David Foster Wallace en East Village, Manhattan. Fuente.

Un reino por el Diccionario

Bibliofilia presenta La autoridad y el uso del inglés americano, por David Foster Wallace

cerohd
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10 min readJun 24, 2017

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Uno de los autores más queridos de la posmodernidad literaria, David Foster Wallace, tuvo una vida breve pero una carrera fulgurante. Autor de La broma infinita, un libro pantagruélico que es, al tiempo, la primera barrera de entrada para lectores «blandos» que huyen cuando contemplan el aparataje «crítico» que acompaña sus palabras (con el consabido efecto «matrioska» a los distintos sentidos que alojan sus textos) dejó una obra poliédrica — ensayos, textos breves, reportajes y relatos — que rompe, de manera intencionada, las convenciones de lo esperable.

Leerlo, ahora, con sus pretensiones hipertextuales y paratextuales, es un placer cuya combinación está medida en dosis exuberantes de erudición y diversión.

Erudición por la impresión certera de leer, de manera simultánea, varios textos; diversión por la risa pantagruélica (no existe otra manera de adjetivar su obra sino estableciendo una estrecha comparación con Rabelais) que al lector deparan las palabras de un Snoot ( «deriva de un acrónimo, y la gran broma familiar histórica es que el hecho de que S.N.O.O.T significara “Sprachgefül Necessitates Our Oingoing Tendance” [“El Sprachgefül Necesita Nuestra Atención Constante”] o “Syntax Nudniks Of Our Time” [“Pelmazos De La Sintaxis de Nuestra Época”] dependía de si tú eras uno o no») pretencioso al que contratan para reseñar un libro de texto y termina escribiendo su propio tratado de lingüística que es, al tiempo, una potente reflexión sobre las palabras, el uso de éstas y los conflictos por imponer una manera de ver el mundo a través del lenguaje.

Leer a Foster Wallace es, como poco, establecer un pacto con la risa. Aún en los temas más graves del libro — se nos olvida que este texto hace parte de Hablemos de langostas, compilación que abarca el periodo de finales de los noventa y el siglo XXI — como en La vista desde la casa de la señora Thompson, hay un aliento de optimismo y frescura que alterna momentos de introspección con destellos de una hilaridad muy cool: nuestro autor conoció a sus lectores, les hace guiños, escribe sobreentendidos y aplaude cuando le siguen el juego.

Y también su escritura resalta algo que muchos prefieren omitir, pero que funciona como una piedra de toque: Foster Wallace es uno de los pocos contemporáneos que ve al Emperador tal cual es. Sus textos nos descubre pretenciosos y vacuos, vaciando las palabras de significado. Nos anticipó.

En definitiva, un autor para leer con pósits.

Retrato. Fuente.

Las facetas del diamante

A finales de siglo, Foster Wallace se encuentra con el reconocimiento de la crítica y con ciertos molestos encargos editoriales que debe cumplir. De éstos surgen las crónicas y ensayos que leemos en Hablemos de langostas y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.

…hay un aliento de optimismo y frescura que alterna momentos de introspección con destellos de una hilaridad muy cool: nuestro autor conoció a sus lectores, les hace guiños, escribe sobreentendidos y aplaude cuando le siguen el juego

La anécdota es la siguiente: Foster Wallace es contratado para reseñar la obra de Bryan A. Garner, A Dictionary of Modern American Usage, un tratado de uso de la lengua que nuestro hombre considera «extremadamente bueno» y a su autor «decididamente genial».

Esto, que parecería una exageración destinada a que los dólares entren con rapidez en la cuenta bancaria, en manos de Foster Wallace es la excusa ideal para:

  1. Hacer una declaración de principios en torno al uso de la lengua y al por qué es necesario poner en común la importancia de las formas en las que la gente habla
  2. Definir una línea muy clara entre la tradición y la vanguardia en el uso de las palabras

Entre otras cuestiones, como la del citado Snoot de párrafos arriba, y la que deriva en la admiración de FW hacia Garner: la resolución de problemas lingüísticos sin acudir a la preceptiva ( «Diga así» «Haga esto») que agobia desde siempre la enseñanza del lenguaje. Además, para rematar, FW subraya el ascenso del oscurantismo y el vacío de significado de las palabras que han abrazado los académicos mal entendidos como postmodernistas.

FW. Fuente.

Las normas y la ética

Sin embargo, refulge la preocupación central de FW en cuanto a la ética, que debe ser el principio rector del uso de la lengua. Por lo que destaca la importancia del ADMAU (siglas para el libro de Garner):

Las normas no son lo mismo que las reglas, aunque se parecen. Una norma puede definirse aquí simplemente como algo que la gente ha acordado que es la forma óptima de hacer ciertas cosas con ciertos propósitos(…) El lenguaje se inventó para servir a ciertos propósitos muy específicos: «Esa seta es venenosa»; «Entrechoca estas dos piedras y podrás hacer un fuego»; «¡Esta refugio es mío!» etcétera (…) Si damos por sentado que uno de esos propósitos puede ser comunicar qué clases de comida se pueden comer sin peligro, entonces veremos cómo, por ejemplo, un modificador mal puesto podría violar una norma importante: «La gente que come esa seta a menudo se pone enferma »(…)

Para FW reconocer que la norma tiene una vigencia que les permite a los usuarios de una lengua comunicar y hacer las cosas bien, es clave para la vida comunitaria. De ahí que:

Solamente porque a veces la gente mienta, engañe al fisco o le grite a los niños, no quiere decir que la gente crea que esas cosas están «bien ». El sentido mismo de establecer normas es ayudarnos a evaluar nuestras acciones (incluyendo lo que hablamos) en arreglo a lo que como comunidad hemos decidido que son nuestros valores y propósitos.

No deja de ser significativo que apelar, como lo hace FW a lo largo de su reseña, al sentido de la norma, que no de la regla, sea un acto ético que nos permita a los hablantes actuar de manera comunitaria y que, al romper la norma, estamos, de pleno, asestando un golpe a la convivencia en comunidad.

DFW. Fuente.

Amabilidad, ante todo

Foster Wallace considera al ADMAU «un diccionario de uso amable en el mejor sentido de la palabra» pensando en que la ética y el cumplimiento de la norma nos construye como sociedad, pero también agradeciendo a Garner el uso de un tono divulgativo (no queremos utilizar el adjetivo «evangelizador», tan propio de la cultura norteamericana) que sirva para acercar a la comunidad al reino de las palabras y las expresiones.

…reconocer que la norma tiene una vigencia que les permite a los usuarios de una lengua comunicar y hacer las cosas bien, es clave para la vida comunitaria

Es significativo que lo haga de esa forma, haciendo a un lado la preceptiva que, en nuestro contexto hispanohablante rige (nunca más apropiado) las discusiones sobre la lengua.

La reseña, acompañada de interpolaciones, semi-interpolaciones, apelaciones y algunos latinajos, sirve como medio para que nuestro autor desarrolle una revisión de sus teorías sobre las palabras y el lenguaje en el marco de unas particulares Guerras de Uso del Lenguaje.

Para FW hay un punto de partida. Es la postura del editor Philip Gove quien trazó una raya entre el conservadurismo y la vanguardia en lo referente al uso de la lengua al promover el uso de acuerdo a la regla y no asentarse en las normas, que diferencia a Garner de otros divulgadores y lo hace de los afectos de nuestro autor.

Su postura es más de la de un liberal, que pese a ser un Snoot, considera que las palabras deben regresar a las bases de la comunidad que las ha puesto a prueba desde el inicio de los tiempos.

Una norma puede definirse aquí simplemente como algo que la gente ha acordado que es la forma óptima de hacer ciertas cosas con ciertos propósitos

Y para ello, la piedra de toque es: «Un diccionario no debe tener nada que ver con nociones artificiales de lo que es correcto o superior. Tiene que ser descriptivo y no normativo»

Tal afirmación de boca de un liberal descriptivista hizo confrontar dos visiones de la lengua y cómo éstas a partir de los años decidieron oponer diccionarios para imponer maneras de regir el lenguaje.

Explicadas de esta forma, las Guerras del Lenguaje no son meras discusiones argumentativas sino que tienen una implicación más profunda: maneras reales de concebir el mundo y hacer que, mediante el lenguaje, una forma se imponga sobre la otra, o la resista.

Lo que hace aún más importante el hecho de que un liberal, con privilegios, estirado y muy leído, asuma, a partir de su propia vivencia, que la discusión debe centrarse, ante todo, en el uso. Porque del uso, al final, depende la gramática. Y de la gramática, ciertamente, se construyen las reglas.

La visión del S.N.O.O.T

A lo largo de las 80 páginas de la reseña, no solo asistimos a una razonada exposición del punto de vista lingüístico del autor, promotor del uso, defensor de la norma, abanderado contra las reglas, sino también a una suerte de introspección de que el estiramiento lingüístico puede ser la gran barrera que impide ponernos a tono con la dinámica de cambio del lenguaje.

El sentido mismo de establecer normas es ayudarnos a evaluar nuestras acciones

Es significativo que lo viva de primera mano y lo transcriba sin rubor, aún sorprendido de percibir que su visión de Snoot le acarrea problemas ante sus estudiantes. Es un episodio simpático que muchos profesores de Lenguaje han vivido, a saber: quejas de estudiantes «discriminados» por la imposición de un tipo de dialecto estándar con el que no se sienten identificados.

Su apelación demuestra conciencia del rol restrictivo del académico y también de la zona de confort que éste asume cuando considera que su posición lo exime de responsabilidad alguna en la difusión de visiones restrictivas en el lenguaje:

Mi culpabilidad se debía a una grotesca ingenuidad retórica. Yo había creído que la Apelación primaria de mi discurso era lógica: sin tapujos a favor de la utilidad del IEE. Tal vez no fuera bonita, pero era cierto, además de estar tan manifiestamente libre de fullerías que creo que yo no esperaba no solo aquiescencia sino gratitud por mi candor

¿Cuántas veces no consideran los profesores que el supuesto desde donde emiten sus mensajes — en el caso de F.W. «Hombre WASP Privilegiado» — no es sino un lugar de exclusión y que promoverlo, así sea apelando a las reglas, no es sino aumentar la tensión entre dos bandos que buscan tomar dominio de las palabras? ¿Acaso no es esto una manifestación de una Guerra del Lenguaje en la que los hablantes entran al campo, a sabiendas del conflicto?

También en esta línea, nuestro autor entra en la lucha por hacer evidente lo que denomina «el cáncer del Inglés académico», que es el vacío de significado y el eslabonamiento de frases hechas, pomposas…que vimos en el anterior texto sobre Orwell, al que FW dedica unas palabras sentidas mientras muele a palos a Fredric Jameson al que, como tiene que ser, le dedica una nota al pie de la que extraemos esta parte:

…donde no solo cada uno de sus tres frases independientes resulta totalmente ininteligible y está llena de predicados sin sujetos a la vista y de pronombres sin antecedentes claros, sino que resulta imposible ver por ningún lado la conexión que justifica el engarzarlas juntas en el seno de una sola frase larga con puntos y comas.

Y es que FW pese a considerarse Snoot de nacimiento considera que es una equivocación, más que un privilegio, el hecho de considerar que una buena dicción o un impecable sentido de la gramática, da derecho para considerar que ésa es la única visión imperante en la lengua.

Lo que quiero decir es que el pequeño SNOOTito que saca todos sobresalientes está en realidad en la misma posición dialectal que el niño «tonto » de la clase que no puede aprender a dejar de usar ain´t o bringed. Exactamente en la misma posición. A uno lo castigan en la clase, en el patio, pero los dos son deficientes en la misma habilidad lingüística, es decir, en la capacidad de moverse entre varios dialectos y niveles de «corrección», la capacidad para comunicarse de una forma con los compañeros y de otra con la familia y de otra con los entrenadores de béisbol infantil, etcétera.

Así, reconocer el límite de su Snootismo, después de escribir, publicar y ser aclamado por una crítica que oscurece el idioma en sus reseñas, demuestra, al final, no solo risa ante sí mismo sino una carcajada estruendosa cuando vemos que, la sencilla aparición de un diccionario que resuelve problemas básicos, es útil para cambiar la vida, y la expresión, de los hablantes de la torre de babel.

Final

Para FW, al margen del nivel de genialidad de Garner, quien sigue muy activo publicando en estos años, la lucha por las palabras se da desde la autoconciencia del adulto que puja por encontrar y burilar sus propias palabras. Y nada mejor que un diccionario para alcanzar este objetivo porque, al final, todos buscamos una solución expedita para seguirnos comunicando.

La verdadera tesis de A Dictionary of Modern American Usage, en otras palabras, es que los propósitos de la autoridad experta y los propósitos del lector profano en la materia son idénticos, e idénticamente retóricos, y yo sostengo que eso es lo más Democrático que se puede encontrar hoy en día.

FW en alguna de sus charlas. Fuente.

Siguiente entrega: Watchmen, Alan Moore, 30/06/2016.

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