Editor traidor

Descubrir talento o diseñar éxitos, he ahí la cuestión

Oh! Digital culture
5 min readApr 6, 2016
El editor John Martin ofreció un pequeño sueldo vitalicio a Bukowski para que este dejara su trabajo en Correos y se dedicara a escribir a tiempo completo. Bukowski aceptó. Su carta de agradecimiento a Martin es ejemplo del amor autor-editor.

El editor, el productor musical, el marchante, el crítico… todos son incómodas figuras del mundo cultural. Mediadores que al convertir el arte en un negocio y al generar dinero en torno a la creación ajena, pierden el aura genial del artista para ganar el halo gris del avaro chupatintas.

“The editor is regarded by most authors as a person whose mission is the suppression of rising genius, or as a traitor who has left their ranks to help their natural enemy, the publisher”, Leslie Stephen Studies of a Biographer (1898)

No ayuda mucho que la historia esté plagada de casos como el de Dostoievsky entregando el manuscrito de El jugador en una comisaría, para certificar que había cumplido con su plazo de entrega y evitar así que su editor (nada casualmente ausente de la ciudad esos días) se quedara con los derechos del texto. Y también está esa desazón que invadió a los lectores de Raymond Carver al descubrir que su editor, Gordon Lish, había editado sus mejores relatos no solo con brillantez sino hasta casi el punto de la coautoría. Incluso John Martin, que sería el santo patrón de los editores por aquel sueldo vitalicio que le puso a Bukowski para que dejara su trabajo y se dedicara a escribir, acabó en el punto de mira de los aficionados a la poesía por las intensivas ediciones que hizo de los poemas de Bukowski tras su muerte. Las historias de casas editoriales que diseñan bestsellers, gestionan la imagen de sus autores e inventan géneros tan estereotipados como la chicklit no ayudan tampoco. El editor es celebrado por encontrar talentos, pero recelado por falsearlos, o incluso por diseñarlos.

La cultura que viene: ¿menos Arte y más Entretenimiento?

Vivimos en un mundo con una industria de contenidos cada vez más competitiva. Además, es evidente que los nuevos formatos en vídeo e interactivos van ocupando el tiempo y la atención que antes muchos usuarios dedicaban a la lectura. Y es que en la esfera digital, los autores y editores cada vez deben competir más duro por captar un segundo la atención de unos consumidores superestimulados. Por eso, oigo a menudo temores sobre si los futuros gestores de contenidos serán más publicistas que buscadores de talento, y si los creadores estarán más centrados en diseñar éxitos que en tomarse el tiempo de gestar obras complejas. En resumen, si la escritura irá dejando de estar relacionada con la industria de la Cultura para estar cada vez más cerca de la del Entretenimiento.

“Goethe famously said that ‘publishers are all cohorts of the devil; there must be a special hell for them somewhere.’ Nowadays, we (mostly) imagine publishers as at best evil Wall Street types or technological Luddites or the suppressors of the intelligence and insight of authors. In their spare time they torture babies.” Joseph Esposito

Antes de dejarnos llevar por el tópico de “en los buenos tiempos tal y cual” y el “los X de ahora ya no saben cómo Y”, pensemos que la vieja disyuntiva entre Arte y Entretenimiento es una pura falacia. Raro es que un artista cree sin pensar en satisfacer siquiera un mínimo a su público; a su vez, también abundan casos de objetos culturales diseñados como puro entretenimiento de éxito que con el tiempo empiezan a ser considerados obras de arte (las novelas de Cervantes o Dickens, que eran superventas de sus épocas, son ejemplos de que esa división entre Arte y Entretenimiento es arbitraria). Del mismo modo, también los editores suelen tender a buscar un equilibrio entre apostar por talento y generar ingresos.

Tal vez la mejor película jamás rodada sobre el mito del artista maldito cazado entre el integrismo romántico y el deseo de ser reconocido: “Inside Llewyn Davis” de los hermanos Coen.

La manida imagen del artista creador como genio romántico que vive de espaldas a la industria es un mito dañino: un creador debería tener derecho a querer ganarse la vida con su trabajo. Más aún, como parece que la autopublicación y los youtubers van demostrando, las nuevas tecnologías no solo no impiden ganarse el pan con el propio talento, sino que lo fomentan: en un mundo donde el famoso “consumer” se ha transformado en “prosumer” la industria cultural está muy bien, pero es solo una alternativa más a la producción artística individual y a la intervención cultural imprevista.

Entonces, ¿cuál será el papel que el mediador cultural juegue en ese futuro digital donde el análisis de datos y la estrategia de marketing juegan un peso más relevante que el instinto?

Menos industria editorial, más editores

Recuerdo bien cuando hace diez años se empezó a hablar con fuerza del libro digital y de la desaparición de los mediadores: el futuro parecía pavimentado para que autores y lectores se comunicaran directamente en internet, sin necesidad de gestores intermediarios. Al fin y al cabo, si ya no hacía falta una industria de expertos que tuvieran la financiación y los conocimientos técnicos necesarios para publicar una obra y llevarla físicamente a las tiendas, si con dar al botón “publish” en Wordpress cualquiera podía poner su obra a disposición del mundo, ¿qué impedía el fin de la industria mediadora?

Diez años después, en un mundo digital plagado de intermediadores, la respuesta resulta evidente: la superabundancia de contenido.

“La imagen clásica del editor como un intelectual ajeno al mundo y encerrado en su oficina rodeado de libros está muerta. Hoy en día un editor tiene que dar la cara y defender sus elecciones. Porque en un futuro muy cercano el editor va a ocupar el lugar que hasta ahora ocupaban las marcas de referencia.” Claudio López de Lamadrid

Cuando miles de libros autopublicados aparecen cada día en Amazon, el papel de un editor se transforma: ya no es necesario para ninguna labor logística como comprar resmas de papel o gestionar impresiones; se trata de garantizar a los consumidores una marca de calidad o interés de contenidos. El editor o gestor de contenidos es, más que nunca, un baremo del que fiarse a la hora de navegar entre un mar de contenidos infinitos. Pero sin caer en solipsismos, por favor, no se trata ya de ofrecer productos culturales cerrados que el editor cree a ciegas que le gustarán a su público como hasta ahora, sino de usar los datos de usuarios y de sus lecturas para el bien: para ofrecer servicios culturales realmente demandados y para involucrar a los usuarios en la experiencia cultural.

Por eso, aunque la industria editorial tenga un futuro colmado de interrogantes, el editor o gestor de contenidos tiene un papel de infinitas posibilidades en la cadena de valor del entretenimiento cultural digital. Queda en nuestras manos saber aprovechar esa oportunidad.

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