Jorge Chicoy

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
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5 min readJan 22, 2020

Por Humberto Manduley

La historia de la guitarra en Cuba es larga, fructífera y no exenta de paradojas. Contando con un peso pesado como el maestro Leo Brouwer, tiene también nombres ineludibles en la pedagogía y la ejecución, múltiples eventos que se le dedican, y una producción autoral (incluso discográfica) donde destaca sobre todo lo concertante. Asimismo, tiene una arista donde caben lo autodidacta y la ruptura de cánones (el mismo Leo sería una referencia de culto en este aspecto). Mientras géneros autóctonos (danzón, rumba) obvian su presencia, la guitarra, junto a otros cordófonos, exhibe una repercusión popular que pasa por la trova y el son, y recala en la reproducción de músicas de otras procedencias geográficas.

Justamente motivado por el rock, el blues y el jazz de Norteamérica, duplicando los riffs y solos que escuchaba malamente en discos de vinilos, o grabando en casetes emisiones de WQAM, Jorge Luis Valdés Chicoy (La Habana, 1955) se formó desde la calle. Bastante antes de ingresar en la Escuela Nacional de Instructores de Arte, había comenzado a tocar a fines de los años 60 en elusivas guerrillas armadas sobre la marcha con cuanto músico anduviera disponible, y combos de irregular estabilidad (Los Tops, Los Jets, Sonido X) hasta llegar a colectivos profesionales como Los Barba (en una etapa más funk que pop), 3 + 1 (cercano a los ritmos brasileros) y el Grupo de Felipe Dulzaides adentrándose en el rigor intimista de un jazz de bajos decibelios.

De allí saltó a la banda del trompetista Arturo Sandoval (con la cual grabó varios discos entre 1985 y 1991) y luego a Perspectiva, facturando un par de registros, en un ambiente de creatividad y camaradería que le sirvió de pauta cuando decidió asumir una labor como solista.

Chicoy es, sobre todo, un guitarrista eléctrico. No desdeña el lenguaje sin amplificadores, e incluso tiene a algunos instrumentistas así en su panteón de influencias. Pero su desempeño apunta más hacia las cuerdas de acero, los plugs y los distorsionadores, aunque se desenchufa sin problemas cuando la ocasión lo requiere. La expresividad trasciende el volumen sonoro, y en ese camino de opciones él ha sabido transitar.

Los discos a su nombre, o al crédito de colectivos donde ostenta cierta preeminencia, comparten una amalgama de sonoridades, a través de temas propios y de otros. En 1995 publicó a dúo con el guitarrista norteamericano Raymond Lohengrin el álbum Friends, gestado sobre todo con piezas del cubano Eduardo Martín. La mezcla acústica entre pulsación clásica y fraseo jazzístico puso el tono de la grabación. En Tranquilo (1999), su ópera prima personal, agrupó cuatro temas de su autoría (debutando la balada “Song for Maggie”, con múltiples relecturas posteriores) y de colegas como Eddy Cardoza y Alejo Martínez, más una versión al “Lembra de min” del brasileño Ivan Lins, y “Verano en Suiza”, tan prescindible, a mi juicio, que todavía me sigo preguntando qué hace allí.

Un lustro más tarde se apareció compartiendo con el saxofonista canadiense Jeff Goodspeed un proyecto denominado Havanafax, legando un disco en directo. Junto a músicos de ambos países hizo homenajes a algunas de sus referencias (“Mr. Pete King”, “Dr. Nelson”) y recreó páginas como la extensa y medular “Afro blue”, de Mongo Santamaría, donde la banda se lució en pleno. Con Full time (2010) repitió temas previamente publicados (“Buscando cuerda”, por ejemplo, ya había sido grabada con Perspectiva), contó con el rol vocal de Omara Portuondo para “Una palabra” (de Carlos Varela) e introdujo joyas como “Llavimaso” (del “gran olvidado” Juanito Márquez) y “Cause We’ve Ended as Lovers”, original de Stevie Wonder, pero a la manera en que la inmortalizó el británico Jeff Beck.

Para cerrar por ahora su discografía está el reciente Havana subway (2018), en el que explora las raíces de los géneros populares cubanos desde una óptica jazzística. El danzón “Almendra” y el chachachá “Ahora mismo” dan fe de ello. “Coco loco” se inscribe dentro de esa ya tradicional “descarga cubana” conectada al jazz latino, y “Scheherezada” (del binomio Piloto y Vera) es por derecho propio un estándar recurrente y bienvenido en los más disímiles repertorios. La secuencia conformada por la intensa “Trío”, la cadenciosa “Song for Pat & Jim” y el imparable tumbao de “Flying to Havana” se me antoja entre lo mejor logrado en el fonograma.

En su vínculo a agrupaciones hay dos momentos importantes y contrastantes. De un lado, su estancia en Irakere entre 1997 y 2004, banda que por primera y única vez contó en sus filas con dos exponentes del instrumento, al juntarlo al veterano y fundador Carlos Emilio Morales. Jugada que no dejó de ser sorpresiva al combinar guitarristas de estilos bien diferentes en un formato históricamente asentado sobre complejos bloques de metales y percusiones, amén del piano de su líder Chucho Valdés, quedó parcialmente recogida en el disco Cantata a Babalú Ayé (1998). Sin embargo, considero que no se explotaron todas las posibilidades de tal irrepetible dupla.

En otro sentido transcurrió su paso — casi dos décadas más tarde — por el grupo Temperamento que dirige el pianista Roberto Fonseca. Ensamble con una interesantísima labor que huye de los clichés generados en buena parte del jazz en la isla, la presencia del guitarrista aportó un toque extra de electricidad a las partituras del líder. Con una repercusión mucho mayor allende nuestras costas, la experiencia tampoco fue muy extensa, pero le sirvió para probarse en un contexto distinto.

Su agenda individual lo muestra como un colaborador abierto. Acompañó en discos o actuaciones a Omara Portuondo, José María Vitier, Dayani Lozano, el dúo Confluencias, Javier Zalba, Miriam Ramos, Sociedad Habana Blues, Xiomara Laugart, Amaury Pérez Vidal, Pepe del Valle, Augusto Enríquez, Cesaria Évora, Lucía Huergo, Klímax, Edesio Alejandro, Javier Grass, Yusa, Hilario Durán, Arkanar, Felipe Cabrera y Dizzy Gillespie, entre muchos más. Bandas sonoras, canciones, música bailable, rock & roll, improvisaciones, trova, jazz en diversas variantes (smooth, fusión, latin): un verdadero ajiaco del cual se nutre. Aquí siempre hago un punto y aparte con “Memphis connection”, pieza que lo reunió con dos buenos colegas: el tecladista Pucho López y el guitarrista Manuel Trujillo. Sobre una base de ritmos programados, ambos ejecutantes de las seis cuerdas se enlazaron en fieros intercambios de solos, dejando una pieza que merecería mejor suerte en su difusión, pero que puede considerarse un hito dentro de una especie de “bluseado” rock sureño producido en el país.

En la actualidad Chicoy se concentra en cambiantes formatos pequeños para impulsar su carrera como solista. Sigue contribuyendo con amigos, componiendo y repasando los misterios aún por desentrañar en la guitarra. Esas cualidades, aunadas a su legendaria humildad, siempre serán una buena señal.

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