Algo huele mal esta noche

Vera Ricerca
El juego del paquete
6 min readSep 19, 2018
Imagen: Unsplash

Ok, Chelo es más bajo que yo pero no puedo estar toda la noche pensando en eso.

Por suerte este muchacho parece ser una caja de sorpresas (de dudoso gusto) y, antes de que lleguemos al bar, otro detalle en él acapara mi atención: del cuello de Chelo cuelga una bufanda de esas de cuadros de futbol, super bordadas, con nombre del equipo, escudo y logo de los auspiciantes incluído. Cuento al menos 14 colores presentes en el accesorio.

Es un poco petiso y no es tan grave? Puedo aceptarlo.

Tiene una bufanda espantosa y no es tan grave? Intento entenderlo.

Pero la combinación de ambas cosas es letal: los extremos de la bufanda le llegan casi a las rodillas.

Me aturde la vista y se lleva puesta la poca esperanza que quedaba esta noche.

Decido intentar divertirme, ponerle onda a esta cita que recién empieza. Nos sentamos en la vereda de una cervecería/hamburguesería. Miramos largo rato el menú. Creo que él no sabe cómo romper el hielo así que avanzo yo:

— Querés que compartamos unas papas?

— Dale, te iba a decir lo mismo. Yo me voy a pedir un Cynar, vos?

— Me parece que también.

— Esa! Coincidimos! Yo lo descubrí hace poco. Sabés que cuando estaba casado no tomaba alcohol?!

— Mirá vos… y por qué?

— No se…como que no acostumbrábamos tomar alcohol.

Pongo cara de “qué curioso” y vuelvo la mirada al menú como refugio de protección al aburrimiento.

Me cuenta de su trabajo como agente de viajes. Dedica un tiempo extenso a relatarme cómo hace tres años se peleó con su jefe pero pudieron remontar la relación.

Intento derivar el tema en los viajes que pudo haber hecho gracias a su profesión y me cuenta que no viajó tanto como quisiera pero que justo en unos días se va a Miami con un amigo y empieza a detallar cómo se organizó con la ex por el tema de los chicos y hace mucho hincapié en cómo administró su economía para poder ir a un hotel “Más premium, viste? Más sobre la playa”.

A la mesa de al lado traen hamburguesas y él hace un gesto de asco. Lo miro como esperando que me diga qué le pasa:

— No sentís el olor?

— A qué?

— A carne picada.

— Mmmm, no. Siento olor a hamburguesa, por?

— Bueno si, eso, es que no como carne picada.

— Ok… pero parece que no solo no comés sino que te da asco, no?

— Algo así, alguna vez viste cómo pican la carne?

— Si.

Respondo eso, a secas, y me lleno la boca con papas fritas.

Me doy cuenta que se volvió una cita en la que me pasa como un subtítulo permanente con mis pensamientos. Él habla de la carne picada y yo pienso “En qué momento esto se transformó en un debate sobre bromatología?”. Él dice que su jefe le adelantó un sueldo para poder pagar el hotel de Miami y dejarle plata a la ex y yo pienso: “Qué parte de las primeras citas son para tratar de conquistar al otro no entendiste?” y así sucesivamente.

Después de un rato largo de monólogo se acuerda que yo también estoy y empieza a preguntarme por mi vida. A veces siento que en las citas hay hombres que solo hablan de ellos porque no registran que hay alguien enfrente y otras creo que es porque les da nervios y necesitan llenar el espacio/tiempo para que no haya baches. Me da la impresión que ese último es el caso de Chelo.

Ahora que se relajó un poco lo siento alegre y amable. Está atento a lo que le cuento y se interesa por mi trabajo. Eso sí, cada vez que nos pasa una hamburguesa cerca frunce la nariz y mira de reojo. Y todo eso con la bufanda nefasta puesta, porque en la vereda hace frío y ninguno de los dos se sacó los abrigos.

Le pregunto si alguna vez usó las apps de citas y me dice que ni loco, que es cualquiera eso de conocer gente así.

— Pero no es taaan distinto que esta situación!

— Naaaa, esto es distinto!

— Te parece? Pero esto es una cita a ciegas igual que las otras…

— Es que yo esto lo tomo como una señal del destino.

— Eh?

— Te explico porqué lo digo: a mi prima (tu profe de pilates!) no la veo mucho y por otro lado mi mamá está deprimida y desde que murió mi papá pocas veces sale de la casa. Hace algunos días viene y me dice “Tengo alguien para presentarte”. Yo no entendía nada y me cuenta que fue a cenar afuera con mi tía y mi prima y hablaron de presentarme a alguien y parece que a ella se le ocurrió que vos y yo podríamos conocernos. Para mí fue muy emocionante saber que mi mamá había salido y sentí que te tenía que contactar sí o sí.

Me quedo muda, al borde del abismo en el que de un lado está tironeándome la ternura y del otro las ganas de huir de la ciudad (No-sos-de-conmoverte-fácil-no,-Verita?!).

Me mira sonriente y acota:

— A mí me sirvió mucho el stand up cuando murió mi papá.

Siguen las sorpresas con Chelito.

— Ver stand up?

— No, hice un curso, no es que quiera ser actor, lo hice más que nada como terapia.

Realmente estoy aburrida. No tengo nada en contra de hablar sobre carne picada, las señales del universo, el stand up y la mar en coche pero nada de esta noche me resulta interesante. Al mismo tiempo Chelo es agradable, me parece buen tipo y los subtítulos de mi mente entran en cortocircuito.

¿Debería darle una oportunidad aunque sienta que no me gusta? Pienso en las experiencias en las que mi cita es fantástica y me siento super atraída hacia el otro y es todo muy intenso hasta que en pocos días (u horas) se desvanece… esto sería empezar al revés, probando, de a poco, viendo qué onda, sin ansiedades.

Mientras él me cuenta cómo eran las clases de stand up, yo sigo pensando y recuerdo una frase de Barthes de Fragmentos de un discurso amoroso:

“Se me dice: este tipo de amor es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?”

En mi cabeza entro en un debate con el mismísimo Barthes en el que le cuestiono por qué no puede haber arder “Y” durar. Como no me contesta, vuelvo a Chelo, que ya está terminando su relato y propone pedir otro trago.

— Me parece que mejor vamos, no? Está haciendo mucho frío.

Cuando nos levantamos, vuelve a hacer un chiste sobre nuestra diferencia de altura, pero esta vez inclina su cuerpo de costado hacia el mio, haciendo chocar nuestros brazos y acostando por unos segundos su cabeza en mi hombro.

Yo siento que mi cuerpo se pone rígido. Sigo caminando mirando hacia adelante. Tengo miedo que si giro la cabeza, la suya esté ahí para ofrecerme un beso.

Subimos al auto y no se por qué la charla se vuelve más animada. Hablamos de películas, de nuestros amigos y de la infancia. Cuando estamos llegando a casa me dice que le gustaría volver a verme y que podemos ir al cine en la semana. Recuerdo que la última vez que fuí al cine lo hice sola y las ganas de ir acompañada hacen que emita un gesto parecido a un sí.

En la puerta de casa frena el auto y apaga el motor. Parece que tiene intenciones de pasar un rato más juntos. Las mías son distintas así que me despido:

— Bueno, gracias por la invitación.

— Gracias a vos, me encantó conocerte.

Apuro el beso en el cachete y me bajo.

Entro a mi departamento con sentimientos encontrados pero con mucho alivio por estar, de una vez por todas, lejos de esa bufanda espantosa.

Leé la historia anterior aquí

Leé la siguiente historia aquí

¿Querés saber quién soy y por qué escribo? Leé Yo soy Vera

--

--

Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com