El rey de las malas decisiones

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
6 min readJan 14, 2016
Emily y Oliver comparten un tierno beso en la fiesta de fin de año

…Última llamada

Durante una de mis visitas a la capital de Los Ángeles, fui partícipe si bien de manera pasiva de un encuentro apasionado y tuve uno de mis famosos aprendizajes culturales. Aunque hice alguna escueta paráfrasis de lo ocurrido en otro texto, nunca entré en detallada exégesis. Hoy corrijo dicho desacierto.

Es importante hacerlo porque en ello yace una enseñanza.

Acto primero: Afán de incitaciones y excitaciones variadas

Noche vieja en ciudad ajena, ¿qué hacer?

Como invitado de El Anfitrión pensé que sería impositivo si fuera yo quién sugiriera alguna actividad. Inclusive, sería un atrevimiento sólo el hecho de exhortar por los planes, pensé.

Unos amigos de mis padres estaban por partir con rumbo al casino en el cual sus aborígenes dueños habían organizado tremendo convite con cocteles, danzas y juegos de azar. Pensándolo con cabeza fría, un convite de noche vieja a un casino es una de las convocatorias más esplendidas que existen… Pero nada eso me tentó pues mi confianza estaba depositada en El Anfitrión, quién seguramente tenía planes desplegados en la proverbial mesa.

El Anfitrión acotó, aclarando por vez primera, que los planes para la velada ya estaban convenidos, aún si no dijo cuáles éstos eran.

Por respeto, acepté la premisa que él ya tenía convenio. Después de todo él es El Anfitrión y conocía los alrededores mejor, por lo que no le di más cabida a otras ideas.

Llegada la hora de la cena, nos reunimos con La Prima y su entonces esposo, pues nos habían invitado a departir de un ágape de fin de año. Después de compartir y departir entre comida y libaciones, nos invitaron a prolongar la estadía y darle la bienvenida al año nuevo en la vecindad, la cual si bien no era una escena de verbena, sí era una escena muy jovial y amena.

El Anfitrión acotó, aclarando por vez segunda, que los planes para la velada ya estaban convenidos, aún si seguía sin decir cuáles eran más allá de agregar que incluían una kermés de fin de año.

De regreso a la morada de El Anfitrión, los ágapes alcohólicos no tuvieron fin.

Recibimos a un par de mancebas. Una era La Prometida de El Anfitrión y la otra era La Doncella. Mientras éstas se preparaban para los festejos, los hombres continuábamos bebiendo pues éramos varios. Entre los que se unieron a las festividades estaban El Asociado y El Relativo.

Era el más alegre de los comienzos para lo que esperábamos fuera la más alegre de las veladas.

Acto segundo: Intrigas de las confabulaciones y maquinaciones

Una vez lo adecuado transcurrió de la noche, fue revelado El Plan. Más aún, la revelación de El Plan tenía en si una revelación propia y adicional: El Anfitrión no había realizado los planes, los planes eran de autoría de La Prometida.

Entre gran trama e intriga, ella reveló cuál era el programa para la última noche del año. Iríamos a la kermés en el centro de la ciudad, en la cual, entre cantinas y congregaciones, daríamos recibimiento al nuevo año.

El viaje fue largo, tumultuoso e intrincado pues en esta de todas las noches, todos los buenos y malos chicos y chicas, caballeros y damas por igual, tenían un plan similar en mente y era emprender empresa viajera al centro con el fin de continuar sus ágapes, libaciones y celebraciones.

Después de mucho viaje y caminar, nos encontrábamos entre la congregación que era un genuino mar de feligreses. Maravillado y perdido en las vistas y viajes por una ciudad de lo más nueva, descuidé de atenciones a La Doncella pero donde yo fallé por tardo, El Asociado prevaleció por raudo. Busqué, entonces, solaz en la cantina para poder recibir el año con mi consentida, es decir, la cerveza.

La cantina, sin embargo, había sobre-pasado sus capacidades de clientela y encargos por lo que era imposible adquirir brebaje sin perder la celebración de media noche. Desistí de la búsqueda y por tanto, estaban todos con pareja pero yo. Nunca me sentí más solo aún estando en medio de monumental asamblea; nunca me sentí más sediento aún teniendo a mi aparente alcance copiosos caudales de ambrosías.

Rápida como un cerrar y abrir de ojos fue nuestra estadía en aquel detestable lugar. Mi esperanza, no obstante, pervivía en los bacanales que celebraríamos hasta el alba. No había tiempo para disfrutar los porcinos manjares de las ramblas pues emprendimos con celeridad el viaje de regreso.

Después de la cruzada para regresar a los suburbios en aquella ahora nueva noche, nos encontramos con una última decisión. Nos encontrábamos en una bifurcación, que era una divergencia de caminos tanto proverbial como literal. Por un lado, El Relativo nos invitaba a tomar una vereda que llevaba a una juerga en casa del que sólo puedo nombrar como El Conocido; por otro lado, El Anfitrión yacía enmudecido cuando La Prometida propuso retomar el camino de regreso a la desolada casa.

En lugar de ir de parranda a la juerga en casa de El Conocido, regresamos a la casa. Éramos los que emprendimos el viaje de regreso, La Prometida, El Anfitrión y yo.

Nuevamente, por respeto y ahora pena, no quise imponer mi deseo ni ambición de celebrar, sin saber que este curso de acción me privaría de todo y me castigaría con todo lo demás esa noche.

Momentos después supe cuál era mi rol en todo este asunto.

Yo era El rey de las Malas Decisiones.

Aceptaba mi nueva parte en la nómina mientras terminaba de recibir el infeliz año bebiendo una lastimera cerveza ligera, solo en la gélida y sombría terraza.

No existe en esta tierra nada más triste que beber solo.

Revisé los comunicados y saludos de mis amigos que estaban, oh, tan lejos y presenciar el regocijo y júbilo con que ellos recibían el año nuevo tan lejos y sin mí, me llevo a decidir beber y fumar, únicamente, un par de pares de cervezas más un par de pares de cigarrillos antes de finalmente mirar la hora para dar por muerta la velada.

Mas El Rey debía seguir tomando las malas decisiones, así que su realeza se retiró a los aposentos, los cuáles compartía con El Anfitrión, quien yacía echado junto a su Prometida.

Acto tercero: Coda para el rey de las malas decisiones

Entrar a la alcoba era como quedarse en la terraza porque ambas compartían las mismas tinieblas, lo lúgubre y tétrico. El silencio imperaba a mi arribo.

Mostrando los modales y respeto de los que había hecho alarde todo el maldito y largo día, decidí sólo remover mis abrigos y conservar el resto de la indumentaria para dormir en ella y, así, no despertar a los amantes quienes aparentemente dormían.

Era ya de madrugada pues habían transcurrido tantos y más minutos como son necesarios para que el hombre común duerma como piedra después de una noche de farra, pero yo no dormía. ¿Cómo hacerlo? Esperaba tanto de esta noche que, de hecho, continuaba esperando porque la noche me había quedado debiendo. Intranquilo no podía conciliar el sueño.

El circunspecto silencio fue violado por los sonidos de violación que discreto pero contundente sexo practicado por El Anfitrión en su mujer propagaban. No podía creer la desfachatez y falta de pena y pudor que demostraban los amantes en su querencia. Creían que moderaban su meneo pélvico y que cuenta yo no me daba de tal sensual acto, mas nada había más lejos de la verdad.

Como rey, debía tomar una decisión, la última y más importante decisión de aquella fría noche de invierno porque era obvio que el respeto y pena que mostré no me fue devuelto en ecuanimidad. La disyuntiva era optar por escapar de los aposentos en los que morábamos o yacer echado, guardando silencio mientras permanecía como audiencia cautiva en ese cuarto de los horrores.

Escapar implicaba rendir cuentas de la razón de mi huida y tener que reconocer que escuché el quedito gimotear, el rosar de sábanas y el crujir de catre, así que tomé la decisión de permanecer rehén de ese show de deshuesadoras mutilaciones y contemplar sin ojales el horror del error de mi continua toma de malas decisiones pues era definitivo que no podría, más que antes, conciliar el sueño.

Consumación…

Tratando de rescatar mi primer día de mi nuevo año, reflexionaba mientras caminaba por la costa sobre cuáles habían sido mis aprendizajes culturales en esta mi más reciente excursión. Si es que los habían.

La situación en mano me había enseñado que el amor apasionado no puede ser quedo. Pero decir eso queda sobrado.

No, si existe algo que rescatar es que, ¡es mejor pedir perdón que pedir permiso!

--

--