Giselle Lucía no es un cuerpo inmóvil

Dailene Dovale
El Caimán Barbudo
Published in
14 min readJan 12, 2021
Cortesía de la autora. Fotografía de Xuahn Linhr

Mira a su alrededor con ojos de apariencia mansa y solo encuentra la ciudad desolada, con ventolera, ruidos de reparaciones y poca gente. Es jueves 5 de noviembre de un año pandémico. Estamos en el jardín, verde y tranquilo, de la biblioteca Rubén Martínez Villena, junto a la Plaza de Armas. Terminamos frente a la Catedral, sentadas con la cartera al lado, como dos estudiantes después de clase. La fragilidad del gesto y la suavidad de las palabras le delatan. La imagen cambia de estudiante a cisne encantado. Intento huir de ese cuadro idealizado, pero es difícil.

Giselle Lucía Navarro, apenas 25 años, muchas responsabilidades en sus alas, que no brazos. Mucho por escribir, historias que contar y personajes por encontrar en algo tan común como los gatos o un personaje curioso al costado de la heladería. Poeta de las palabras precisas y emociones hondas. Ganadora de muchos certámenes envidiados que preferiría eludir (Premio La Edad de Oro de Poesía 2018; Premio Pinos Nuevos de Literatura Infantojuvenil 2019; Premio David de Poesía 2019); olvidar la carga pesada de ser presentada por ellos y no por su obra.

“Nos llega con un lenguaje directo y profundo, sin demasiados adornos para tapar el vacío”, escribe Frank David Frías y cierra con un retrato casi idéntica a la de esta tarde de jueves: viento fresco luego del largo verano.

Giselle, que vuela con la brisa y nos devuelve, en parte, la fe en la poesía y la posibilidad de encontrarnos como seres sensibles. Giselle danzarina, flotando entre esta realidad anodina de la Plaza de la Catedral y esa otra vida de los recuerdos propios o ajenos; donde se sumerge para salir a flote con nuevos versos y ojos atentos hacia aquello que miramos todos los días, pero nunca alcanzamos ver.

Cortesía de la autora

El aroma del óleo le recuerda la infancia, la época en que tenía tanta pasión por el dibujo que aspiró trozos de crayola por accidente. “Recuerdo el pequeño cuarto donde mi tío pintaba”. Él, artista visual y estudiante de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, ella inquieta con deseos de descubrir, preguntar, crear. “Entraba al taller y terminaba llena de pintura, a veces estropeaba algunas obras”. Años der ser chiquilla feliz en Alamar, con el agua salada y la brisa marina como designio. Sería el mar el sonido más anhelado, el acompañante de cada día, incluso ahora que puede trazar sus propios caminos.

“Recuerdo los apagones del período especial, cuando jugábamos con sombras chinescas a la luz del quinqué”. La diseñadora comenzó en aquellos años. Sus trazos, libres eran convertidos por su abuela en vestidos y piezas de costura. Muñecas y carteras salían de las manos de su madre, cestas de mimbre confeccionaba su bisabuelo. “Crecí en un hogar muy creativo que influyó bastante en mi forma de percibir la vida”.

“Cuando fui por primera vez a la Feria del libro era muy pequeña, pero ya soñaba con escribir. Reuníamos todo el año para comprar libros. En ocasiones, entre un anaquel y otros olvidábamos almorzar, pero llegábamos a casa con una montaña de libros”. Giselle ajena a todo conflicto económico, en la ingenuidad feliz de los niños. “Tenía cuatro años cuando ingresé a la Academia de Danza de la Sociedad Rosalía de Castro. Recuerdo la emoción de ver a las profesoras bailando, ponerme el traje, los zapatos de tacón, tocar las castañuelas y actuar. Las luces del escenario y el nerviosismo que se iba luego de los primeros minutos de cada actuación. Bailé flamenco hasta los quince, lo dejé porque quería desarrollar otras inquietudes creativas”. Entonces escribió.

Encontró en la revista Muchacha la reseña sobre un festival para niños y adultos desarrollado en el grupo literario Silvestre de Balboa, dirigido por el fallecido poeta Rafael Orta Amaro. “Nunca se me va a olvidar el día que lo conocí, él ni siquiera me había escuchado hablar, me miró a los ojos y me dijo: creo que puedes entrar en el grupo de los adultos: tienes corazón de poeta”.

Por ahora cierra el regreso al pasado con los primeros libros amados: El principito e historietas de Juan Padrón sobre Elpidio Valdés; junto al vago sonido que emana de un piano en el edificio del frente, donde vivía aquella vecina soprano. En las afueras de la Catedral sentimos la llovizna y algo de música si nos esforzamos en sentir el recuerdo. Buscamos resguardo dentro de la iglesia entre menos gente todavía, gente silenciosa y cabizbaja que reza. ¿Será este encuentro otra forma de confesión?

Cortesía de la autora

Lección de anatomía
He comprendido que la libertad no existe
y no hay camino sin tropiezo,
tronco sin árbol,
mente sin cuerpo,
y la vida no vale nada sin no existe la muerte,
que esta diminuta bala le da sentido a mi existencia.
He comprendido que la libertad no existe
en este cuerpo cocido al aire que penetra en sus pulmones,
estos glóbulos rojos que se agrupan
y el sentimiento latiendo en todo lo posible.
He aprendido que un hombre que depende de su cuerpo
no puede ser una criatura libre.

Es 10 de diciembre. La encuentro sola, de espaldas, en el semáforo de 23 y G. Espejuelos en la cabeza, bolso a juego con los zapatos y la chaqueta, sutileza al vestir. Es diseñadora, recuerdo. Cerca, un tumulto de gente celebra el Día de los Derechos Humanos. Hay música y arte, al otro lado de la calle parece que venderán comida. La ciudad no está desolada ni vacía, ni con poquitos de feligreses cabizbajos.
— Por suerte llegué a tiempo, dice y habla sobre lo imposible de atrapar una guagua.

Al cruzar la calle el café propuesto todavía está cerrado. Son poco más de las diez de la mañana. Al caminar por toda 23 se nota una calmada agitación. Casi tantas personas como antes de la pandemia, con mascarillas y abrigos, claro.
“De la inconformidad surge el desarrollo, por eso deseo reinventarme todo el tiempo”, dice sentada en un café peculiar: Santa Bárbara, el Che, decoración navideña… todo en uno. Mesas color marrón, precios no tan caros, ahí hablamos sobre diversos temas de la sociedad actual, Cuba y los jóvenes.

Espejuelos al frente siempre. Giselle es muy cuidadosa en el uso de las palabras, evita las ambigüedades. No lo dice de forma abierta, pero prefiere escribir las respuestas a conversarlas. Le permite construir y cuidar su imagen, dejar clara su visión del mundo sin una expresión de más o de menos. Cuidadosa también al tomar su jugo de naranja, al salir del lugar y caminar al Coppelia. Tres horas después de esperar en la fila todavía no llaman y media cancha está vacía, habla con el custodio, le explica, justo entonces mandan a entrar a las personas.
—¿No tienes otras preguntas?
— Cómo fue la presentación en el Festival de Perú, pregunto por su actividad más reciente.
Pésimo. Justo cuando iba a hablar perdí la conexión. Entre Zoom y los problemas para conectarme apenas pude leer dos poemas.

Traen la carta. Un nombre tan rimbombante como chocococo capta la curiosidad, rizado de coco y chocolate. Le lanzo la pregunta principal casi al final.
— ¿Existe la libertad de creación?
— Sí… Existe. Yo me siento libre, pero para mí la libertad corresponde a un hecho circunstancial. Este tema es complejo e interesante, muy subjetivo. Me gustaría escribir sobre eso algún día. Nadie, excepto Giselle Lucía, puede ponerle muros o silenciador a mi cerebro. Nadie mutila lo que escribo o diseño.

A veces parece frágil e inmóvil, o como las estatuas, hermosa y fría. Esa imagen se rompe al escuchar a su madre. De sus palabras salta jugando la niña inquieta que escribe en las paredes sin saber leer y termina con un montón de garabatos. Conserva las libretas guardadas con sus primeros trazos, y en el orgullo materno, los personajes creados en/para el barrio. En su memoria vive una pequeña corriendo cuando sale de la casa, que recoge flores al regreso de la escuela para regalar a ella y su abuela.

Tampoco es inmóvil su poesía o sus intereses como creadora. René Rodríguez, compositor y artista visual llegó a Giselle por el deseo continuo de encontrar nuevas rutas creativas. Para ambos, su obra implica la relación con lo circundante a través la observación que documenta y perfila nuestra subjetividad. Ese punto de coincidencia les acercó: “La inevitable imantación entre dos que, a pesar de sus diferentes ocupaciones, esgrimen estrategias muy afines a la hora de crear”, dice él, y Giselle confirmará luego esa búsqueda incesante por romper moldes.

Cortesía de la autora

No le agradan los esquemas por artificiales e inexactos. Para las personas que la rodeaban, un camino lógico, según su trayectoria, sería estudiar la especialidad de Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte. Para su madre, esa sería la mejor senda porque nació para dedicarse al arte, ya sea escribir, dibujar, actuar, bailar… Giselle, en cambio, estudió Diseño. Esas pequeñas incomprensiones le acompañan, ocasionalmente, en la escritura.

Ella frente a la clase, sentada, lee su cuento en el Taller de Técnicas Narrativas del Centro Onelio. Es erótico, parte de la corriente de pensamiento de una mujer. Termina. La mitad del aula disfrutó la experiencia, la otra no le encontró sentido. “La llave está en la mente del lector”, dice. Se parece un poco a la vida, donde cada acción es leída por el otro, que aplaude o juzga.

Será el poeta Alberto Edel Morales, quien me ayude a comprender mejor su universo creativo: “Una poética imaginativa, sensual y libre sustenta la creación artística de Giselle Lucía Navarro. Esa intensidad de sentidos se expresa en varios campos: el diseño, las prácticas audiovisuales, la literatura para niños, jóvenes y adultos, en cualquiera de sus géneros. Su poesía se instala desde la tradición lírica de raíz hispana, tan significativa para Cuba y tan cara a autores ya clásicos de nuestras letras como José Martí, Dulce María Loynaz o Jesús Orta Ruíz. Fue formada en lo más auténtico de esa tradición en sí misma diversa y en diálogo sincero con otras tradiciones y maneras que la influyen en un mundo interconectado.

La mirada poética de Giselle Lucía propone la claridad de quien escruta en lo oscuro para encontrar la luz, construye una sólida imagen personal de sus contextos desde su propio yo, comunica el estremecimiento de un aquí y ahora donde late viva la eternidad del instante. Mesurada, rebelde, precisa, idealista, elegante siempre, Giselle Lucía se atreve a sentir, pensar y comunicar las pulsiones de un siglo XXI donde se entrelazan todas las dimensiones de la experiencia humana, y lo hace en versos agradables a la lectura inteligente, de una hechura contemporánea y precisa, que sostienen su belleza intemporal”.

Contrapeso
Congelar el cuerpo de un hombre es una tarea difícil.
Congelar el cuerpo de una mujer una tarea imposible.
Congelar el cuerpo de un país es tener miedo a todo lo que crece.

Buscamos el parque de 21 y J. Periodistas y camarógrafos andan cerca. Los bancos están mutilados en su mayoría. Algunos sin espaldar, apenas un recuerdo de lo que fue. Los árboles, por fortuna, todavía conservan su encanto. Los niños juegan y los adolescentes se reúnen.
— ¿Qué lecturas te ocupan ahora?
— En estos días estoy leyendo mucho sobre filosofía e historia. Platón, Aristóteles, Erasmo de Rotterdam, José Ingenieros, Kierkegaard, Gramsci… Hay que leer mucho para crear algo, para construir la opinión propia, para escribir libros, sostener ideales o al país. No solo comprender las obras, sino comprender el marco histórico social en el que nacieron. La historia de la humanidad no se construye de fenómenos aislados. Heredamos el pasado de nuestros ancestros, que a su vez heredaron de los suyos. Se precisa conocer de dónde venimos para diseñar caminos. No deseo leer para imitar, sino para evolucionar. Resulta fácil manipular las ideas cuando las sacamos de contexto, por eso me gusta indagar, estudiar y sacar mis propias conclusiones. La sociedad del siglo XXI resalta por lo diversa, pero las problemáticas humanas siguen siendo las mismas. Seguimos teniendo los instintos animales básicos, es la realidad actual los ha complejizado. Incluso dentro de cada hogar, país o continente existirán conflictos, puntos de vista diferentes, semejante a cuando estrujas papel, aunque sigue siendo el mismo, si cambias la perspectiva cambia la semiótica. Eso nos indica que existe vida, si fuese diferente, sería artificial. Cada ser humano vive mientras crece en constante conflicto consigo. Ahora, si como joven deseo vivir un mundo mejor, yo debo serlo, porque la sociedad siempre estará en correspondencia con las personas que la habitan.

Son casi las tres de la tarde. El Vedado tiene todavía mucho frío, gente abrigada y enmascarada. También música y preguntas de periodistas en la calle sobre derechos humanos.

No recuerdo si estábamos dentro o fuera de la Catedral cuando me habló sobre sus hijos-libros. Primero sobre Música de agua, luego del Circo de los Asombros — el libro que nació de unas vacaciones en Alquízar. Su bisabuela modista no vivía ya, le invadía la nostalgia por sus historias sobre el pueblo viejo, en especial sobre la línea del tren, y cerca del tren, el circo. A partir de esos recuerdos ajenos, escribió el libro en apenas una semana. A veces la escritura se parece a las olas de ese mar querido, toda vez que golpean, su designio es ineludible. Corresponde entonces llevar a la letra escrita, la sensación de pérdida, la añoranza.

¿Qué nombre tiene tu casa?, otro de sus libros para niños, tiene mucho de su infancia en Alamar, de la ausencia de su padre, de la sobrina curiosa del maestro Rafael Orta que preguntaba el nombre de los objetos. El afán de contarse es más evidente en Criogenia. Sus palabras salen limpias, casi puras y sin ningún afán de artificio. Algo que no llega a confesar sucedió en esa etapa de su vida, se sentía inmóvil, congelada, urgía un cambio radical. “El libro es el cuerpo de una mujer dividido en órganos”, dice, pero es más, resalta la conexión entre el cuerpo, los sentimientos y la memoria. Lo escribió en el último mes de la carrera, entre la tesis e investigaciones, y no tenía pretensión de publicarlo. Era pura experiencia personal, casi desgarradora, para salvarse de la apatía y la quietud, un libro-bala que cura al hacer despertar.

(Conozca más sobre Giselle Lucía Navarro en nuestra línea del tiempo donde encontrará información sobre sus libros y premios obtenidos).

“Escribir poesía para mí es una necesidad espiritual”, escucho la mañana del 4 de junio. Al audio de Whatsapp siguen su voz suave, que disimula la fuerza interior. En segundo plano se escucha hojear las páginas. Giselle Lucía lleva siete años como profesora del grupo literario Silvestre de Balboa; de conocer personas en edades y procedencias de todos los rincones de La Habana; de aprender e interactuar con realidades diversas: niños autistas, entre problemas familiares o de barrios marginados; ancianos deprimidos o que padecen alzheimer y notar la diferencia entre el ser humano vulnerable y triste al otro, amante de la poesía, algo menos solo. “Quienes no escriben, pueden leer poesía, y quienes no la leen de algún modo pueden apreciarla. La palabra no solo un trozo de papel o aquel libro guardado en casa, sino sentimiento: fluye, se comparte, alumbra. La palabra puede atravesar la barrera del silencio y el aislamiento social. Ninguna cuarentena o enfermedad la va borrar jamás porque forma parte de nuestra naturaleza humana.

(Escucha el poema “Cuando la calma envejece” en voz de Giselle Lucía Navarro).

A Basilia Papastamatiu siempre le complace encontrar libros con verdadera calidad, más cuando pertenece a jóvenes. Confirma así que la escritura no ha muerto, ni morirá. La poeta, periodista, pero sobre todo maestra, aprovechará esta pequeña provocación para contarnos que aún existen seres de pensamiento y sensibilidad muy especiales; capaces de trasladarlos de tal manera al lenguaje de la poesía, que logran ofrecer emociones estéticas y aportes intelectuales únicos, irremplazables ante ninguna otra forma de creación o comunicación. “A estos seres singulares, yo me atrevería a sumar ahora a Giselle Lucía Navarro”.

Es destacable, entonces, el modo de asumir su labor de poeta como si se tratara de un apostolado, su misión. Hacer versos es para ella, apunta Papastamatiu, la imperiosa necesidad de expresar lo que ve, siente y piensa, para hacerlo saber a los demás. Desea revelarles la verdad, el valor o el sentido de las cosas o las acciones por vocación ética, segura de lo que cree y dice, asumiendo su derecho a hacerlo, a pesar de tener una edad tan joven.

Cortesía de la autora. Fotografía de Naskicet Domínguez.

Piropos
Una palabra en la distancia me golpeó de pronto.
Una palabra y un silencio que se borró a sí mismo
en el significado obsceno de la conjugación de un verbo.
La mujer contiene su ira contra el lenguaje,
y se coloca los audífonos para no sentir nada,
para habitar en los espacios del sonido,
la tranquilidad paralela del sonido,
ajena a los disparates de su raza (…)

“Escribo mucho sobre la mujer, no solo en el libro La Habana me pide una misa, donde aparece este poema, sino en mis obras anteriores e inéditas. Tengo dos libros donde las protagonistas son mujeres de diversas épocas y contextos. Creo que vivimos en un país machista, no de forma institucional, sino en la sociedad. No puedo hablar de otros lugares porque nunca he viajado, pero estoy segura que existen realidades peores. Es cierto que se ha logrado mucho, pero no podemos compararnos con el pasado, nos toca convocar el futuro, hacerlo presente. Exigir derechos como mujer no surge de caprichos, sino debido a problemas que trascienden y se instala en la raíz del subconsciente. No quiero que me juzguen por mi rostro o la curvatura de mi cuerpo, las mujeres no somos estructuras sujetas a la belleza y el deseo. Quiero ser considerada una mujer bella por mi corazón e ideas, no porque mi físico se adecúe a cierto canon o estética social. La mujer como país donde no existen fronteras”.

(Escuche el poema “Piropos” en voz de su autora)

Transito pasajes a partir de algunas fotografías. En las primeras, es muy niña rodeada de agua en una piscina con su madre y patos de plástico que despiertan su curiosidad y a veces le asustan. Otra foto, en blanco y negro, le muestra ya adolescente, interpreta a la poeta Juana Borrero en la obra teatral escrita por ella. La escenografía sencilla: mesa al centro, tres amigos que la observan leer, cuadro al fondo. Apenas estudia el bachiller con 16 años y escribe sobre los poetas modernistas. En la siguiente fotografía aparece adulta, vestida de rojo y mascarilla blanca, en segundo plano el vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz: Giselle se encarga de la sección de Literatura.

El escenario vuelve a cambiar, ahora hay una mesa larga y once personas alrededor: su taller literario. Ella en el extremo, espejuelos en la cabeza, pelo alborotado. También trae el cabello regado cuando está doblada frente al surco, mascarilla negra, manos ocupadas entre el cebollino y la tierra.
Quien observa las imágenes puede llevarse impresiones equivocadas. Pensar que la belleza es su única cualidad. Imaginar su mirada demasiado dulce, cándida y sutil como para causar un cambio o provocar respeto. Pero se equivocan, porque a pesar de sostener un cuerpo-país que a veces parece congelarse en la inmovilidad, la esencia de Giselle es puro fuego.

Preparamos para ti un pequeño juego-lectura con algunas de sus poesías.

Publicado en la revista El Caimán Barbudo.

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