Antes de construir, deja de destruir

Santiago Valdés
Crying Man (Esp)
Published in
5 min readAug 26, 2020

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Hace unas semanas agendé una videollamada con un primo. Cada par de meses que tenemos noticias de nuestras vidas solemos actualizarnos, y después de 2–3 meses de cuarentena, parecía que ya nos habíamos tardado en tener una de nuestras pláticas. Lo primero que pensé al agendar: “otra persona más de confianza con la que me puedo desahogar, ¡esto me hará bien!”

Empezamos por su lado. Me contó de todo lo que estaba haciendo, y sonaba bastante interesante y productivo. Me dió gusto por él. Lamentablemente, como empezamos algo tarde la llamada y le surgieron cosas, solo tuvimos tiempo para sus noticias. Cuando tuvimos que colgar, quedamos en que reagendaríamos más tiempo para darle mis actualizaciones. Recuerdo lo que pensé al colgar con él “¿sí me acuerdo de todo lo malo que le voy a contar, verdad? A ver, es…”. Y comencé a enlistar cada detalle que había acumulado y que salía con singular facilidad de mí siempre que platicaba con alguien de confianza en la cuarentena.

“estoy literalmente esforzándome en buscar cosas malas que me victimicen”

No te molestaré con detalles. El punto aquí es que a media lista detecté mis pensamientos, cosa que a mi parecer debería hacer más seguido: “estoy literalmente esforzándome en buscar problemas que me victimicen”. En verdad estaba dedicando de mi valiosa (y algo escasa) energía a reinfligirme el dolor que me causaba pensar en eso. Me sentí verdaderamente avergonzado. Quería poder cubrir todo lo que estaba pasando, para que sonara como demasiado y poder justificar por qué me sentía así .Yo, que tanto disfruto usar la lógica para apoyar a mis amigos y darles ánimo… ahora tan centrado en mis propios problemas, tan adicto a sentirme víctima, que no quería que se me escapara el más mínimo detalle de lo que estaba mal en mi vida.

No todo es motivo de alarmarse

Como menciono en mi primer entrada, todos estamos pasando por algo. No tiene caso auto-castigarme por mis intenciones de desahogarme aún más. Así que decido perdonarme por buscar ese comportamiento, y me recuerdo la frase de una película que recomiendo ver 1 vez al año:

“La gente no es sus pensamientos, pero piensa que sí, y esto les trae todo tipo de tristeza.” — Sócrates, personaje de El Camino Del Guerrero

Tómate un momento para pensar en lo poderoso de esa frase. ¿Alguna vez te has sentido avergonzad@, asustad@ o incluso confundid@ por meros pensamientos fugaces? Probablemente sí. Y si sí, seguramente le has dado vueltas sin parar a este pensamiento, mero reflejo del estímulo que lo ocasionó. Y esto te ha hecho cuestionarte desde tus valores hasta tu existencia.

No tendré idea de la respuesta de “¿quién soy?”; ni para mí ni para ti. Una disculpa. Cada quien tendrá su forma de definir eso. Lo que sí te puedo decir sin mucho miedo a equivocarme es que tú no eres lo primero que se te viene a la mente cuando piensas en el trabajo o cuando ves a alguien caminar hacia ti en la calle. No eres tus pensamientos. Tus pensamientos no son tú. Ahí está, quedas liberad@ de cuestionarte tu identidad por los pensamientos per se.

Quejarse no es lo mismo que sanar

Ahora bien, hay algo que sí es muy real, y muy diferente, y esto es el poder de la mente en nosotros. Sí, todos hemos oído de la Ley de la Atracción, “puedes lograr lo que te propongas”, etc. Pero no entraré en eso. Trayéndote un poco del curso de Juan Lucas que les mencionaba en la entrada anterior, haz este ejercicio:

  1. Cierra los ojos
  2. Piensa que caminas a tu cocina, donde guardas los limones
  3. Toma uno
  4. Imagínate que lo cortas lentamente
  5. Ahora toma una jugosa mitad, huélela, y dale una mordida

Ya leíste los pasos, inténtalo. ¿Notas alguna reacción? ¿Salivación, asco, incomodidad, estómago revuelto? A mí se me hizo agua la boca con solo escribirlo. Nuestro cerebro no distingue muy bien que digamos la diferencia entre hacer las cosas en vivo, y repetirlas en nuestra mente. Es por eso que cuando escribo que te imagines que te golpeas el dedo chico del pie con la esquina de un mueble, probablemente no sientes muy bien. Así funcionamos porque nuestro cerebro nos quiere motivar a conseguir las cosas que busca (comida, cariño, un buen aroma), así como nos quiere alejar de las cosas que nos dañan (peligro físico, traumas, vergüenzas). Hay una reacción fisiológica que tu cerebro activa para que le consigas/evites lo que sabe que le sirve/molesta.

¿A qué voy con esto?

Mientras leía The Defining Decade (libro de Meg Jay, muy recomendado) en esta cuarentena, noté que el estarse quejando y llorando constantemente de la desdicha propia era común denominador de muchos de sus pacientes. Si no era por un jefe insufrible, era por sentirse solos, por falta de futuro, o por miedo a dejar a la pareja. Como he dicho antes, todos tienen lo suyo. Y lamentablemente, ahorita sobran ejemplos por COVID. Sin embargo, cuando lo pensamos, nos parece increíble que hasta Warren Buffett debe sufrir por estarse volviendo “menos rico”. Es algo muy real.

El tema es que Meg le recomendó a una paciente en particular que dejara de marcarle a su mamá en su hora de la comida para quejarse. ¿Qué curioso, no? Solemos pensar que desahogarnos es una forma de inteligencia emocional, de sanación, y por ende de solución a nuestros problemas. Y con su medida, claro, puede ayudarnos a soltar y seguir adelante. El problema es cuando seguimos reviviendo esa mordida al limón una y otra vez. Sin parar. Sin analizar. Sin diseñar soluciones. Y sin hacer algo al respecto. Sí, duele decirlo porque suelo hacerlo. Pero es la realidad. Eso no es hacer algo al respecto.

¿Ok, y entonces…?

Entonces, te platico: desde que me di cuenta de eso, he buscado ser más consciente de mis pensamientos y mis palabras. Ambas juegan un rol más importante en nuestra salud emocional de lo que algunos pensamos. Desde que busqué ser más selectivo en mis momentos y formas de quejarme y desahogarme, comencé a dejar de ahogarme en esos mismos momentos.

Desde que busqué ser más selectivo en mis momentos de quejas y desahogo, comencé a dejar de ahogarme con esos mismos momentos.

No digo que ya terminé el camino, ni que ahora soy Buddha. Esto, como mencionaba en la entrada anterior, requiere práctica, poner atención y energía. Es un soporte más que pondremos a favor de la salud mental. Pero en verdad hoy en día prefiero desgastar mi energía en buscar el “cómo sí”, que seguir taladrándome mis dolencias en el consciente y subconsciente: “cómo SÍ es positivo esto, cómo SÍ saldrá adelante aquello, cómo SÍ veré esto como una buena noticia en un futuro”.

¡Intentalo! Si no das con la solución aún, o si no se te ocurre nada positivo que pensar, no pasa nada. No es un ejercicio de “tienes que poder con esto”, como sé que muchos nos decimos o incluso aconsejamos. El ejercicio (tu tarea), por lo pronto, es un paso más sencillo que comenzar a construir: dejar de destruir.

Con cariño,

Santiago.

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Santiago Valdés
Crying Man (Esp)

Management Consultant and lifetime Drummer, passionate of the different forms of expression and the everlasting social instrospection and improvement.