Me equivoqué

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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5 min readJul 22, 2024
Londres. Junio 2018.

“Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar”.

Cormac McCarthy, escritor estadounidense y autor de novelas.

Una amiga me invitó a una de sus reuniones que solían realizarse en su casa. Me dijo que unos amigos llevarían bastante vino y que una de ellas incluso era especialista en seleccionar vinos, que no podía faltar.

Aquel día, no recuerdo bien si llegué a llevar cerveza o vino, pero lo cierto es que llevé algo. Al llegar, sucedió lo usual: abrazos, fotos, picar algo para comer, mientras la música sonaba y nos divertíamos. Algunas personas tomaban, otras fumaban. Quizás solíamos hacerlo cada mes. Lo importante era reunirnos, pasarla bien y compartir con muchas personas.

Sin embargo, ese día sería muy diferente. A partir de ahí, algo cambió. Algo se rompió y nuestra amistad tomaría otra dirección. Fue mi culpa. No fue fácil aceptar que fue mi culpa, pero lo fue.

Por muchos años intenté sustentar que no fue mi culpa. Intenté escudarme en que yo había hecho lo correcto. Intenté creer que lo que yo pensaba era lo correcto. Lo defendí hasta el final. Sin embargo, con el paso de los años, me di cuenta de que lo que importaba no era tener la razón, sino entender la perspectiva de la otra persona. En ese momento yo no lo entendía. Y eso nos costó la bonita amistad que teníamos. Me tomó años darme cuenta de que fue mi culpa.

¿Qué sucedió? Volvamos a la historia. Pasaban las horas, los tragos iban y venían. Y poco a poco el día se iba convirtiendo en noche. Cuando llegó la madrugada, uno a uno nuestros amigos se iban despidiendo. Hasta que quedamos solamente cuatro personas, dos chicos y dos chicas. Estábamos bailando, disfrutando, dejándonos llevar.

De pronto, una de las parejas comenzó a abrazarse y besarse, acto seguido, se perdieron. Segundos después, mi amiga se despidió. Y se fue a su cuarto. Entonces me dije: “Bueno, será motivo para irme”. Intenté recordar dónde había dejado mi mochila. Cuando lo recordé, noté que ya estaba cerrado. Sentí que había personas dentro, entonces decidí no interrumpirlos. Acto seguido, pensé en hablarle a mi amiga. Subí para pedirle que por favor me dejara entrar al cuarto, quizás el de su amiga, para que pudiera sacar mis cosas y de paso despedirme de ella.

Toqué su puerta, no recuerdo si escuché o no algo, pero entré. Y ahí estaba ella, en su mundo, buscando una sensación de disfrute. Decidí unirme y ambos terminamos mezclando experiencias. Situación que, para ser sinceros, antes había ocurrido unos meses atrás. Esta vez, fue mucho más corta, quizás unos 10 o 20 minutos, incluso sin llegar a un nivel mayor de disfrute e intimidad.

De pronto, sentí que ella ya estaba por quedarse dormida. Por lo que decidí terminar con el momento. “¿Qué hacer?”, me pregunté. Tenía la opción de entrar al cuarto de su amiga y tomar mis cosas e irme, que era lo que realmente yo quería. La otra opción era quedarme ahí a dormir con ella a su costado. Decidí lo segundo.

Yo ya estaba cansado y realmente me sentía cómodo. Entonces, ¿para qué irme? Por lo que decidí cerrar los ojos.

Horas más tarde, me desperté con ella al lado. Unos minutos más tarde, se despertó y me miró asombrada. “¿Qué haces acá?”, me dijo. “¿No te acuerdas?”, le respondí. Me miró con una cara entre sorprendida y horrorizada. Le dije que no pude entrar al cuarto para sacar mis cosas y decidí quedarme.

Ella salió de la habitación y al volver me dijo que no podía ofrecerme desayuno. Le dije que no había problema, que ya me estaba yendo. Me despedí de ella y finalmente decidí entrar al cuarto por mis cosas.

Al pasar la puerta, me pareció ver dos personas y noté que no era un cuarto, sino más bien una sala, motivo por el cual salí riéndome del lugar por la situación anecdótica.

Menos de una hora más tarde, ya me encontraba en mi casa. Desayuné y me fui a dormir. Horas más tarde, me llegó un extenso mensaje que me dolería. Básicamente, ella me contaba que no me había dado el consentimiento para que pasara algo más conmigo.

Yo no podía creerlo. Mi reacción inmediata fue decirle que no fue así, que en ningún momento busqué aprovecharme de la situación. Éramos amigos, había mucha confianza, antes había ocurrido algo y de mi lado era imposible que yo pudiera hacer algo así.

Le dije lo que yo sentí: que ambos estuvimos buscando algo. Ella respondió que no, que no fue así, que por eso mismo ella se fue a su cuarto, justamente para descansar. Nunca había pasado por una situación similar, nunca había tenido problemas por eso.

Mi gran argumentación fue decirle que no llegamos a más, porque justamente ella se quedó dormida y yo, desde el respeto, sentía que no era correcto seguir avanzando. Por lo tanto, paramos y nos quedamos dormidos. Le escribí que si hubiera buscado aprovecharme de ella, hubiera hecho mucho más y, es más, me hubiera ido del lugar.

Sentí que mi argumento fue sólido, sin embargo, yo lo veía desde otra perspectiva. Desde la de ella, no había espacio para las excusas o justificaciones, simplemente no debió ocurrir. Ella esperaba que yo asumiera mi error. Nunca lo hice. Siempre me defendí, siempre intenté que ella entendiera mi punto de vista.

Ahora me doy cuenta de que realmente yo nunca intenté entender su punto de vista. Aquel que probablemente ya no quería que volviera a ocurrir algo parecido y donde unas disculpas, un perdón, hubieran valido mucho más.

La amistad se rompió y se alejó. Al pasar unos meses, volvimos a hablar. Era mi gran oportunidad, pero yo seguía en lo mismo: intentaba que ella entendiera mi punto de vista. Yo quería que entendiera que nunca intenté hacer algo malo. Y quizás ella también nunca quiso entenderlo hasta que yo entendiera su punto de vista.

¿Quién tenía la razón? No lo sé. Pero lo cierto es que yo me equivoqué. Fue un grave error. Debí disculparme y listo, no dar más explicaciones. Eso era guardármelo para mí.

Ahora lo recuerdo con tranquilidad, pero en ese momento me costó mucho. Me costó asimilarlo y saber si realmente me había equivocado. Si tenía que haber hecho las cosas diferentes. Si tenía que haberme disculpado de otra manera.

Como todas las experiencias, finalmente nos traen aprendizajes. Y esta realmente fue una bastante grande. Desde aquí, si lees esto en algún momento, discúlpame por haberme comportado de ese modo y exponernos a esa situación. Espero que estés bien. Me equivoqué. Chau.

“Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que solo un iluso seguiría insistiendo”.

Tim Burton, director y productor de cine estadounidense.

Publico nuevas historias, todos los miércoles y domingos. Léelas aquí.

¡Que tengas un buen día!

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