack muera, tendrás otra. Cuando tú mueras, a nadie le importará la Lack que dejes detrás. Se montan fácilmente, se desestiman rápido, salen baratas.

A partir de ahí, en escala creciente, cada centro Ikea desarrolla la ficción de una vida. La Lack es una unidad de medida: tu canapé ÖRJE se puede medir en kilolacks, por ejemplo. Y todos los teralacks de su catálogo componen un Ikea en el mundo real.

En Ikea, el mapa y el territorio son lo mismo: es una serie de hogares donde no vive nadie. También de laberintos: Ikea es la Casa de Asterión sin minotauro, una y otra vez. Las criaturas que lo pululan, seres humanos en busca de algo que les cubra las necesidades básicas, descubren pronto que están en lo que Sun Tzu llamaba terreno difícil: es fácil entrar, pero difícil volver a salir. Notan que algo va mal. De repente, no hay ninguna visión del mundo exterior, ni una forma clara de volver atrás. En Ikea, uno sólo puede avanzar. Incluso cuando ya ha terminado, tiene que avanzar. Y descender a los infiernos y empujar muebles hasta el final. Recorrer Ikea no sólo es agotador por la cantidad de información, también porque todo el mundo que está allí tiene el mismo agobio que tú. Creo que el único error de su diseño es dejar los cuchillos para casi el final. Deberían estar antes, cuando no hay riesgo mental de sucumbir a la tentación.

Pero Ikea nos vuelve homogéneos. Los muebles de Ikea son intercambiables, tetriminos para casas y tienen una función esencial. Cuando una casa se acaba, cuando algo no es para toda la vida, puedes deshacerte de ellos y volver a las entrañas de Ikea a empujar otros, como un Sísifo de la obsolescencia. Son muebles sin vocación de permanencia, cuya mayor narrativa acaba en el montaje (algo que puedes pagar para no tener que contarlo tú mismo) y arranca en el catálogo.

Son muebles que se rompen y puedes tirar, son cosas sustituibles, están pensados para vidas en tránsito. Para sustituir los muebles de padres y abuelos que llevaban el mensaje de “para toda la vida”. Comprar muebles de Ikea es anticipar el fracaso o el cambio, evitar el fin. No pensar en el fin.

Una vez que desarmas tu vieja casa de aquellas lacks, queda vacía y pierde la historia. Todo lo que pasó allí desaparece con ello. Y esa casa quedara pura para que alguien la habite y no tenga que pelearse contra mementos que no son suyos. Vuelves a Ikea, siguiendo un camino en el que no hay civilización, ni hay casas, ni hay nada. Acumulas todo lo necesario para empezar de cero, como hacen todas las personas a tu alrededor, cada uno calculando su vida en kilolacks. En permutaciones que te den la narrativa de que todo eso es tuyo y personal, pese a que una pareja embarazada, unos jóvenes estudiantes, una señora un poco perdida y dos amantes que se abrazan entre sofás ESKILTUNA estén anotando lo mismo que tú.

Cuando llegas a tu nueva casa y a tu nueva vida, sigues las instrucciones para montar un mueble. Otro. Otro más. Y en esa tarea, mientras peleas a solas con unas instrucciones que dicen que eso es para dos, para montar entre dos y vivir entre dos, te das cuenta del mensaje que Ikea tiene para todos nosotros. Si padres con sus niños empujando minicarritos diseñados para alfabetizarles en lo Lack; si parejas; si gente sola que se mueve como si atravesase agua; si personas cálidas que se desploman al intentar personalizar una BESTÅ; si todos nosotros podemos comprar en Ikea esos mismos muebles esas mismas veces; si todo, si absolutamente todo puede reducirse a Lacks, entonces nosotros también podemos ser medidos así.

Con lo que todos, en algún momento de nuestras vidas, seremos o habremos sido la mesita LACK intercambiable de alguien. En vez de un mueble grande, con vocación de permanencia. Para toda la vida.

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