Fernando J. Palacios León (no escribe con tinta, sino con el suave aleteo de su corazón)

Fernando J. Palacios León

Extinta Editor
EXTINTA
Published in
9 min readMay 4, 2018

--

| Drama | Crítica Social | Romántico |

Conocí a Fernando J. Palacios León (El Tintero) gracias al mundo virtual de Wordpress. Hago hincapié en lo de conocerle porque vive en Alemania y no nos hemos visto más allá de leer nuestros posts. Pero son precisamente sus textos, sus palabras escritas, lo que hace que sepas rápidamente que es una persona especial con la que es muy sencillo conectar.

Lo primero que te llama la atención, cuando empiezas a leerle en su blog de autor “El tintero”, creado en el 2010, es su maestría con el dominio de la expresión escrita. Juega con las palabras como un malabarista experimentado al que no le sudan las manos ni le tiembla el pulso. Sin embargo, casi a la vez, surge la magia. La música te invade y se agitan tus emociones. La sangre fluye con energía y brilla más el día. Y sólo se le puede llamar de esta manera: magia. Pues es algo intuitivo, transcendental, y hace que te dejes llevar.

Nuestro encuentro casual no lo fue tanto. Asumo que debía encontrarle en mi camino de la escritura para aprender de él y también para poder ver el mundo con sus ojos libres y llenos de belleza. Pues hasta en los callejones más oscuros, Fernando encuentra el reflejo del sol en las sucias paredes.

Descubrí hace unos días la evidente conexión entre el nombre de su blog “El tintero”, y el nombre de nuestra publicación “Extinta”. Quizás esto se deba a que nos une el amor por la escritura pero cada uno la experimenta de manera diferente. El mundo de la escritura, mi mundo creativo, es mucho más hermoso desde que lo conocí. Y me ayuda a tomar aire fresco cuando vuelco mis temores más profundos en mis relatos. Él me ayuda a conectar de nuevo con lo bueno de la vida.

Os invito a que descerrajéis con él vuestro arcón de los sentimientos y él os devolverá el gesto con la generosidad y la honestidad que le caracterizan.

Esther Paredes, editora de Extinta.

Fernando J. Palacios León (1984, Madrid) es licenciado en Filología Alemana (2009) en la especialidad de Literatura (2011), máster en Enseñanza de la Lengua Alemana y máster en Traducción de Textos Literarios en la especialidad alemán-español (2016) por la Universidad Complutense de Madrid.

En la actualidad es profesor de español en la Universidad de Bamberg, Alemania, en la que imparte y ha impartido, entre otros muchos, cursos de Expresión Escrita, Teatro, Cultura y Civilización Española y Traducción y versión parafrástica de textos literarios del alemán al español. Ejerce, además, la crítica de traducción literaria en revistas como Estudios de Traducción o Revista de Filología Alemana (UCM); ha publicado artículos e investigaciones sobre la recepción de autores en lengua alemana como Heinrich Böll (2016), Max Frisch (2017) o Friedrich Dürrenmatt (2018) para la revista TURIA (Premio Nacional al Fomento de la Lectura).

En 2009 publicó su primera novela, Estrella y el olvido. Además, ha publicado microrrelatos, cuentos y poemas en diferentes antologías benéficas y no benéficas, tanto en España como en Latinoamérica. En 2013 su microrrelato El encuentro fue tercer premio de la editorial Artgerust dedicados a la figura del gran Charles Bukowski, entre más de mil participantes. En mayo de 2014 su obra Una hora menos fue galardonada con el XXIX Premio Nacional Ciudad de Zaragoza de Relato, editada por Mira Editores (Zaragoza).

Con Los textos de un traidor fue Premio de la Universidad de Ratisbona de Relatos de Nuevos Inmigrantes Españoles, publicado en la antología editada por CICEES (Colección Máquina de las Palabras). Su relato Después de Siberia, sobre los atentados del 11-M, recibió en octubre de ese mismo año una mención de honor en el I Concurso de Cuentos Biblioteca de Letras Latinas de Nueva Zelanda. En abril de 2015 apareció su edición y traducción directa de De las memorias del señor Schnabelewopski (Aus den Memoiren des Herren von Schnabelewopski) de Heinrich Heine en la editorial Escolar y Mayo en Madrid. Sus cuentos y relatos están incluidos en multitud de antologías y forman parte de los planes de estudios de instituciones educativas latinoamericanas y españolas.

Fragmento de Las arañas no tienen alas.

Teje, porque quedan novelas y poemas. Porque no has visto aún atardecer en Holbox con el sol deshaciéndose entre las tormentas con la fragilidad o la violencia de una amapola. Porque será de noche y conducirás a solas por una autopista desierta y pondrán en la radio tu canción favorita y subirás el volumen hasta que retumben las ventanillas y cantarás hasta quedarte sin aire y te convertirás en esa canción que cruza las luces de neón sobre el asfalto y será como el primer sol en los párpados de la infancia. Porque hay alguien que aún espera conocerte para hablar del destino y del sentido de la vida. Porque el mundo está lleno de postales que esperan enviarse desde ciudades que no has visto, y puedes ser el cielo de París y Gil de Biedma. Porque se quedará vacío el piso que te gusta y el vecino escuchará Radiohead por las mañanas. Porque hay una mirada, una mirada, créeme, que te hundirá más allá de ti, como si alguien hubiera tendido una distancia azul y eufónica sobre la lentitud de las sílabas y en ella regresaran una a una todas las palabras. Porque alguien te tomará de la mano sin pedírtelo. Porque susurrarás un verso de Pavese frente al espejo sin saberlo. Porque un día sabrás que con cada latido lograste desvanecer la memoria de lo adverso y sentirás un frágil orgullo. Porque las arañas no tienen alas.

Fragmento de Quince kopeks de pastillas de menta.

A veces me da por recordar personajes pequeños, como la mujer del boticario Chernomordik del cuento de Chéjov, que miraba el amanecer sin poder conciliar el sueño y los quince kopeks de pastillas de menta que le quiso pedir Obtesov, el joven pretendiente de la historia, por segunda vez; los que hayan leído el cuento sabrán que, sin embargo, esa aciaga segunda vez salió a atender el marido en lugar de ella y la valentía de Obtesov no se vio correspondida, ni lo será jamás. ¿Qué hubiera ocurrido si el marido no llega a despertarse y la mujer de Chernomordik hubiera bajado por segunda vez a atenderlo? ¿Cómo hubiera terminado la historia?

El final de Chéjov es tan trágico como inmejorable: Obtesov tira, a pocos metros de la botica, las pastillas de menta al suelo y la mujer de Chernomordik contempla la escena desde la ventana; el marido, antes de volver a dormirse, le dice que se ha dejado los quince kopeks olvidados encima de la mesa y que los guarde luego en un cajón.

Chéjov no continuó la historia, así quiso dejarla; yo querría que la mujer del boticario bajara de nuevo hasta el mostrador de la botica, poco antes del amanecer, y guardase los quince kópeks en el cajón y luego abriera un frasco de pastillas de menta y se llevara una de ellas a la boca y la saboreara despacio y conciliara el sueño gracias al sabor de la menta aquella mañana y el resto de las noches, y que Chernomordik le preguntara por qué tomaba siempre una pastilla de menta para dormir. O, al menos, que Obtesov hubiera tirado las pastillas de menta, pero que hubiera visto a la mujer del boticario asomada a la ventana, y se hubiera vuelto a agachar a recoger una de ellas y se la mostrara desde la calle, para luego guardársela en un bolsillo cerca del corazón.

Siempre que tomo un caramelo de menta me acuerdo de la mujer del boticario Chernomordik y de los quince kopeks.

Su escritorio es una mesa llena de libros apilados, una suerte de altar de libros indispensables, coronada por una foto de su mujer en la pared y una de su abuelo en la mesa. Paul Auster, Javier Cercas, Dostoievski, Kafka, Borges, Rilke, Max Frisch, Joseph Roth, Anton Chéjov, Heinrich Böll, Bioy Casares, Charles Bukowski, Virginia Wolf, Doris Lessing, etcétera… Los tiene siempre a mano porque los considera sus maestros.

Ha tenido muchos escritorios, ha escrito en decenas de casas, pero siempre se acaban convirtiendo en una proliferación de novelas, poemarios y libretas en las que apunta algunas ideas o frases, sobre todo, cuando llega a casa.

Su única manía es tener un café a mano y unos auriculares Sony como de piloto de avión con los que se aísla de los ruidos externos y en los que suenan siempre música. No puede escribir sin música, la música es su silencio. Cuando escribe escucha música clásica (Mahler, Schubert, Händel) o alguna banda sonora que le guste (Inception, Blade Runner 2049, La teoría del todo y un largo etcétera…) sobre todo al principio, o rock (tirando a duro y oscuro), por ejemplo, A perfect circle, Tool, Deftones, The Cure, The Chameleons, Smashing Pumpkins, sobre todo, al final.

Tiene un extraño secreto: las reseñas, los trabajos científicos o las traducciones no puede hacerlas sin escuchar a Paco de Lucía, sus discos le hacen más llevadero ese tipo de escritura tan distinta; es su silencio más científico.

Confesiones sobre su proceso de escritura.

Es bastante extraño, incluso para mí. Sé que sonará raro si digo que dejo que sean las ideas las que vengan a mí y que me encuentren, como cuando los libros nos encuentran o las personas en la vida. Esto suena romántico, pero es así. Es como una fecundación invisible o un secuestro. No sé muy bien por qué necesito escribir, sólo sé que lo necesito para explicarme de dónde proviene la emoción que da lugar a lo que pienso para tratar de comprenderme mientras escribo. Es como un viaje, sabes hacia dónde vas, adónde quieres ir, pero no lo que te va a ocurrir. Creo que escribo para leer lo que me gustaría que alguien hubiera escrito y que creo no haber leído todavía. Es un proceso más emocional que racional en el origen y más racional que emocional en la consecución, como si al racionalizar lo que siento descubriera el origen oculto de la emoción. Escribo para querer ver. Tiene algo de científico el método, por raro que parezca, pues uno no sabe lo que buscaba hasta que lo encuentra, como el científico que partiendo de su hipótesis, errónea o acertada, experimenta hasta alcanzar la verdad o hasta donde puede demostrar. Escribir es como leer pero sin libro, como si el libro que lees se escribiera mientras lo escribes; es como traducir solo que sin original, esto lo supe cuando comencé a traducir: llevaba años haciéndolo de otra manera. Siempre me ha parecido algo mágico que las palabras signifiquen y que nos podamos comunicar con ellas, que un sonido se pueda transcribir en silencio y en el silencio quepa todo.

Me obsesiona que lo que escribo emocione al que lea porque me haya emocionado a mí primero, me obsesiona que el que me lea se haga compañía. No sé si hay un tema recurrente en mi escritura, no me lo he planteado nunca, no me interesan las tramas de las historias, sino la verdad oculta de las historias, es decir, que la lectura sea un regreso a un lugar desconocido en nuestro interior. Algo parecido a soñar o a esos momentos en los que reímos y lloramos a la vez. Lo de los temas y demás cosas es asunto de los filólogos, creo que no se escogen, sino que ellos te escogen a ti por alguna causa, azarosa o no. No tengo grandes referentes estéticos porque quizá tenga demasiados, me encanta el cine de David Lynch y de Christopher Nolan, pero no se parecen en nada a mi manera de escribir o no lo sé. La última película que más me ha gustado es “Nuestros amantes” de Miguel Ángel Lamata.

Tampoco sé muy bien en qué consiste tener un estilo, creo que es algo que eligen las propias palabras mientras las trato de poner en orden. Los textos se visten a sí mismos, lo importante es dejarnos llevar por ellos.

--

--

Extinta Editor
EXTINTA
Editor for

Más allá de la tinta están las manos de un escritor.