Bruto en Poniente [“The Iron Throne”, Juego de Tronos (8.6)]

Borbotones de glóbulos rojos, miembros mellados por hachas oxidadas, lances de espada asfixiantes, dolorosas pero épicas remontadas, sugerentes y lascivas proposiciones, sexo epidérmico y desgarrado, manos henchidas de carne de caza, vino derramado en la pechera, traición intravenosa, realismo mágico, vencidos y ganadores. Son las señas de identidad de la rueda de Juego de Tronos, un código no escrito que ha llevado la ficción de David Benioff y D.B. Weiss más allá del texto seminal de George R. R. Martin. Es el ADN de una serie, el pacto de lectura que el seguidor más fiel no desearía romper nunca, pero que en esta última entrega, y en general en esta octava temporada, se ha quebrado para llevar al espectador a enfrentarse a una gran contradicción: “¿debe dejarse llevar por el amor a los personajes o guiarse por la razón?, ¿pasión o sentido común?”. En el primero de los casos, la frustración es exponencial ante la evolución, cuando no la deriva interior, de aquellos protagonistas que han trascendido a la pantalla e incluso creado tendencia en el mundo terrenal a la hora de bautizar a un pequeño o una pequeña; en el segundo, en los páramos de la razón, Juego de Tronos remata casi una década de teorías, spoilers y desvelos con un final redondo, coherente, hilado, ni previsible ni espectacular.

“The Iron Throne” es una versión posmoderna del Julio César de Shakespeare, con un clímax entre lírico y trágico, pero sólido, eficaz, poderoso. Jon Nieve es una marioneta en manos de Tyrion Lannister, convertido en un Casio con sed de venganza en las cenizas de Desembarco del Rey. El enano convence a Nieve, el Bruto de Poniente, para que acabe con el sueño libertario de su amor, una Daenerys Targaryen mutada en sanguinaria tirana que ríase usted de Gadaffi con la treta del panarabismo. En una soberbia concatenación de secuencias, el pequeño Lannister pasa de estar condenado y recibir la visita del exbastardo a ser el hombre de Estado que salva al propio Nieve con un exilio en la Guardia de la Noche. Bajo el manto del criticado buenismo que se esgrimía en anteriores episodios, el duende Lannister esconde una sutil venganza sobre la Madre de Dragones por la aniquilación de su saga familiar y, en particular, la muerte de su respetado y venerado Jaime. Las migas están en el camino. Solo hay que seguirlas. En una de las primeras secuencias de este último episodio Tyrion no puede dejar de esconder su dolor al contemplar entre las ruinas la mano de oro de su hermano mayor. Su aflicción, hasta ese momento resguardada bajo un absurdo paternalismo sobre la sentenciada población de Desembarco del Rey, explota al contemplar el cadáver de Jaime abrazado a Cersei. Es el momento de escoger el sendero de la venganza. Y para eso hace falta un tonto útil. Ahí está siempre disponible Jon Nieve. ¿Verdad, Bruto? Y en medio, el beso. Otro beso. El beso del clímax de Juego de Tronos.

En una de las escenas más bellas de toda la saga, entre los rescoldos del incendio y el invierno de las cenizas de la capital de Poniente, Daenerys acaricia el Trono de Hierro por primera y última vez. Su cruenta toma del poder torna en divorcio de sangre con su amante sobrino, algo ya atisbado en el episodio anterior. Donde Bruto confrontaba la amistad y el sentimiento patriótico, el bastardo Targaryen enfrenta el amor y el deber tras ser envenenado por el sueño de la razón de Tyrion. Pasión, traición y venganza con un beso que cierra los ojos con la utopía de un mundo perfecto y los abre inundados con la sangre de la realidad. Un final redondo cosido con pespunte fino y hebras gruesas donde Drogon escribe un epitafio con llamas que funden el Trono de Hierro, el verdadero yugo de Poniente.

Benioff y Weiss, que dirigen el episodio, tratan la resaca de la muerte de Daenerys con la habilidad de quien acude a un tercio de cerveza tras una gran melopea. A trompicones, con dudoso criterio y con muchas prisas por aliviar el quebradero de cabeza. En un conciliábulo que no pasaría el filtro del fair play de una casa de apuestas, Poniente muta del absolutismo sanguinario a un breve y cómico amago de democracia, tras desterrar definitivamente la revolución, para acabar en la telaraña de Tyrion. La ‘Mano de todos los Ponientes’ — debería adjudicársele este título ad eternum — , se convierte en un hábil relator que convence para implantar una monarquía sometida a un consejo de notables en lugar de los sinsabores de la sangre real. Todo para el pueblo pero sin el pueblo y sin dragones. Tras el ejercicio de política líquida al espectador le asalta la gran duda: ¿son parientes lejanos Tyrion Lannister y Frank Underwood? Perdón, las legañas de la razón y la resaca nocturna, ya saben…, porque la pregunta realmente es, ¿quién es el nuevo rey de Poniente? Por si había alguna duda, es momento para Bran El Tullido, el demiurgo de Poniente.

El hombre que siempre estuvo allí, el maestro que ha manejado las marionetas de Juego de Tronos, es el acreedor del fundido Trono de Hierro. En un razonamiento memorable, un homenaje al oficio y la pasión por contar, Tyrion hace una emocionante defensa de lo que une a los pueblos. No son las banderas. Tampoco los ejércitos. Ni mucho menos el oro. No hay nada más poderoso que una historia compartida. El mejor ‘pegamento’ para unir las diferencias, el esfuerzo plural y común. Un discurso muy de este primer tercio de siglo XXI, que es la antesala de la victoria de la ambición moderada que son los Stark. Porque la Casa Stark ha ‘ganado’ el Juego de Tronos.

Al nuevo rey se suma una nueva reina, pero en el Norte. La madurez de Sansa le ha convertido en una hábil estadista que gobierna sin ataduras. ¿Y Arya? La heroína de la Batalla de Invernalia es el reverso de la conquista sin cuartel que era Daenerys. Ahora parte hacia el Oeste, el mapa de Poniente requiere de su valentía. Lejos, tras el Muro, Jon Nieve se pierde hacia adelante, porque “los cobardes mueren varias veces antes de expirar, el valiente nunca saborea la muerte sino una vez”.

En episodios anteriores…

Historia de un beso [“The Bells”, Juego de Tronos (8.5)]

La cruz de la misma moneda [“The Last of the Starks”, Juego de Tronos (8.4)]

Nessun dorma [“The Long Night”, Juego de Tronos (8.3)]

Mañana en la batalla acuérdate de mí [“A Knight of the Seven Kingdoms”, Juego de Tronos (8.2)]

El demiurgo en el diván [“Winterfell”, Juego de Tronos (8.1) ]

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