Un niño trabaja por una cajita feliz de McDonald’s en África

¿Tú qué hacías a los 11 años? Mouaziz ofrece sus servicios de traducción por una hamburguesa y un juguete.

Víctor A. Espinosa
3 min readFeb 8, 2018
Foto: Save The Children España

Retomemos pues la segunda parte de este viaje a Melilla, la ciudad autónoma española al norte de África.

Mouaziz, mi guía, está emocionado y me señala con su dedo índice la primera parada del recorrido: la playa de los Cárabos, una costa soleada, rocosa y de oleaje tranquilo. Este pequeño, también será mi traductor durante las siguientes 48 horas.

— Ahí está el maestro del Risky, ¡tienes que conocerlo!

Mouaziz es conocido por apoyar a periodistas en la traducción del árabe al español. La tarjeta de presentación del niño es la excelente recomendación que hace el administrador del Ánfora, uno de los pocos hoteles que hay en la ciudad.

La sorpresa llega cuando le pregunto al niño por el precio de sus servicios. Hace una breve pausa antes de responderme, prueba su helado casi derretido y pasea su mirada por las Cuatro Culturas, la plaza más concurrida de Melilla.

— Una cajita feliz de McDonald’s y 10 euros.

Luego, arquea sus cejas y sonríe emocionado. No me atrevo a contrariarle.

El camino a partir de ahora: callejuelas bajo un sol abrasador. La temperatura roza los 36 grados centígrados. Gotitas de sudor ya humedecen los rostros de los peatones, pero la brisa del mar se escabulle por las esquinas y refresca.

Encontramos al maestro del Risky

Sobre la arena húmeda aparece por fin el maestro. Le apodan así por haber intentado el salto 15 veces. Viste jeans, una camiseta sucia y calza tenis rotos. Se llama Mohammed*, es argelino y tiene 12 años.

Manos al aire. Brazos extendidos. Habla con dominio de su técnica:

— Trepamos las piedras, tomamos impulso con una cuerda y saltamos a uno de los camiones en cuanto lo vemos pasar.

La arena se vuelve su escenario; una roca pintada de rojo, su atril. Sólo que este niño olvida detalles importantes en su discurso: el acantilado del que habla tiene hasta 30 metros de altura y para sus saltos, la mayoría de las veces los menores consumen drogas como el hachís para transformar el miedo en euforia.

Cada vez más niños lo rodean, lo escuchan. Mohammed no se intimida; al contrario, los saluda alegre.

— La altura no es un obstáculo — dice este niño mirando constantemente a los lados.

— ¿Y si resbalas?

— Te rompes un brazo, la pierna o la cabeza, pero casi no pasa.

Cuando saltan, los menores intentan caer sobre grandes depósitos de papel reciclado que cargan dichos camiones. La mayoría de las veces la precisión no está de su lado y caen sobre el capo del vehículo; los que tienen peor suerte estrellan su cabeza contra el asfalto.

Al menos un menor ha muerto de esta manera en el último año; sin embargo, los MENA llegan a intentar el salto hasta cinco veces en una misma noche, de acuerdo con los datos revelados en 2016 por la Universidad Pontificia de Comillas en su informe “Rechazo y Abandono. Situación de los niños que duermen en las calles de Melilla”.

El lunes próximo les cuento el resto.

Si tienen preguntas o comentarios, adelante.

Aquí la primera parte de esta crónica.

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