SU versión de la historia — Capítulo 2

Vera Ricerca
El juego del paquete
7 min readMay 9, 2021

Yo de nuevo, Agustín.

Bueno. Al fin llegó el día.

Anoche trasnoche y me cuesta un triunfo levantarme de la cama. En la oficina la conspicua ausencia de comentarios por parte de les chiques me extraña, pero a lo largo del día descubro miradas jocosas en mi dirección y sonrisas soslayadas. No me quieren hinchar las pelotas para que esté tranquilo por mi cita de esta noche. Buena gente.

Al contrario de lo que los chicos creen, estoy relajado. Nada que perder y en el peor de los casos voy a pasar un rato tomando y charlando con alguien que tiene pinta de ser piola. Quedamos en un bar de Palermo que me parece que conozco y no queda muy lejos.

El día pasa lento y tengo que apagar un par de incendios de los que nadie se quiere hacer cargo. Cuando se hacen las 19 hrs. decreto el game over e inicio el retorno a casa. Una hora y media para llegar, refrescarme, tal vez una duchita, una cambiada y en la puerta del bar puntual a las 20:30 como un señorito ingles.

Cuando llego a casa me reciben la bestia y la bella, mis gatos. La bestia: un animal de 10 kilos que parado me llega a la cintura (para masticar los cinturones de cuero) y abre las puertas con la mano como si fuera un niño de 4 años, el tamaño de un lince con el carisma, el humor y agilidad de un quelonio psicópata asesino. La bella: una gatita blanca y charladora, insoportablemente inquieta y capaz de meterse en todos y cada uno de los recovecos, cajones, estantes, macetas de la casa, con el tamaño de dos copos de nieve (medio desayuno de la Bestia) y correspondientemente lo tiene cagando todo el día.

Me tiro en el sillón para relajarme un poquito y empiezo a cabecear. De repente me despabila una serie de mensajitos.

— Estás llegando?

Miro el reloj: 8:05

— Ya estás en el bar? Le pregunto.

— Si si llegué hace un ratito.

Bue… estará ansiosa, me digo

— Qué temprano que llegaste.

— Llegué en punto.

Me agarra un micro ataque y reviso los mensajes del día. Por algún motivo me convencí que la cita era a las 20:30, pero me doy cuenta que quedamos a las 20. En una vorágine de acción reviso el nivel de frescura de la ropa que tuve puesta todo el día (dudosa) y decido que no me voy a cambiar, me pongo perfume (nunca entendí porque a las chicas les encantan tanto los tipos perfumados, yo personalmente soy más del Axe y listo) me pongo el abrigo y salgo corriendo en busca de un taxi.

— Ya estoy llegando. El tráfico es terrible. Pedite algo y en cinco estoy por ahí

Mi plan es llegar lo antes posible y hacerme el boludo. Llegando al bar el tráfico se empieza a poner más lento y me bajo a dos cuadras y las tránsito como un medalla de oro en marcha olímpica.

En la puerta recupero el aliento y me sacudo un poco el polvo y me mando.

El lugar me suena. Creo que vine un par de veces en los últimos meses. No estoy muy seguro porque desde que estoy soltero mi vida nocturna es una vorágine sin sosiego (básicamente no les puedo seguir el carro a los pendejos con los que trabajo, que salen todas las faquin noches).

Entro. Escaneo el lugar que no aparenta tener comunmente muchos parroquianos los jueves a las 20:25, y ahí está. ¡Reconocería esos rulos locos en cualquier lado! En seguida la voy a saludar.

Ella está en la barra y luce, además de esos rulos locos, una sonrisa gigante. Me cae simpática y agradable la gente que sonríe. Por una micronésima de segundo me preocupo por no haberme cambiado en casa y haber venido con la pilcha que tengo desde la mañana, pero se me pasa enseguida cuando veo que ya tiene un vaso en sus manos.

Ella está bastante producida. Varias capas ropísticas de diferentes telas suaves y texturas variopintas y rematando el ensamble, una chaqueta brillosa. Muy feminil todo.

Me presento en seguida y la halago por lo bella que está (que es verdad) y charleteamos un poquito. “Hacé de cuenta que no pasa nada Agustín” me planteo para evadir el tema de la puntualidad, no sea cosa que ella se vaya a enojar. Así que saco temas de conversación (tengo mucho charme y soy un gran conversador), me pido unos tragos raros que me recomienda el “mixologist” (Si, este lugar no tiene barman/woman/person/como sea que se perciba la persona que me sirve el escabio, tiene mixologist) y arrancamos a conocernos.

Al rato le da hambre y me propone pedir algo de comer. Personalmente cuando voy a bares voy a TOMAR y generalmente no como (porque así pega más, pega más, pega más ;P).

Pero ya veo lo que va a pasar, se va a poner incómoda y va a empezar a hacerse el coco: “va a estar viéndome masticar toda la noche”, “ me va a ver hablando con la boca llena”, “va a pensar que no puedo parar de comer” etc, etc. Así que le paso el menú y le digo que pida lo que quiera, mientras busco el plato mas inocuo posible para pedirme (no me gusta que el sabor a comida interfiera con el de mi alcohol) y en seguidita la escucho proponiendo pedir varios platos para compartir:

— Tranqui. Si querés las papitas y la picadita, pedite los dos. Yo ya sé lo que quiero- le digo.

Aparte, pienso: si quisiera papita o picadita, me pido una para mí… vamos, somos grandes y podemos terminarnos un plato, no hace falta pedir como para un niño de cuatro años.

Noto que me mira medio raro y veo tras sus ojos como todas sus objeciones transitan su mente (que es mucho, que solo quiere probar, que prefiera variedad a cantidad), pero me sorprende porque vuelve a sonreír medio de coté y no me dice nada más.

Mientras esperamos la comida me pido unos tragos más (esta vez ignoro la sugerencia del “mixologist” y pido algo clásico y con punch) y Vera se pide uno con Pepino y arranca con que “que rico el pepino”, ”super fresco el pepino”, “me encanta el pepino” y que si me gusta el pepino. A mí me tiene un poco sin cuidado el pepino, pero como Verita está tan bella y sonriente, de buen humor y entusiasta que me contagia así que, por esto o porque hablar con ella me alegra o por los cuatro o cinco tragos que ya me tomé y haciendo un alarde de humor sarcástico y un touch de hipérbole, le digo que “SEEEE, mmmmm, pepinoooo, me encanta, es mi tercer vegetal favorito” y cuando ella toda inocente me pregunta “en serio?”, no lo puedo evitar, me muero de la risa por dentro, me muero de ganas de abrazarla y apretujarla por lo linda que es.

Me controlo y me rio un poquito. Pero las compuertas están abiertas. De ahí en adelante no puedo con mi genio y ya no puedo parar. Todo es “tal película es mi cuarta película favorita en la categoría de películas en las que el protagonista no recuerda dónde estacionó su auto” o que “tal es mi actividad favorita subiendo en ascensores, pero no bajando. Bajando es la quinta”. Al principio cuesta y me compro un par de miradas desconfiadas dirigidas a mí y otras hacia el reloj y a la salida de emergencia.

Tal vez mi humor no es para cualquiera y empiezo a dudar. “Aflojá un poco con la chistontada Agustín, que la vas a aterrorizar”.

Pero para cuando le estoy explicando que “Yo, como todos los hombres, tengo 6 sentimientos: frío, calor, hambre, sueño, furia y cachondez; y que mi espectro emocional se basa en la expresión de estos sentimientos, en estado puro, o en una combinación de uno a tres, y no más de tres de ellos” ya la caza y nos estamos riendo despreocupadamente en la barra del lugar. Y en seguida me está retrucando con lo suyo.

Ya estamos en ritmo y probablemente estemos dando un poco la nota, que nunca me molesta ni un poquito y descubro que parece que a ella tampoco. Otro puntito para Verita. Venís bien!

Descubro que me gusta hacerla reír y que me gusta como suenan sus risotadas.

Nos estamos divirtiendo y el tiempo pasa. La comida no llegó todavía y como las banquetas de la barra me están dejando el culo cuadrado la invito a que nos cambiemos a una mesa y estar más cómodos. A los cinco pasos me doy cuenta que hay cuatro mesas y están todas ocupadas y como todo un gil, después de tanto circo (levantando los vasos, tomándola del brazo, avisando al “mixologist” que vamos a una mesa) damos una vueltita por el lugar terminando en las mismas banquetas donde empezamos. Hasta al tipo de la barra le causa gracia.

Yo también sigo sumando puntitos como un campeón: cuando nos sentamos, Vera se arrima bastante y ahora estamos codo a codo.

Creo que seguimos charlando y yo hice más chistes. Creo que en algún momento llegó la comida y creo que la comimos. Creo que hubo música y postre. Creo que estuvimos ahí por horas y creo que pasaron un montón de cosas que podrían seguir llenando este anecdotario pero lamentablemente no las recuerdo.

No las recuerdo porque en algún momento después de alguna sonrisa coqueta y una mirada traviesa de Vera, alguna torpeza mía arrimando a saltitos la banqueta, en algún lugar de Palermo y en algún momento de la noche, nos besamos.

Nos besamos y se me perdió el resto de la noche.

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Soy Vera y publico esta y otras historias en mi blog El Juego del Paquete. Te invito a leerlas desde el comienzo, aquí.

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Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com