Cóncavo y convexo

Vera Ricerca
El juego del paquete
5 min readMar 6, 2019
Imagen: Unsplash

No pienso en los hombres como un cuerpo. Los pienso como un vínculo. Como un lazo hacia nuevas aventuras y deseos por cumplir.

Cuando conozco a alguien y empieza a gustarme, mis fantasías sexuales pasan por imaginarme viajando con él a Mendoza, mirando una peli juntos en el sillón un viernes a la noche o cantando a dos voces y a los gritos el tema del verano en el auto.

Ese instinto de proyección permanente en general no me lleva a buen puerto y creo que en el fondo es porque no me deja disfrutar del todo del momento presente que esté viviendo con esa persona.

Cuatro cuadras nos distancian de la casa de Mariano. Tres de las cuales camina abrazando mi espalda con su brazo derecho. Dos de las cuales mi espontaneidad le gana la (profunda) batalla a mis prejuicios.

Entramos a su departamento y nos sentamos en una barra que separa la cocina del living. Es un lugar chico pero muy lindo. Me gusta cuando las casas tienen indicios de la personalidad y las experiencias vividas por quienes las habitan. La casa de Mariano está llena de libros, objetos que trajo de distintos viajes, algunas lucesitas blancas sobre la biblioteca y dos guitarras que toca con sus hijos.

¿Señales de una mujer en su casa? Ninguna.

Prepara un campari con naranja para mí y un gin tonic para el. Pone una de esas playlist de spotify con música medio jazzera pero que pareciera decir a gritos Cománse a besos esta noche, total nadie lo va a notar. Nos sentamos uno frente al otro, nos miramos profundo, nos reímos, charlamos y hacemos silencio. Y así por varios minutos. Estoy tranquila. Estoy acá. Estoy, no pienso y eso para mí vale millones.

Le cuento cosas de las mini vacaciones con las chicas y gesticulo mucho. Él agarra mi mano derecha y, mientras me sigue mirando y escuchando atento (o eso parece), recorre con sus dedos la superficie de mi anillo, que tiene curvas cóncavas y convexas. Yo trato de seguir el hilo de mi propio relato pero me cuesta concentrarme. Solo puedo mirar el suave movimiento de sus dedos. De pronto mi anillo se transforma en mi nuevo Punto G. Me doy cuenta que tengo la boca seca y con la mano que tengo libre agarro la copa y le doy varios sorbos al campari.

Mariano se levanta y sin soltar mi mano me hace levantar también a mí. Ahora nos apoderamos cada uno de la cintura del otro, bordeándolas con nuestros brazos. Solo restan instantes para lo inevitable.

Siempre me maravilla el misterio de la química humana. Ese indescifrable algoritmo que hace que dos personas pasen de ser desconocidas a sentir que todas sus piezas forman parte del mismo rompecabezas, que puede ser tan profundo como efímero.

Acaricia mi cuello con la palma de su mano. Cierro los ojos y antes de que vuelva a abrirlos sus labios se conocen con los míos, tanto como si quisieran mimetizarse.

Recorremos entrelazados el living hasta llegar a la pared. Ella es testigo privilegiada de como, lentamente, nos vamos sacando mutuamente cada prenda que cubre el cuerpo ajeno.

Nuestras respiraciones se agitan al unísono. De la mano caminamos hasta su dormitorio. Siento que los dos estamos disfrutando de cada segundo juntos como si fueran los únicos. Porque de hecho van a ser los únicos. Al menos yo no tengo planes de tener una relación con alguien que ya la tiene con otra primero.

Pero hoy, hoy no hay proyecciones ni expectativas. Hoy no hay mañana. Hoy hay instantes, segundos y minutos de placer compartido. Hoy hay una cama que nos recibe para que nuestra conexión se potencie en tiempo y espacio.

No estoy acostumbrada a que las cosas me pasen por el cuerpo sin haberme pasado antes por la mente. Hoy es la excepción y me estoy dando cuenta de la libertad que se siente de vivir esta experiencia sin estar atravesada por mis prejuicios ni por mis ansiedades.

VIVIR

ATRAVESAR

SENTIR

Y disfrutar. Disfrutar de un hecho único donde el tiempo se detiene para que dos personas sean puro cuerpo, respiración y ritmo. Para que sean, ellos también, cóncavo y convexo.

— Por qué no te quedás a dormir?, -me pregunta Mariano y, ahora que ya volví al universo racional, me extraña su propuesta.

— Te parece? Bueno pero nos despertamos super temprano que tengo que volver a casa para bañarme, cambiarme y llegar al trabajo…

Cuatro horas después suena el despertador y me voy de su casa rechazando su oferta de café y tostadas.

Siento felicidad por el lindo momento compartido (sobre todo por permitírmelo), y alivio por no cuestionarme sobre qué vendrá después.

Aunque en parte ya se qué vendrá, porque Mariano viene hoy a la tarde a mi oficina a reunirse con Elo y conmigo para planificar algunos cursos que va a dictar en nuestro espacio de coworking.

Llego al trabajo con dos kilos de tapaojeras en cada ojo y una sonrisa que no necesita retoques. Elo entra a mi oficina y pregunta curiosa:

— Verita: quién es este Mariano que nos viene a ver hoy?

Le oculto parte de la historia, no porque no quiera que sepa la verdad sino para no ponerme nerviosa durante la reunión. Le digo que es un amigo que hace mucho que no veía y con el que me reencontré este verano y que seguro podemos organizar algunos cursos interesantes sobre transformación digital para empresas.

Mariano llega puntual. Lo veo de lejos y también veo que Yeye camina lo más rápido posible (le quedan pocas semanas antes de la licencia por maternidad) y entra ansiosa a mi oficina:

— Veruchi!!! Contale a mi Indianita quién es el bombón que te espera en recepción?!

Yeye se acaricia la panza y pone a “Indianita” como excusa para enterarse de los chismes.

Por casi dos horas, Elo, Mariano y yo intercambiamos ideas para muchas cosas que podemos hacer juntos, todas laborales. No me siento incómoda con esta situación, todo lo contrario, me divierte vernos siendo también compatibles en esta circunstancia. Elo por momentos nos mira como confirmando que la química que observa es consecuencia de nuestra “antigua amistad”.

Él se tiene que ir y quedamos en reencontrarnos en dos días para empezar a planificar. Apenas vemos que Mariano sube al ascensor, Elo me mira con los ojos agrandadísimos y me cuestiona:

— Qué clase de viejo amigo es este, nena?! Decime que ya te lo comiste entre dos panes por favaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaar !!! Me encanta para vos!

— Jajajaja, así que te gusta para mí? Entonces tengo una buena y una mala para contarte.

— Hablá!

— La buena es que ayer dormí en su casa.

— Me vuelvo loca! No me digas que la tiene chica.

— Peor! Ba…creo que peor: tiene novia.

Elo se queda pensando un instante dudando sobre cómo reaccionar.

— Me jodés! Flor de atorrante este Marianito.

Cuando empieza a darme algo parecido a la culpa, Elo me agarra fuerte la mano:

— Estuviste con alguien que tiene novia! Me encanta esta Vera que no mide riesgos, que bien te hizo el verano amiga! Pero ni se te ocurra engancharte, eh!

Soltamos nuestras manos y yo me acomodo el anillo mientras, sonriendo, repaso sus curvas cóncavas y convexas.

Leé la historia anterior aquí
Leé la siguiente historia aquí

Soy Vera y publico esta y otras historias en mi blog El Juego del Paquete. Te invito a leerlo desde el comienzo, aquí.

--

--

Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com