El clásico argentino (II)

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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5 min readJan 17, 2022
Estadio de River Plate de Argentina, Buenos Aires. Octubre 2013.

“Dios no me dio la posibilidad de tener hijos pero me dio otra chance: ese lugar para mí lo ocupa River”.

Antonio Vespucio Liberti, expresidente del Club Atlético River Plate.

Lee la primera parte aquí

El día había sido agitado. Tigres fue increíble por su clima, la amabilidad de las personas, por su puerto y por las vistas de la ciudad. Pero nada se comparaba con el ambiente del momento. Ir al estadio de un club de Argentina era una sensación diferente. Por las camisetas de blanco, de negro, de rojo, por los cánticos, por los gritos, por la emoción de los hinchas, por las butifarras, por los brazos alzados, por las sonrisas, por las familias que avanzaban en grupo, por las casas del alrededor.

Aquel escenario me había enamorado poco a poco. Años atrás, me había identificado con el clásico rival: Boca Juniors. Quizás por los peruanos que jugaron ahí como Solano o Pereda. Quizás porque lo veía por Fox Sports cada fin de semana por el torneo local o por la Copa Libertadores. Y también porque con Bianchi ganaron todo: incluso la Copa Intercontinental ante el poderoso Real Madrid en el 2000 y al Milán aquel 2003. El triunfo constante, también seduce.

Pero quizás no enamora. Y lo supe porque, si bien me declaraba simpatizante de Boca. Aquella tarde todo cambió mientras caminaba por las calles de Núñez mientras me encontraba muy cerca de entrar al estadio.

Habíamos pasado todas las vallas y nos encontrábamos listos para ingresar hacia las graderías. De pronto, noté que había una seguridad más que pasar: una maquina donde se tenía que colocar la entrada. Si era verde, el seguro se desbloqueaba y uno podía empujar la barra sin problemas. Si era rojo, el acceso sería denegado.

Si bien había conseguido las entradas el día anterior. No tenía la seguridad de que eran totalmente verdaderas. “Vamos con todo”, pensé.

Pasé mi entrada por la maquina. Rojo. Tomé la entrada de mi ex y la pasé, esta vez, con cuidado y lentamente. Rojo de nuevo.

En ese momento, muchos pensamientos pasaron por mi cabeza: las entradas realmente no eran válidas, el hincha que me las vendió seguro no era un verdadero hincha, pensé decirle al de seguridad que se apiade de nosotros, decirle que nos estafaron y que éramos extranjeros, meternos de alguna manera o solo buscar ayuda de alguien.

Todos esos pensamientos ocurrieron en menos de 3 segundos. Fue tan rápido que no me dio tiempo a realmente decirle algo. El de seguridad, solo nos miró y nos dijo: “Pasen rápido”. Utilizó su tarjeta, la maquina cambió a verde e inmediatamente mi ex entró. Me quedé a medio camino. “Te dije que pasés rápido”. Volvió a pasar su tarjeta. Se cambió a verde y esta vez entré sin dudarlo.

Con la emoción al máximo, atiné a agradecerle y darle un abrazo. Mi preocupación cambió en un instante por la efervescencia. Por un lado, no podía reconocer cómo finalmente habíamos ingresado al estadio. Por el otro, ya me encontraba dentro del famoso clásico argentino.

Corrimos de felicidad y tan pronto subimos las graderías, notamos el verde del césped. Los hinchas gritaban a todo pulmón y saltaban emocionados.

Estadio de River Plate de Argentina, Buenos Aires. Octubre 2013.

¿Qué había pasado con las entradas? No lo sé. Una alternativa: eran realmente falsas. La otra, es que duplicaron la venta de entradas. Actividad que solía pasar en el fútbol argentino, según leí.

No importaba la razón. Ya estábamos dentro. Miramos la ubicación de nuestros asientos y estábamos en la sección de socios. Mejor ubicación, imposible. Nos sentamos pero sabíamos que en cualquier momento llegarían los dueños reales de los asientos.

A los minutos llegaron y atinamos a sentarnos en las gradas a un par de metros. Estaba prohibido, pero con tanta gente ahí, todos comenzaron a realizarlo. El estadio estaba repleto. Muchos hinchas incluso estaban parados en el túnel.

Los jugadores de River salieron a calentar y fue ahí donde el enamoramiento se fue apoderando poco a poco de mí. Los cánticos comenzaron a penetrar mi mente. Aquel acto que da vueltas en mi cabeza hasta hoy:

“Señores, yo soy del gallinero

A River lo sigo a donde va

No importa aunque ganés o pierdas

Tu gente siempre te va a alentar

Vamo’, vamo’, River Plate

Ponga huevo’ y corazón

Que esta hinchada se merece ser campeón

En las buenas, vamo’ a estar

En las malas, mucho más

Esta banda nunca te va a abandonar”

Los jugadores volverían a salir pero esta vez para dar inicio al cotejo. Inmediatamente, el estadio se llenó de papeles picados, muchos saltos y gritos. El ambiente era ideal.

Los cánticos nunca pararon, incluso mientras River perdía. Esa emoción, esas ganas, ese empuje, esa pasión quedó en mí. Mientras el balón rodaba por la cancha, sonreía por mi fortuna. Por estar ahí.

Estadio de River Plate de Argentina, Buenos Aires. Octubre 2013.

Aquella tarde, que luego se convirtió en noche, me marcó. Ese día fui uno de los últimos en salir del estadio. No quería que terminara la experiencia. Me quedé apreciando cada momento: cómo limpiaban el estadio, cómo salían las personas, cómo los utileros llevaban los implementos a los camerinos.

Al salir del estadio, tomamos un taxi, los remís. Con los comentarios sobre el partido y mirando las calles, me sentí satisfecho. Estaba feliz por cumplir uno de mis sueños y por sentir ese nuevo enamoramiento. Aquel que no paró y aún sigue conmigo. Aquel que incluso me dio una razón extra para querer mucho más a Buenos Aires. Para querer mudarme para allá. Para vivir en Palermo y conocer mucho más la cultura argentina.

“Volveré”, me dije a mí mismo mientras miraba con nostalgia a través de la ventana. Quizás ese momento, casi 10 años más tarde, se vuelva pronto realidad.

“Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso”.

Jorge Luis Borges, escritor argentino.

¡Que tengas un buen día!

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