267. La inclusión y el vino

Entre quienes difunden el vino, en líneas generales, existe dos tipos o perfiles de personas: quienes abogamos por la inclusión en el vino y quienes se esfuerzan en mostrar que es un mundo complicado, elitesco, lejano y que solo se puede mirar desde afuera.

Los primeros muestran un mundo al que se puede pertenecer, en el que lo fundamental no es conocer los climat de Borgoña o la licorella del Priorat sino abrir los sentidos con cada copa y dejarse sorprender. Para los segundos el vino es un culto en el que sólo comulgarán los iniciados y el novicio hace bien en mantenerse en silencio y a raya so pena de enfurecer a los dioses de la vid.

Los primeros aceptan que cada persona tenga su opinión y la manifieste, algunos pueden caer en la demagogia pero el punto es que entienden que los juicios personales tienen un valor. Los segundos no entienden cómo alguien puede osar comentar un vino sin tener la “suficiente experiencia” (y el suficiente se modifica caprichosamente con cada caso).

Lo interesante es que, en el fondo, de cara a las bodegas, ambos grupos son importantes. Los segundos porque alimentan el vino que es caro sin sustancia y también sus valores aspiracionales, realmente, aunque yo no lo entiendo, hay gente dispuesta -y bien dispuesta- a acercarse a gravitar en torno a un mundo que aunque es hostil le es atractivo y pagar mucho dinero por ello. Los primeros porque transmiten un valor que es innegociable en el vino: la alegría de compartir y el disfrute sencillo de descubrir aromas, sabores y texturas en una copa y conectarlos con momentos.

Como siempre recuerdo de una conversación con Hugo Sabogal de Wines of Argentina: el vin tiene algo maravilloso, el vino convoca. Lástima por quienes prefieren lo demás.