Irene

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
6 min readDec 9, 2016
Edecanes AAA para ayudar a la imaginación.

Al muy erótico me sucedió.

Esta es la historia de la edecán que me robó el corazón.

De la manera más fortuita me la encontré y no era la primera vez que la había visto. Era el destino, no, más bien parecía serendipia.

La semana anterior asistí al concierto de unos tipos a los que ni siquiera les presté mucha atención porque su retórica musical carecía del suficiente erotismo. Eran tan insignificantes para mí que parecían invisibles. Quien no pasaba desapercibida debido su aura erótica era ella, quién estaba allí apoyando la campaña publicitaria de una compañía telefónica.

Claro que capturó mi atención. Inmediatamente, era un prisionero de guerra en esta batalla de indiscreciones.

De todos los lugares, nunca me me imaginé encontrarla aquí, en este foro para “escritores emprendedores y creadores de contenido”. Después de todo, la semana pasada le había visto haciendo oferta sensual de sus talentos en aquel concierto, pero supongo que trabajo es trabajo y en su rubro de quehaceres, una edecán no conoce memoria en lo que respecta a empleadores pasados.

Volverla a encontrar no estaba en mis planes, por supuesto. Lo bueno es que dejé de confiar en mis planes hace mucho tiempo ya que más parecen adivinanzas y conjeturas mal educadas puestas juntas con palabras bonitas.

Después de estudiar su rostro y analizar cómo estaba maquillada y en cómo usaba sus accesorios supe que esta era una edecán extraordinaria porque era una que resaltaba por ser una mujer muy elegante.

Con o sin maquillaje, con o sin uniforme de edecán, sus finas facciones y finos accesorios no podían ser ignorados. Noté que tenía ligeras líneas de expresión en su rostro, unas muy sutiles alrededor de sus ojos y unas de esas que definen la sonrisa y que la delimitan al sonreír aún si ligeramente. Nada mal para ser una edecán. Verdaderamente, nada mal.

Los resultados de este estudio preliminar me dieron la impresión de que no era tan joven como el resto de sus congéneres. Madura o no, esta mujer tenía la mayor actitud del grupo. Esto me hizo enloquecer y perder más aún la cabeza por ella.

Su maquillaje era algo excesivo pero impecable justo como su cabello. Con seguridad puedo describir su piel como nívea porque mis ojos, aunque viejos, no me engañan y sólo puedo aventarme a suponer, dejando volar mi imaginación, que tiene que ser una piel tersa, suave y gentil al tacto. Su cabello era largo por supuesto, no lo tendría de otra forma y era además lacio y castaño con leves tonos de tinte rubio. Toda su apariencia armada y arreglada de tal forma que comunicara elegancia, buen gusto y que ella tenía cierto sentido de la moda del que algunas de las otras edecanes claramente carecían.

Era una mujer con una magnífica estatura, con esos tacones era casi tan alta como yo, su narrador. Estos tacones realmente no eran característicamente altos y de hecho parecían tacones para usar en la oficina ya que no parecían tan exuberantes y fastuosos como los que usaban sus compañeras. Lastimosamente ciertos fetiches no serían satisfechos con las elecciones de calzado que realizó aquel día, sin embargo, las mujeres altas son un fetiche mayor y su porte sólo me hacía encontrarla más fascinante.

Observé que aparte de ocupar las reglamentarias pulseras de recuerdo eventos y campañas de algún tipo que la mujer promedio ocupa normalmente para adornar sus muñecas, también usaba un reloj bronce con una carátula circular y correa metálica.

Creo que lo que más me cautivó de ella ese día es que parecía notarme cuando estaba cerca, pequeñas y discretas miradas la delataban. No existe cosa más sensual que una mujer te note.

Nuestros caminos se cruzaba a cada momento. Tanto así que no parecía accidente, no podría serlo, ¿o sí? Al menos estaba seguro que yo no estaba buscando encontrármela ni buscaba pasar cerca de ella, al menos no conscientemente. De cualquier forma disfrutaba cada tímida mirada no correspondida debido a que nuestros ojos nunca conectaban, cada sutil muestra interés que verbalizaba un “ey, quién eres…” pero al que se agregaba un “… bueno, no importa” cuando ambos mirábamos rápida y nerviosamente a otro lado.

Nunca he pensado seriamente abordar a una mujer sólo por ser hermosa y guapa, quizás porque es demasiado hermosa y guapa, y tiene que haber alguna trampa. Creo que ni siquiera he intentado hablar con una mujer así, en parte porque nunca me he sentido con humor para hacerlo y en parte porque con gran prejuicio no creo que tengamos temas en común. Usualmente las mujeres que me atrapan con sus encantos tienen una vivacidad que trasciende sólo la apariencia y las mujeres que voluntariamente son edecanes carecen de sustancia, sin mencionar esta codiciada vivacidad.

Traté de recordar lo que aconsejo a todos los hombres de débil espíritu, recitando “no todas las mujeres me desean” cada que la veía mirándome, deseándome desde la distancia, cuando creía que la encontraba mirándome y pensaba en sonreírle.

Regresé tarde a la parte del foro que se celebraba por la tarde porque decidí no almorzar en el hotel donde se celebraba el evento. Era tan tarde que ya habían comenzando las charlas de la tarde y tuve que quedarme cerca de la salida, de pie, apoyado en una pared.

De repente, esta mujer salió de la nada, pasó a mi lado caminando tan lentamente que sus movimientos parecían estar proyectados a 24 cuadros por minuto. Detuvo su caminar y se quedó parada frente a mí y yo, quería estar parado también. Estaba genuinamente paralizado por su imponente belleza. Éste era sin duda el mayor indicador de cercanía que me había tirado todo el día… No me importaba recordar que noté que cada vez que una ponencia terminaba las edecanes se levantaban dirigiéndose a estos pasillos para así poder “hacerse útiles” y que esto realmente podría ser coyuntural. Esta charla estaba por terminar y el coffee break estaba por comenzar, sí, había llegado terriblemente tarde.

Estaba tan cerca. Tan cerca que parecía que estaba a “medio hola” de distancia y el lenguaje corporal era el adecuado, invitaba a acercarse. Lo único que necesitaba hacer era mirarla fijo a sus marrones pero intensos ojos y atreverme a sacar la sonrisa más cálida y sensual que tuviera en mi limitado repertorio de gestos. Si respondía con una sonrisa estaría dentro, de lo contrario, viviría para perder otro día. Apenas y podía con la emoción. La idea de que aceptara mi sonrisa era más aterradora que la idea del fracaso.

Era amor a primera vista. Era una en un millón, una edecán que no me importaba que fuera edecán. Me gustó tanto que sin tantos rodeos pensé en que quería besarla, que quería hacerla mía. Después podría enfrentar el problema de pensar de qué hablaríamos si resultaba no tener vivacidad alguna. Por una vez en mi vida, dejé de pensar, pensado, “la única certeza que tengo es la que obtengo al no actuar” y esto bastó para empujarme a actuar.

La seguí fuera del salón de convenciones y cuando se dio la vuelta hacia mi, me estaba viendo, y me dirigí directamente hacia ella, le dije “hola” mientras la saludé con un diplomático apretón de manos y ella se acercó par sellarlo con “beso” entre mejillas. Abrí diciendo “qué curioso encontrarte por aquí”.

Ella muy alegre me sonrió y me dijo:
–“¡Hola, soy Irene! Es cierto, te he estado viendo todo el día y quería preguntarte algo… pero es personal, ¿puedo?”
–Yo, utilizando toda mi concentración para contener la excitación en cada molécula de mi cuerpo, le contesté “por supuesto, nena”.
–Ella contestó: “¿Qué plataforma ocupas para tus servicios de hosting? Porque este es tu día de suerte, tengo para ti estos paquetes…”

Respetuosamente la detuve y no la dejé terminar, le dije que usaba http://medium.com porque es gratis. Me di la media vuelta y me retiré a llorar al baño.

No sean tímidos, si les gustó, regálenme un 💚. Mientras más amor, más gente podrá disfrutar de esta historia.

Anteriormente en 50 Shades of Ed…

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