Las falacias de Menéndez del Valle

JAVIER VILLATE

Javier Villate
Apuntes
10 min readNov 16, 2018

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Emilio Menéndez del Valle ha escrito un interesante artículo en el periódico El País sobre la cuestión palestina. Menéndez del Valle es un destacado miembro del PSOE y ha sido embajador español en varios países, un intelectual interesado por Oriente Medio desde hace mucho tiempo.

No tengo la menor duda sobre la honestidad de Menéndez del Valle, pero su artículo es un compendio de falacias y errores típicos de los planteamientos socialdemócratas sobre Palestina y de los defensores de la “solución de dos estados”. Vayamos por partes.

Menéndez del Valle se esfuerza por dar señales de un inexistente “sector de la sociedad israelí” que “no está dispuesto a comulgar con ruedas de molino” y que “denuncia la versión oficial del trato dado a los palestinos desde 1948”. Y pone como ejemplo de israelíes de ese sector a dos historiadores: Ilan Pappé y Avi Shlaim. Pero, como sucede muchas veces, por la boca muere el pez.

Avi Shlaim, que nació en Bagdad, Irán, el 31 de octubre de 1945, emigró a Israel, con el resto de su familia, a la edad de cinco años. Permaneció en Israel hasta los 16 para ir a Inglaterra a estudiar en una escuela judía. Volvió a Israel a mediados de los 60, pero retornó a Inglaterra en 1966 y ya no volvió al estado sionista. En definitiva, Shlaim es más inglés que israelí, mucho más. Y, desde luego, no pertenece a ningún “sector de la sociedad israelí”.

Con Ilan Pappé pasa otro tanto. Nació en Haifa en 1954 (es más joven que yo). Es uno de los llamados “nuevos historiadores israelíes”. Fue profesor de ciencias políticas en la universidad de Haifa. Su activismo contra la ocupación de Palestina le supuso mil y un problemas y, finalmente, el decano de la universidad pidió su renuncia, hecho que aprovechó Pappé para largarse de Israel, donde la vida se convirtió en un tormento debido a la intolerancia típica del sionismo, y asentarse en Inglaterra. Se convirtió en profesor de la universidad de Exeter en 2007. Evidentemente, no forma parte de ningún “sector de la sociedad israelí” ya que no vive en Israel.

Pappé es autor de varios libros, entre los que destaca La limpieza étnica de Palestina (2006). Se ha declarado en muchas ocasiones contrario al estado de Israel y al sionismo, defensor de la causa palestina y de un único estado en la Palestina histórica, democrático, laico y con iguales derechos para todos sus ciudadanos, independientemente de su religión e identidad étnica.

Menéndez del Valle yerra, pues, al presentar a estos dos intelectuales residentes en Reino Unido como miembros de un “sector de la sociedad israelí”.

Pero insiste en adornar lo que no tiene remedio para vendernos la moto de que existe un “sector” en Israel que es democrático y abierto. Pero no existe, no al menos entre los judíos israelíes, y no me olvido de la exigua minoría de israelíes solidarios con la causa palestina y opuestos al estado sionista. Una encuesta tras otra nos muestra que entre el 65 y el 75 por ciento de los israelíes son defensores del sionismo y de la mano dura con los palestinos, las agresiones a gran escala contra Gaza y las colonias ilegales según el derecho internacional. Tengamos en cuenta que el 20 por ciento de los israelíes son palestinos, descendientes de los que permanecieron en el territorio ocupado en 1948. Un sencillo cálculo matemático nos dice que la práctica totalidad de los judíos israelíes no pertenecen a ningún “sector” imaginado por Menéndez del Valle.

Para abundar en su errónea tesis, nos presenta a unos políticos sionistas “negociadores” y abiertos. Se refiere a Isaac Rabin y Simón Peres. Rabin fue el responsable primero de los Acuerdos de Oslo, que Menéndez del Valle considera, acríticamente, como un paso, aunque tal vez fallido, en el camino de la paz. Lo cierto es que los Acuerdos de Oslo de Rabin han sido un desastre para los palestinos, han permitido la expansión de los asentamientos ilegales sionistas y el troceamiento de Cisjordania en bantustanes. Aquí no vale la candidez. Isaac Rabin, el que ordenó a los soldados israelíes que rompieran los huesos de los manifestantes palestinos de la primera intifada, no fue ninguna “paloma”, tal como nos han vendido los medios de comunicación. Menéndez del Valle debería leer “Desmontando el mito de Rabin como ‘hombre de paz’”: nunca tuvo la menor intención de acabar con la ocupación de los territorios ocupados en 1967, ni de desmantelar el estado sionista, ni de permitir el regreso de los refugiados a sus hogares y tierras, siempre defendió una Jerusalén “unida” como capital del estado de Israel. ¿En qué consistió su espíritu “democrático” y abierto?

¿Y qué decir de Simón Peres? Fue un sionista de los pies a la cabeza y responsable de atrocidades como el secuestro en Italia del disidente Mordejai Vanunu, que luego fue encerrado y torturado en una cárcel israelí. Al igual que Rabin, Peres, considerado como uno de los padres fundadores del estado de Israel, nunca tuvo la menor intención de terminar con la ocupación de Cisjordania y Gaza, ni con renunciar al sionismo y al estado judío de Israel creado mediante la limpieza étnica de 1948, ni con la aspiración de una Jerusalén unida y judía como capital “eterna” de Israel. ¿En qué consistía, entonces, su carácter negociador y abierto?

Menéndez del Valle dice que “los acuerdos de Oslo de 1993, derivados de la conferencia de Madrid de 1991, significaron el repudio del recelo y la asunción de la confianza”. Nada más alejado de la verdad. Los Acuerdos de Oslo fueron, lisa y llanamente, una trampa. Ningún líder sionista, y tampoco Rabin, ha expresado la menor intención de frenar la expansión de los asentamientos, y no digamos de desmantelarlos por mor de su ilegalidad. Ni Rabin ni Peres, blanco sobre negro. Menéndez del Valle no puede ocultar este hecho. Los Acuerdos de Oslo fueron el punto de partida para la limpieza étnica gradual de Cisjordania, mediante la reclusión de los palestinos en guetos o bantustanes en el contexto de un régimen creciente de apartheid. Su división en “áreas” (A, B y C) sirvió a ese propósito. Aceptar semejante acuerdo fue un error de grueso calibre de Arafat. De aquellos polvos, estos lodos. Esos acuerdos no supusieron ningún “repudio del recelo” y ninguna “asunción de la confianza”: fueron una trampa en la que cayó Yasir Arafat.

Menéndez del Valle defiende la “solución de dos estados”, hoy totalmente desacreditada y vaciada de contenido. Solo es una cantinela que permite a los líderes sionistas seguir extendiendo los asentamientos, la ocupación, la anexión y la limpieza étnica gradual de Palestina. Pero Menéndez del Valle se equivoca de forma inexplicable al sostener que la “perpetuación del problema de los refugiados” se evitaría “con la creación de un estado palestino” en Gaza y Cisjordania. Supongo que es consciente de que habría que amontonarlos unos encima de otros en tan exiguo territorio: hoy en día son seis millones los refugiados palestinos que anhelan regresar a sus hogares. Pero es que, además, Menéndez del Valle comete la deshonestidad, y siento decirlo, de ocultar que el derecho de retorno de los refugiados está universalmente reconocido por el derecho internacional y, además y sobre todo, es un derecho individual. Ninguna componenda ni negociación entre estados o autoridades políticas puede decidir por las personas individuales detentadoras de ese derecho: eso es un error, por decirlo así, catastrófico. En realidad, es algo peor que un error. Menéndez del Valle está dando a entender que el “problema” de los refugiados se resolvería con la creación de un estado palestino en Cisjordania y Gaza al que podrían regresar los refugiados… Pero eso es una falacia. Los refugiados quieren regresar y tienen derecho individual a regresar a sus hogares y tierras, que no están en Cisjordania y Gaza, sino en el territorio ocupado en 1948, el actual estado de Israel. Espero que Menéndez del Valle se dé cuenta de su grave error, sobre todo porque el “problema” de los refugiados es el problema NÚMERO UNO de la cuestión palestina. Lo cierto es que solo un estado único laico, democrático y de iguales derechos para todos es congruente con el retorno de los refugiados a sus hogares y tierras de los que fueron expulsados en 1948.

Menéndez del Valle termina con esta idea: “Considero que tanto la existencia del Estado de Israel, tras la barbaridad del Holocausto, con las fronteras acordadas por la ONU en 1948, como la exigencia de una Palestina libre y segura, tras las barbaridades infligidas a los palestinos, son, ambas, causas morales de nuestro tiempo”.

Da la impresión que la retórica enfatizada de las “barbaridades” pretende colocar a unos (los ocupantes) y a otros (los ocupados) en el mismo nivel: el de las víctimas. Pero eso es una falacia de tamaño sideral. En Palestina hay unos ocupantes y unos ocupados, unos victimarios y unas víctimas, y remitirse el Holocausto nazi es un mendaz chantaje emocional. A fin de cuentas, los palestinos no fueron responsables del Holocausto nazi. Si hubiera que buscarlos, habría que mirar hacia Londres, París y, si me apuran, Moscú, además de los nazis mismos. La “reparación” (?) del mundo a los judíos perseguidos y exterminados por los nazis no podía consistir en permitirles organizarse en torno a una ideología racista, supremacista y excluyente, el sionismo, y ocupar y exterminar a otro pueblo. Si simplemente querían encontrar un refugio, deberían haber negociado con los palestinos, o con los ingleses, o con los estadounidenses, o con los rusos… para obtener ese refugio; en ningún caso, dotarse de una ideología racista y colonialista para establecer un estado excluyente en un territorio que, pese a lo que dijeron los líderes sionistas, no estaba vacío.

El plan de partición de la ONU fue injusto: las potencias buscaron librarse de un problema que no querían resolver mediante la acogida en sus respectivos países de los refugiados judíos del Holocausto. Buscaron un pueblo débil, sometido al colonialismo británico, para librarse de los refugiados judíos. Impusieron a otros, los palestinos, lo que no querían para sí mismos. Pero no solo fue injusto por este motivo, sino porque no se basó en ninguna negociación o participación de los afectados, los palestinos: sencillamente, se les impuso mediante una votación injustificable.

Como explica precisamente Ilan Pappé en La limpieza étnica de Palestina, “la resolución [de la ONU] entregaba a los judíos, que poseían menos del 6 por ciento de la totalidad de Palestina y constituían no más de un tercio de la población, más de la mitad de todo el territorio del país. Dentro de las fronteras del estado que les proponía la ONU, ellos poseían solo el 11 por ciento de la tierra y eran una minoría en todos los distritos”. Solo esto basta para entender que el plan de partición era una flagrante injusticia. Como añade Pappé, “si la ONU hubiera decidido hacer corresponder el tamaño del futuro estado [de Israel] con el territorio en que los judíos se habían asentado en Palestina, a estos no se les habría otorgado más de un 10 por ciento del total del país”.

Pero hay otro error en el que incurre Menéndez del Valle. Nunca ha habido un “estado de Israel con las fronteras acordadas por la ONU en 1948”. Para empezar, la ONU propuso su plan de partición en noviembre de 1947, no en 1948. Imperdonable error de Menéndez del Valle. En segundo lugar, no hubo fronteras “acordadas”: ¿por quién? Desde luego, no por los palestinos. Y tampoco por el resto del mundo: las fronteras propuestas en el plan de la ONU no fueron las fronteras establecidas por la guerra de 1948, y no puedo perdonar a Menéndez del Valle que cometa este nuevo error.

Como puede verse en el gráfico, el segundo mapa refleja la propuesta de la ONU y el tercer mapa se corresponde con las fronteras reales que adoptó el estado de Israel tras su creación en 1948. Como puede observarse con absoluta claridad, no coinciden. Las fronteras de 1948 no son las mismas que las del plan de la ONU: el territorio que abarcan es mucho mayor que el propuesto por la ONU. Si el plan de partición otorgaba el 56 por ciento del territorio de la Palestina histórica al estado judío, este se estableció sobre el 78 por ciento. Sus fronteras, por tanto, no fueron las “acordadas por la ONU en 1948”, como dice erróneamente Menéndez del Valle, sino las impuestas por la guerra. Carecen, pues, de toda legitimidad. El derecho internacional prohíbe la adquisición de territorios por la fuerza, y eso es, precisamente, lo que hicieron los sionistas en 1948.

Así que, lo siento por Menéndez del Valle, pero la existencia del estado de Israel, del realmente existente como es lógico, no es una causa moral ni puede serlo. No puede ser una causa moral defender un estado ilegítimo, creado mediante el uso de la fuerza. No puede ser una causa moral defender un estado cuyo territorio ha sido adquirido mediante la fuerza. No puede ser una causa moral defender un estado fundado sobre la base de la limpieza étnica.

La causa moral es defender la libertad y la igualdad para todos los seres humanos que habitan en la Palestina histórica. Y no alcanzo a ver otra posible traducción política de esa causa moral que no sea el desmantelamiento del estado sionista de Israel y el establecimiento en el territorio de la Palestina histórica de un único estado en el que todos sus ciudadanos tengan los mismos derechos y en el que estén prohibidas todas las formas de racismo, supremacismo y apartheid.

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