Elecciones II: Sergio Fajardo

Ricardo Taborda
6 min readMar 25, 2018

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Esta es la segunda parte de mi repaso personal por los candidatos y otras figuras involucradas en la contienda electoral por la presidencia de Colombia. Como en la primera entrega, trato de hacer un análisis equilibrado de las cosas positivas y negativas, haciendo énfasis en lo que el candidato representa; procurando, en la medida de lo posible, de evitar las críticas a la persona; y explorando esas zonas grises en las que los candidatos son más difíciles de leer, y en las que en verdad se disputan su suerte ellos y los votantes sin agenda—esos que llaman: de opinión.

Me gusta…

De Sergio Fajardo, el candidato de la Coalición Colombia, me gusta que entró en la política a una edad madura en su vida. Tenía 42 años cuando disputó por primera vez la alcaldía de Medellín, y 46 años cuando llegó a ella. Dice David Brooks en su libro El Animal Social que las personas que más chance tienen de sentirse plenas al final de sus días son aquellas que pasaron por al menos una, generalmente dos, transformaciones profesionales y personales en su vida—aquellas que fueron capaces de re-inventarse a si mismas en algún momento—sin comprometer sus principios. Sergio Fajardo encarna una de esas transformaciones: de la academia a la política. Siguiendo los pasos de Antanas Mockus, es indudable que juntos han marcado positivamente la política colombiana de los últimos 25 años. La entrada tardía es además una garantía de convicciones bien arraigadas. El que a esa edad llega a un nuevo oficio, especialmente al servicio público, lo hace por convencimiento propio, y eso lo blinda ante las tentaciones que lleva a los políticos (más jóvenes) a ser presas fáciles de situaciones comprometedoras.

Me gusta que tiene un doctorado encima. En una Colombia donde el inmediatismo prima en el sector privado tanto como en el sector público, nosotros los que tenemos un doctorado en los hombros somos siempre vistos como idealistas y poco pragmáticos. Pero no hay nada mas lejos de la realidad. Lo que un doctorado enseña por encima de muchas otras cosas es que el éxito sostenible se funda sobre el trabajo riguroso y constante. Que los atajos no pagan. Que hay que saber mantener la mirada firme en la meta, es decir, saber mantener una coherencia entre el trabajo del día a día y los objetivos de largo plazo. En una sola palabra: a ser integro (entendiendo la integridad como la congruencia entre lo que se piensa, se dice, y se hace.) No en vano, y por más que a veces se hace uso de ellas para criticarlo, a Fajardo lo caracterizan las mismas frases y las mismas acciones (incluidos los mismos errores), durante sus años de vida pública. Todas esas son cosas que en la persona del Presidente le harían bien a Colombia.

En la zona gris…

En esa zona gris entre lo que me gusta de la persona y lo que me disgusta del candidato, están los temas de su vanidad política y su banalidad temática. Hago claridad que no compro ninguna de estas dos críticas en su totalidad, pero no puedo evitar entender—y por momentos simpatizar—con quienes las resaltan.

Hablemos primero del tema de su supuesta vanidad. Como no le conozco, no sé si en verdad sea una persona vanidosa en el sentido estético. Pero sí hay dos cosas que como observador externo puedo decir: Fajardo es un hijo de su tiempo, y Fajardo es un profesor. Mi interpretación es que estas características le traicionan a menudo públicamente dando esa impresión de vanidad. Al ser un hijo de su tiempo, en lo más adentro de su persona, Fajardo no es muy distinto de Alvaro Uribe. Son casi de la misma edad (61 y 65), ambos antioqueños, ambos hijos de padres emprendedores, y ambos hombres. Con ello quiero decir que por más moderno o progresista que quiera serlo, Fajardo como Uribe creció en una Colombia fundamentalmente machista, mesiánica, presidencialista. Esto tarde que temprano se le sale a Fajardo por los poros de la piel, sin siquiera quererlo.

De otra parte, al ser profesor, Fajardo sufre de un síndrome del cual todos los profesores debemos cuidarnos. La tendencia a sonar excesivamente convencidos de nuestro conocimiento. Es inevitable que cuando uno dedica un buen porcentaje de su tiempo, de su vida, a impartir conocimiento dentro de un aula de clase, dentro de un auditorio, a grupos de personas generalmente receptivas a aceptar lo dicho como verdadero, ello eventualmente permee en la manera como uno se expresa en público fuera del entorno académico. Por tanto no creo que se le pueda criticar a Fajardo más que lo que se le criticaba a Obama en Estados Unidos el que sonara “professorial”. Pero tampoco se le debe excusar. Por tanto con Fajardo (como con Obama) se corre el riesgo de que como líder no logre ver las zonas de compromiso con sus interlocutores, a quienes su amígdala—sin él saberlo—califica como no dignos de su nivel intelectual.

En tanto a su banalidad temática, no se puede hacer caso omiso a la crítica de que Fajardo no es “ni fu, ni fa.” Entiendo por qué él busca constantemente desprenderse de las etiquetas políticas y centrarse en sus convicciones más profundas. Pero en su afán por evitar ser etiquetado, Fajardo frecuentemente se ausenta de las discusiones que en el momento son centrales para el país, y por tanto, deja el campo abierto para recibir ataques de propios y extraños. Un candidato, y más aún, un presidente, no pueden desoír constantemente los intereses temáticos del pueblo—por más pasajeros o superfluos que ellos le parezcan al líder en su gran esquema sobre lo fundamental a largo plazo. Un candidato y un presidente se deben a sus electores y a sus gobernados. A la gente hay que, primero: escucharla, y segundo: hablarle de sus intereses, sus necesidades, establecer esa empatía, y luego, sí, liderarla. Por más que Fajardo quiera trascender las coyunturas políticas del momento y estar por encima de discusiones bizantinas, mal hace en ausentarse de las conversaciones que los colombianos tienen en las cocinas de sus casas.

Y no me gusta…

Y en la categoría de lo que no me gusta, lo siguiente: los repetidos desaciertos en estrategia política, y la aparente falta de un conocimiento minucioso del país. Sobre lo primero, Fajardo ha demostrado no solo una vez, sino varias, que sus convicciones le generan puntos ciegos en política. La más reciente evidencia de sus desaciertos estratégicos fue su terquedad en fungirse anticipadamente como candidato único de la Coalición Colombia. Confundió la preparación cuidadosa de la agenda de una coalición con la definición de un candidato. La Coalición pudiera haber seguido trabajando en la temática calladamente en manos de los asesores de segundo y tercer nivel de cada uno de los candidatos, mientras que estos se debatían y participaban de una consulta popular en las pasadas elecciones de marzo. No habrían sido pocos el número de votos de esos 3 millones que se llevó la consulta de la izquierda de Petro y de los 5 millones que se llevó la consulta de la derecha de Uribe, los que hubieran participado de una consulta de centro entre Fajardo, Claudia López, y Robledo (o, de la Calle.) De paso le habrían hecho un gran favor a Colombia presentando una coalición evidentemente de centro en estas primeras elecciones de marzo. Me preocupa entonces que el Presidente Fajardo no logre ver ese tipo de cosas a la hora de pedalear leyes y navegar las aguas políticas de una presidencia. El dirá que el no entiende la política así. Yo le diría que entender y trabajar con esos elementos de la política no equivale a comprometer sus principios.

Y sobre lo segundo (el aparente desconocimiento país): el episodio del páramo. A la luz de la ecuanimidad, nadie sensato negaría que la pregunta del páramo era desacertada, pero también lo fue la respuesta. No porque Fajardo no tenga la razón, que la tiene, y por mucho; sino porque evidenció de manera fácil de entender para cualquier persona lo que en otros debates, con preguntas mejor planteadas, también se ha dejado ver: que Fajardo una que otra vez ha acusado no tener un conocimiento minucioso del país, de su estructura legislativa y de su estructura gubernamental. Le salva, eso sí, que siempre ha estado bien rodeado, y no me cabe duda de que conformaría un muy buen gabinete y un muy equipo de gobierno. Pero eso requiere que Colombia sea capaz de entender que el país no es una finca, y que el presidente no es un mayordomo. Amanecerá y veremos.

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Ricardo Taborda

Engineer. Scientist. Hopeless enthusiast. Practical idealist. Believer in the virtue of politics and education.