El axioma de Brockman
El axioma de Brockman, también conocido como «principio de la Propuesta 24», es una premisa que parte de una aseveración sencilla:
La democracia simplemente no funciona.
Entendido como una proposición evidente, este axioma es invocado con frecuencia por un número significativo de analistas, pensadores y conocedores de la realidad que pertenecen sin excepción a un mismo bando de cualquier resultado electoral: el perdedor.
La belleza del axioma de Brockman radica en su simpleza. Al hacer mención de un concepto abstracto como la democracia, evita culpar de forma explícita a aquellos que, conformando una mayoría, tomaron la decisión equivocada. A su vez, la sentencia escapa deliberadamente al compromiso de proponer una alternativa al denostado sistema electoral; propuesta que podría ser tenida por ruda e indecorosa, y poner a su propulsor en la fastidiosa responsabilidad de esgrimir y defender sus propios argumentos. En tanto la premisa se ciña a la democracia como un problema infranqueable, será valiosa para aquel que no pueda esconder su amargura por un electorado que se ha empeñado en emprender el rumbo erróneo de la opción menos feliz. Para uno.
Las razones que llevan a invocar el axioma giran, generalmente, en torno a un conocimiento preclaro de estar participando a conciencia de un sistema ineficaz y corrompido, tendiente a producir resultados inútiles. En ocasiones, la desalentadora sensación de carecer de opciones reales conduce a pensar en una elección en términos estratégicos para evitar, al menos, el ascenso de un mal mayor; en cuyo caso, toda semejanza entre candidatos desaparece cuando los separa una cantidad de votos suficiente para darle a alguno la victoria, y sus electores desisten de invocar el axioma. Es lo que se conoce como la paradoja de Johnson-Jackson.
El axioma de Brockman es inherente a la vida democrática y universal dentro de ella, pero 2016 ha sido notorio por exponer, en una sucesión de sufragios populares, que aun aquellos que dominan verdades reveladas y transitan por el sendero inequívoco del bien pueden necesitar de vez en cuando echar mano de este principio. Se está terminando una época y se hace necesario volver a debatir.
Muchos se preguntan en Estados Unidos por estos días si un colegio electoral tiene cabida en el siglo XXI. No son los mismos que se lo preguntaban hace ocho años. El autoproclamado progresismo argentino, a fines de 2015, juzgaba con rigor fitopaence a la mitad del país como una basura malagradecida después de una década de imaginario bienestar. Son excusas útiles que confirman el axioma de Brockman, porque aunque hoy nos rige una visión de democracia como mecanismo de igualación, la percepción esconde una realidad, hasta ahora tácita: sólo se puede igualar aquello que es distinto. Si nadie piensa distinto, la democracia no funciona.