Grand Guignol

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
Published in
5 min readAug 1, 2019

ATENCIÓN: Este análisis contiene spoilers sobre la segunda temporada de ‘Animado Presidente’.

No es ningún secreto que la política es el mejor caldo de cultivo para la caricatura. Tampoco lo es que la caricatura es una magnífica manera de airear las vergüenzas de una manera sutil y ácida. Ahí tenemos los ejemplos de publicaciones como El Jueves, Charlie Hebdo, los grandes dibujantes satíricos de la prensa diaria como El Roto o programas de éxito como Los Guiñoles de Canal+. Cuando se estrenó la primera temporada de Animado Presidente, sabíamos que Stephen Colbert era una garantía para esa hipérbole tan necesaria a la hora de entender según qué decisiones del POTUS.

La segunda entrega producida por Showtime ha ahondado en las mismas fisuras que la anterior. Con los mismos sellos de identidad, la ficción animada se ha desmarcado y se ha sujetado a los anteriores episodios con la misma vehemencia. Todo parecía que iba a caminar en otro sentido cuando se intuía que íbamos a encontrar una nueva antagonista-villana en el personaje de Alexandria Ocasio-Cortez. Sin embargo, todo fue una especie de espejismo: tal vez en referencia a su irrupción volcánica, aunque después olvidada.

Lejos de esa guerra personal, la obra cómica ha sabido reciclarse sin abandonar sus estilemas y rasgos intransferibles. Hemos vuelto a ver a un protagonista hilarante y absurdo. Un hombre emborrachado de poder que no duda en amenazar, por ejemplo, con el bombardeo a Portugal sin tener ningún motivo de peso para iniciar una guerra con el país luso. Una suerte de dictadorzuelo torpe y mal encarado, consciente de su enorme poder para con los demás, como asegura sin escrúpulos en el 2x01: “Estoy bien. Aprendiendo a amar al dictador que veo en el espejo”. Alrededor de ese Donald Trump cartoonizado ha perdido peso la figura de Melania, sin apenas apariciones en este decálogo, y lo han ganado tanto sus hijos como los miembros de su gabinete y la oposición, cada vez más preocupados ante el peligro público que supone tener un loco en el poder.

No obstante, las claves de la producción, y los puntos que la ponen en valor frente a cualquier otra forma de sátira, han sido las provocaciones políticas que ha deslizado Colbert a través de su creación. El creador se ha atrevido a meter el dedo en espacios tan controvertidos como la amistad entre Donald Trump y Putin, que Animado Presidente ve como un teatrillo mediante el que el ruso maneja en su favor a su colega americano; pero también ha deslizado otros mensajes tan relevantes y silenciados como la incidencia de las empresas en la capacidad para gobernar del Congreso. Varias han sido las subtramas que han ido en esta dirección, con apariciones estelares como la de Elon Musk o Sheldon Adelson (un trasunto de Jabba the Hutt al que nadie logra entender). Desde la guerra entre Trump y Jeff Bezos por construir en Moscú hasta los intentos de Howard Schultz, propietario y CEO de la cadena Starbucks, por ganar la carrera espacial y, con ello, la presidencial. En una escena del 2x10, el magnate llega, incluso, a devorar las almas de los congresistas. No hay duda: Stephen Colbert ha querido mostrar ese cuarto poder que ha pasado de la prensa (sin incidencia apenas) a la corporación.

Más allá de la denuncia política, Stephen Colbert y su Cartoon President han parodiado las denominadas white tears, esos llantos de la América blanca que se ve discriminada en favor de las minorías en una nación básicamente racista. Colbert desnuda lo bufo de esas reivindicaciones con un capítulo en el que los lobbies blancos supremacistas, liderados por el bufón Ben Shapiro, marchan hacia la Casa Blanca como en su día lo hicieron las comunidades negras desde Selma (se llega a parodiar, incluso, el Glory que fue banda sonora de la película de Ava DuVernay). Lo cierto es que, más allá de lo cómico, ver a Donald Trump en la posición de Martin Luther King quizás sea la mejor manera de tomar conciencia sobre el ridículo de la equiparación de posiciones. Una burla altamente consciente de su potencial político.

Asimismo, Animado Presidente ha bombardeado con la misma furia la orilla demócrata. Si en el inicio de la temporada Hillary Clinton era presentada en una celda acristalada, en una clara referencia a Hannibal Lecter, en el último episodio, el fantasma de Kennedy comparte conversaciones de alcoba con Trump y Bill Clinton se presta a ofrecer un mensaje conjunto con el presidente Trump para anunciar las nuevas medidas en torno a la carrera espacial. La idea de sentar a los dos presidente más icónicos de los dos partidos norteamericanos, aunque aparentemente inocua, esconde una reflexión mucho más profunda de su apariencia: da igual quién gobierne, republicanos o demócratas no tienen tantas diferencias en la esencia. Si sobrepasamos la fachada y el discurso, el campo de acción y el método político no son tan dispares entre sí.

Así las cosas, Animado Presidente sigue manteniendo el vigor de lo real tras su parodia. La serie creada por Stephen Colbert podría llegar a durar tanto como el mandato del presidente Donald Trump. Consciente de ello, la teleficción de Showtime no se desliga nunca de los acontecimientos que van ocurriendo durante el periodo en el que se crea. De esta forma, en la sociedad cartoonizada diseñada por Showtime también se ha podido ver una mirada hacia la pérdida puntual de apoyo empresarial (el pizzagate), sobre el caso Mueller o en torno al forzado nombramiento del juez conservador Brett Kavanaugh. Visto lo visto, el Trump animado será tan longevo como el presidente real. Esperemos, por tanto, aunque nos divierta y nos resulte tan estimulante, que este grand guignol no se alargue durante demasiados años.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.