De la imaginación a la realidad (I)
“La imaginación lo decide todo”.
- Blaise Pascal, matemático y físico francés.
Me encuentro en mi cama. Estoy con la laptop mirando una serie de Netflix. Tomo el vaso con agua de mi mesa de noche y lo acabo en dos segundos. Me dolía algo la cabeza por la resaca de la noche anterior.
No recuerdo hasta qué hora me quedé pero sí conté las cantidad de pintas que me había tomado: unas cinco. Un total de dos litros y medio de cerveza que a cualquiera, que no haya comido antes, le hubiera afectado.
“Ptm, hubiera tomado un par menos y ahorita estaría bien”, me dije mientras la cabeza me comenzó a doler con más fuerza. No aguanté y paré la serie, cerré mi laptop y la puse a un costado. Caminé hasta la ventana y cerré el blackout. Volví a mi cama, me tapé completamente con mis sábanas y busqué volver a dormirme.
Una hora más tarde, me levanté. Me sentía algo mejor. “¿Ahora qué hago?, me muero de hambre”. Avancé unos seis pasos hacia el frigobar, tomé tres sorbos de la leche de almendras que me quedaba. “Ahh, ¡qué refrescante!”, alcancé a decir.
Pero no era suficiente, mi hambre se apoderaba de mí y mis pocas energías comenzaban a disminuir. “¿Pedir comida o ir a comprarme algo?”. Fui por la segunda opción, no quería algo saludable. Mis deseos por algo grasoso y abundante se apoderaron de mí.
Rápidamente, me cambié de ropa y salí de mi residencia.
Camino por Doughty St. hasta Heathcote St. Entro por el pequeño pasaje que lleva a la entrada de los jardines de St. George. Los grandes árboles y diversas aves me llenan de energías. Noto la estatua de una virgen. “¿Quién será?”, me lleno de curiosidad pero no me detengo, continúo hacia mi objetivo. Mi ganas por comer, pueden más.
Salgo del parque y llego a Handel St. Paso por una de las sedes de UCL (University College London) hasta llegar a Hunter St. Al frente mío, se encuentra Bloomsbury Square. Veo pasar algunas parejas. Adivino que quizás van al cine o a algún restaurante a saciar su hambre como yo. “Pero no tanto como yo, yo si estoy muerto de hambre”. La resaca alteraba mi criterio. “¿Algún día iré con alguna chica por ahí?”, me pregunto mientras me quedo parado mirando a mi alrededor. “No lo sé”.
Luego de unos segundos de reflexión, giro a la derecha y continúo mi camino. Avanzo una cuadra más y finalmente llego a ‘The King of Falafel’. Ordeno la promoción más grande: kebab de cordero con papas fritas y ensalada. “Take way, please”, respondo cuando me preguntan si deseo comer ahí o llevármelo. Pago y voy a sentarme.
Tomo el celular, respondo algunos mensajes. Llamo a Claudia para contarle mis experiencias de la noche anterior. No me contesta. “Pucha, es muy temprano en Lima”. A veces olvidaba la diferencia de 5 o 6 horas que nos llevábamos.
Guardo mi celular mientras miro lo que ocurre a mi alrededor. Noto a las personas mayores que pasan a toda velocidad. También a chicos riéndose, quizás por alguna broma o experiencia pasada. Una señora con el pelo muy rubio pasa por mi costado mientras me regala una sutil sonrisa. Dos amigos ingresan al local y también piden unos kebab. La diferencia, sin embargo, es la gaseosa que le añaden. “No la hago con gaseosa, terminaría muy lleno”, pienso.
Inadvertidamente, la nube de pensamientos que estaba generando en ese momento, fueron interrumpidos por un llamado. Mi pedido estaba listo. Sonreí, lo recogí y volví por el mismo camino.
Llegué a mi residencia, abrí la puerta de mi cuarto, saqué toda la comida de la bolsa y la puse en mi escritorio. Traje la laptop, la abrí y puse la serie de Netflix que, horas antes, había dejado a medias.
Me acomodo en mi sitio. Abro el taper de plástico reciclable y procedo a comer. Esa mezcla de kebab, papas fritas y ensalada con limón daban una explosión de sabores que recorrían todo mi cuerpo. Era una especie de energía que entraba súbitamente hacia mí.
¿Era realmente tan bueno o era la resaca? Quiero pensar que era lo primero pero probablemente era lo segundo. Seguro mi criterio estaba siendo alterado otra vez.
Termino. Estoy satisfecho. Pero necesito algo más: una nueva siesta. Esta vez, mucho más corta. Por lo que programo mi alarma por veinte minutos. Cinco para quedarme dormido y quince de sueño efectivo. No más, no menos, ya que podría exponerme a no poder dormir por la noche.
Luego de la siesta, decido volver a salir. Esta vez, para realizar unas compras para la semana. Voy a Bloomsbury Square a comprar en Waitrose. No me toma más de quince minutos y vuelvo a mi residencia.
Aquí vendría el giro de la historia.
Tomo mi carné, abro la puerta principal y en vez de ir hacia la derecha a mi habitación, doblo a la izquierda. ¿La razón?, uno nunca sabe qué nuevas experiencias puede tener si toma caminos inusuales.
No me equivoqué. Caminé hacia el restaurante y fui ahí cuando noté la presencia de ella sentada en una de las mesas del restaurante. Ella se veía muy linda, cabello recogido, lentes que le daban un toque intelectual, muchos libros en su mesa y una taza de café o té.
Sonreí. Minutos antes, en Waitrose, me había acordado de ella. La había visto en diferentes eventos últimamente. Llamó mi atención por su personalidad aparentemente dulce pero seductora a la vez.
Y la volví a encontrar. “¿Debo entrar y hablarle?, ¿o solo me voy?, ¿acaso fue una coincidencia?, ¿o es el destino?”.
Mientras debatía entre entrar o no. Una de sus amigas llegó y se sentó a su lado. “Ok, es una señal. Hoy no es el día”. Decidí en ese momento retirarme y dirigirme a mi habitación. Sin embargo la situación me pareció inusual, me dio la sensación de que algo más sucedería. Sentí que ese no era el momento adecuado pero alguna nueva oportunidad se presentaría luego.
Al abrir una de las últimas puertas antes de entrar a mi cuarto, otra vez el destino me daría una señal. Era el folleto de una nueva fiesta que se aproximaba: la famosa ‘Fiesta Latina’. “Aquí es”, pensé mientras sonreía y cerraba la puerta.
¿Realmente se llegó a dar?, ¿o es que solo quedó en mi imaginación?, ¿quién era ella?, ¿la llegué a conocer?
Lo veremos en una segunda parte…continuará.
Lee la segunda parte aquí.
“El mundo de la realidad tiene sus límites; el mundo de la imaginación es ilimitado”.
Jean-Jacques Rousseau, filósofo, escritor y compositor ginebrino.
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¡Que tengas un buen día!