Victoria

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
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6 min readFeb 19, 2016
Imagen ejemplificativa patrocinada por este portal.

Algo muy erótico me sucedió.

Es lo que suele decir en estas ocasiones, ¿o no?

Me ha ido muy mal en el amor. He tenido pésima suerte y después de tanta desgraciada suerte debería venir un poco de suerte de la buena, aunque sea por “justicia karmática”. Énfasis en el debería, porque por supuesto cuando estaba a punto de permitirme creer en el amor de nuevo, viene y aparece él.

Me refiero al mentado Eduardo Umaña-Arriaza. El miserable Señor E.

Apareció tan galante, guapo y gallardo, como siempre suelen hacerlo.

Estaba en una fiesta, era una muy especial porque era la última que “disfrutaría” en esta ciudad que tanto me ha visto fracasar en la vida. En menos de una semana iba a viajar para buscar apartamento y finalizar detalles en mi cambio de residencia para estudiar una maestría. Todo estaba decidido, no tenía dudas de lo que tenía qué hacer: ¡dejar este país y comenzar de nuevo!

Sin embargo el destino, como siempre, tenía otros planes. Es en momentos como estos en los que estoy convencida de que el destino es más bien un hombre porque es tan impredecible, caprichoso y, sobretodo, poco confiable.

El encuentro no era del todo fortuito. Era, más bien, una cita a ciegas. Una que se había postergado demasiado, ya que mi mejor amiga esperó hasta el peor y último momento para dejar que él llegara a mi vida. Esta amiga insistía en que necesitaba un “acostón de despedida” o, aunque fuera, un ligue antes de partir.

Acepté renuente pero diligentemente porque la idea no era mala y mi otra opción hubiese sido comportarme como una mujer desesperada y ocupar aplicaciones como Tinder. Esa aplicación nefasta. Puedo, con toda certeza, no recomendarla. Pueden confiar en mi… Tengo *ajem* una amiga que la ocupó y me contó todas las penas que le trajo ese desastroso episodio de su vida.

Pero me desvío del tema.

Inevitable e imparable llegó el minuto en que conocí al hombre que sería el culpable de causarme más dolor, porque un hombre que vale la pena no puede amar sin causarte dolor. Es el tipo de hombre que te hace creer en el romance de película. El hombre que reta la creencia de que la caballerosidad ha muerto. Este es un hombre peligroso.

Él era ese tipo de hombre peligroso. Alto, pelo oscuro y apuesto. Ese tipo de hombre elegante, barbirroja y con pinta internacional. De lo más peligroso. Es este tipo de hombre que se presenta con tanto respeto y caballerosidad que sí te hace creer en el romance, los príncipes azules y los finales felices.

Como dije, el tipo de hombre más peligroso.

Al principio no quise admitirlo pero estaba en problemas. Esa noche volé muy cerca del sol, y sí, lo hice con alas de cera.

Hablamos toda la noche. Fue intenso. Rápidamente me sentí cómoda hablando con él, este internacional hombre del misterio de tan intensa mirada que sólo superada por la intensidad con la que defendía sus convicciones y perspectivas de vida. Escucharlo era suficiente para seducir a cualquiera. Ciertamente, su intensidad logró seducirme. De repente estaba flirteando con él. Ni siquiera me di cuenta de cuándo comencé a hacerlo. Era un hombre muy hábil, de más ágil lengua y muy peligroso.

Era peligro puro pero no tan puro que el peligro lograra disuadirme.

Él me había encendido. Decidí jugar con fuego y lo dejé llevarme a casa. Tanto jugueteo había despertado en mi una curiosidad que no conocía calma. Esa noche necesitaba probarlo. No iba a dormir sin probarlo. Estaba empecinada en descubrir a qué sabía.

Antes de despedimos le noté tímido, así que tomé la iniciativa y le robé un beso cuando se acercó a despedirse. El resto no puedo contarlo porque una dama no besa y dice. Sólo diré que fue espectacular.

El juego había comenzado…

… Lastimosamente no estábamos jugando el mismo juego.

Quería entregarle todo mi amor. Quería darle todo mi cariño. Quería creer que era cierto. Que realmente me estaba pasando esto. Tenía tanto tiempo de no encontrar a un hombre que me hiciera sentir de esta forma. Un genuino galán que te enamora tanto que te hace levantar el pie izquierdo cuando te envuelve en sus brazos para darle vuelta a tu mundo con un apasionado beso. Tenía tanto tiempo de no sentirme tan ilusionada como una colegiala. Demasiado tiempo, de hecho. Realmente quería creer que era cierto.

¡Ridícula Victoria! Perdí en el instante en el que no pude controlarme más y le supliqué, susurrando, “no me rompas el corazón”.

Decir eso es justo como suplicar que te rompan el corazón de la peor manera.

Los siguientes días fueron días de alta intensidad para mi vida. Platicábamos a diario. Le hablé por teléfono casi todas las noches. Una de esas noches lo convencí de platicar vía Facetime. Pero esta era mi última semana antes de irme del país. Cada día que pasaba, mi temor crecía. Cada hora que transcurría, creía mi pavor. El terror era real. Si me iba como tenía planeado, no habría vuelta atrás. No quería, no podía, quedarme con la duda. La duda de si lo que el Señor E y yo teníamos era real y tan mágico como aparentaba. Tenía, debía, sacarme esta duda.

Un día antes de irme, nos encontramos para tomar café.

Todo estaba decidido, pero tenía dudas de lo que tenía qué hacer: ¿quedarme este país y comenzar de nuevo? Todavía podía decidir quedarme. Era la segunda vez que nos veíamos, había pasado menos de una semana desde que nos conocimos pero lo que había encontrado en este majestuoso espécimen de virilidad me bastaba para arriesgar todo. Siempre lo he dicho, la vida es todo o nada e iba a dejárselo claro.

Justo cuando iba a darle el discurso más romántico y fatídico que le había dado a alguien, el karma apareció por la puerta de atrás y me mordió el culo.

El caballero de leyenda, mi caballero de leyenda, se desvaneció. El pinche y hostil Señor de la maldita letra E, comenzó a comportarse errático, hablando de manera taciturna y fue ahí cuando lo vi claro pero no lo quise reconocer. Estaba siendo escurridizo. Parecía arrepentido del hecho de estar ahí frente a mi.

Finalmente lo confronté y exigí que me rindiera cuentas de su extraño comportamiento. Fue ahí, en ese lugar y en esa hora, en la que me rompió el corazón. Él trató de explicar su comportamiento pero se anduvo con muchos rodeos, por lo que lo detuve y le pregunté a quemarropa, “¿te arrepientes de estar aquí conmigo?” y de la manera más fresca y descarada me dijo “sí”.

Este “sí” era un monosílabo tan pequeño como un átomo de hidrógeno y tan antagónicamente gigante al momento de devastar y destruir justo como lo es una bomba h.

No conseguí ni entender qué estaba diciendo después de ese funesto “sí”.

Habló por varios minutos pero no conseguía entender nada. Su discursar podía bien haber sido una orquesta de viento-metal dando una sinfonía porque eso es todo lo que podía procesar mi cabeza en aquella trágica hora.

Cuando terminó su largo balbuceo no consiguió respuesta mía por lo que se levantó al baño o a pagar, no puedo estar segura. Rápidamente me importó regresar a la tarea abandonada de tratar de entender su eterna y apologética justificación porque los minutos comenzaron a transcurrir y esta patética y cobarde excusa de hombre no regresaba.

Cuando pasó casi media hora desde su acto de desaparición me levanté a buscarlo pero no lo encontré. Todo me quedó claro cuando le marqué a su teléfono y no contestó. Este inmaduro niño con cuerpo de “hombre” me había dejado varada en esta cafetería de segunda.

Terminé de hacer mis maletas y, sin voltear atrás, al día siguiente escapé de este puta ciudad que me vio fracasar en la vida una vez más.

El vuelo no duró más de dos horas pero sentí como si hubieran sido doscientas. Nunca me había sentido tan estúpida. Nunca me había dejado humillar tanto por alguien. Nunca volvería a suceder.

Esta no es una carta abierta de desamor, aunque en algunos sentidos lo es.

No quiero ser otra mujer ardida hablando sobre “lo malos que son los hombres”, repitiendo “los hombres son una mierda” y cualquier otro clásico. Por un momento sí lo fui, pero no es quien quiero ser. Quiero reconocer que muchas veces veo lo que quiero ver, proyectando mi situación y necesidades en un hombre sin preguntar su opinión o sin quererla escuchar, si se atreve a darla.

La vida es todo o nada. A veces hay que perder para poder ganar.

No hay karma y no hay un premio por sufrir, sólo puedes aprender de las malas experiencias y prestar mayor atención la próxima para que no te vuelvan a hacer daño. Además de saber escuchar para asegurarse de respetar la felicidad de la otra persona y, más importante, que se respete la tuya.

En ese aspecto, gané. Aprendí de mis errores.

Dicho todo esto, igual tengo que decir que Eduardo Umaña-Arriaza es una mierda.

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