Siempre viví en una burbuja

Vera Ricerca
El juego del paquete
6 min readJun 7, 2020

Siempre viví en una burbuja. Y no me refiero a esa gente que solo conoce su realidad o su forma de pensar. Lo digo en el sentido de tener un mundo espacial propio. Desde chica mi hermano y yo tuvimos habitación propia cada uno y mis objetos, mi ropa, mis libros, mis perfumes eran principalmente eso: míos.

Y siempre tuve un sentimiento de pertenencia muy grande con todo eso que me rodea, sea mucho o poco. Me da placer elegir qué objetos me acompañan en la vida y los cuido mucho. Más allá de poder compartirlos circunstancialmente, son parte de cómo me defino, de quien soy.

No me da lo mismo de qué color son, no me da lo mismo cómo huelen, no me da lo msmo donde se ubican (Bueno,-bueno,-Verita,-será-esta-una-pista-para-entender-porque-no-te-duran-mucho-las-compañias-masculinas???).

Tampoco me da lo mismo quién visita mi burbuja. Me encanta recibir en mi casa una y mil veces a aquellos seres a los que considero verdaderos amigos. Y también disfruto cuando se van y mi burbuja me abraza a mí solita.

Tampoco me gusta cambiarme delante de nadie que no sea mi pareja. Supongo que tiene que ver con lo mismo, con ese espacio propio que solo comparto circunstancialmente con quienes elijo para hacerlo.

La única vez que la burbuja se rompió fue durante los años que conviví con mi ex. Aunque se mudó a mi casa y creo que en el fondo nunca se sintió verdaderamente parte del lugar. En ese momento yo sentí que hacía todo para que él la viva como su casa, con el tiempo pensé que quizás esto de tener todo lo que me rodea bajo control (sumado a su personalidad quizás poco proactiva para generar un mundo propio) hizo que fuese una especie de invitado que se quedó varios años, haciendo la menor cantidad de intervenciones posibles sobre todo ese universo que es mi casa.

Siempre miro fascinada esas series o películas donde un grupo grande de gente que no son famliares comparte casa y nada se mantiene en el mismo lugar por más de una hora, el concepto de silencio es un bien de poco uso y poder apagar la luz cuando a uno se le canta no es tan sencillo.

Ya sé, lo estoy planteando como si fuese de ciencia ficción y es algo que vive el 75% de la gente, muchos por elección y tantos otros porque no tienen alternativa. Lo tengo claro, y por eso también creo que estuve reflexionando últimamente en cuán distinta fue y es mi realidad en casi toda mi vida.

También me hace pensar en eso esta situación de cuarentena que estamos pasando, en la que mucha gente se siente encerrada emocionalmente aunque su situación laboral o financiera no se vea afectada.

Yo me siento bien la mayor parte del tiempo y creo que tiene que ver con que estar en mi casa es estar en mi mundo, con todo lo que necesito. Extraño a mis amigas, salir a tomar algo, ir a cerámica y comer los domingos con mis papas, pero no me siento recluida ni pienso todo el día en toooodo eso que está allá afuera y no puedo alcanzar.

Hace dos semanas estaba trabajando desde la mesa ratona del living, había decidido no sacarme el pijama porque era viernes y me parecía una manera de empezar a sentir que el fin de semana ya estaba llegando.

El teléfono suena y es Jose, muy raro que me llame porque no es muy fanática del diálogo telefónico.

— Verita, te hago una pregunta obvia pero: estás en tu casa?

— No! Me vine a Madrid a ver a Javi, no te conté?

— Me estás jodiendo?????

— Y si, te estoy jodiendo, claro que estoy en casa, qué pasó?

— En el edificio se rompió un caño que nos dejó a todos sin agua y dicen que van a tardar algunos días en arreglarlo, me podré quedar en tu casa?

Yo sé que voy a decirle que sí, no hay dudas, pero no puedo evitar que me pasen por la cabeza en una milésima de segundo las “curiosidades” de la vida compartida, que tan ajenas me son.

— Obvio, Jose! Venite ya.

Media hora después Jose me está tocando el timbre con el barbijo puesto, una valija de mano y una bolsa con comida de su heladera.

No hay abrazos ni besos como cada vez que nos vemos, hay mucho alcohol en gel y trapo con lavandina y zapatillas en la puerta.

Apenas empezamos a hablar me doy cuenta cuanto hace que no tengo contacto con otro ser humano en persona. Hace algunas semanas decidí que tampoco voy a ir más al supermercado y empecé a pedir todo online así que mi escueto intercambio face with barbijo to face with barbijo es con el caballero del delivery. También hace un par de días mi mamá pasó a dejarme panes caseros que había hecho. Como viven cerca aprovechó su ida a la farmacia para tocarme el timbre y aprovisionarme de harinas. Fue más emocionante que ver al del delivery pero igual de escueto.

Jose se baña y nos ponemos las dos a trabajar en el living. Al rato se prepara un te y me ofrece otro para mí. Le digo que sí y pienso cuánto hace que nadie me prepara un te, así de sorpresa y no cuando yo decido que tengo ganas y lo hago.

La tarde se pasa rápido y a las 18:30 declaramos oficalmente el comienzo del fin de semana. Jose pone una playlist de hits latinos noventosos y yo preparo dos campari y un mini bowl con maní salado.

Lloran las rosas porque no puedo estar sin ti
Lloran celosas de que no quieras ya venir
Y entre otras cosas
Yo lloro por ti

Cantamos a coro y en pijama.

Veo que mi teléfono se enciende y es Manuel que me llama directo por videollama, le muestro la pantalla a Jose y me pide por favor que lo atienda así lo conoce “personalmente”.

Por las dudas, apenas lo atiendo le aclaro que estoy acompañada y como pone cara extraña en seguida le cuento los motivos para justificar el asunto y que no se vea como que cometimos un delito por el que merecemos juicio oral.

Él está armando cajas de envíos que tiene que mandar mañana así que es una buena excusa para romper el hielo de esta charla de a tres mostrándonos los quesos que está embalando.

— Y Jose, contame, siempre es tan bombona tu amiga?

Jose me mira con cara de amor, le contesta “es una genia mi amigaaa” pero por debajo del teléfono, para que él no vea, me hace gestos cargandome como que soy insoportable.

— Cómo van a dormir?

Nos miramos sorprendidas porque todavía no lo charlamos.

— Acá no se duerme, pura joda todo el finde! Dice ella levantando el vaso con el poco campari que queda.

Verlos interactuar me reencuentra con eso que falta en la cuarentena y se me hace evidente que lo necesitaba: risas poque sí, charlas con amigas que me conocen dentro y fuera de la burbuja y un hombre que me genera intriga y esperanza.

Dejamos la cámara quieta en un estante de la cocina y nos hacemos compañía los tres mientras Manuel termina de preparar sus pedidos y Jose y yo salteamos pollo y ponemos a hervir arroz.

Hacemos guerra de canciones y él empieza cantando:

Y en medio de las lluvias del invierno
No hay tiempo ni lugar
Yo sé que entenderás
Que amor
Para quien busca una respuesta
Es un poquito más que hacerme bien

Jose se pone a pensar con qué canción sigue y yo pico cebolla y me caen una, dos, tres lágrimas, un poco porque la cebolla nació para eso y otro poco porque me emociona que mi burbuja esté hoy un poquito más llena de amor.

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Soy Vera y publico esta y otras historias en mi blog El Juego del Paquete. Te invito a leerlas desde el comienzo, aquí.

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Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com