La ruindad que somos

Temporada 1 / ‘Vamos Juan’ (Diego San José, Juan Cavestany y Víctor García León, España, TNT, 2020).

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
6 min readNov 20, 2020

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ATENCIÓN: Este análisis contiene spoilers sobre la miniserie ‘Vamos Juan’, que actúa como secuela o segunda temporada de ‘Vota Juan’.

Existe un paso, quizás demasiado corto, entre el odio y la lástima. Una distancia salvable apenas con un pequeño e imperceptible movimiento. Pues en ese alambre se mueve constantemente, como un pez en el agua, la segunda temporada de Vota Juan, que a partir de ahora denominaremos como Vamos Juan, el nombre que le han otorgado sus creadores (que para eso lo son). De la España cuñada y, en cierto modo, naif, los protagonistas de la serie de TNT pasan a la mezquindad y la ruindad más absoluta en esta segunda tanda.

Si en la primera aproximación, la obra nos ofrecía un tour de force por los pasillos de la política española, lo que se nos regala ahora es una caída al octavo círculo del infierno dantesco: el que castiga a los pecadores del fraude. Solo que aquí no hay castigo; el mundo real ya es una penitencia lo suficientemente potente como para aplicarle recargos.

Juan tienta a Macarena para que lo acompañe: los compañeros son la viva imagen de Don Quijote y Sancho Panza.

Vamos Juan comienza, por lo tanto, unos meses después del final de su primera entrega. Con un Carrasco encerrado en un colegio de Logroño como profesor al que sus alumnos no hacen ni caso y una Macarena que cumple su penitencia en un periódico de provincias en el que la noticia más relevante es una carrera de caracoles (literal). Sin embargo, las mieles de Madrid (y todo lo que esconden sus recovecos, a caballo entre la cloaca y el postín) siguen ofreciendo a la memoria una suculenta tentación. Tal vez, por eso, comprendemos el impulso de ambos de volver a la política: es más a lo que se aspira (poder y focos) que aquello a lo que se renuncia (en el caso de Macarena, el sosiego de un trabajo estable; en el de Juan, una familia a todas luces agonizante).

La segunda entrega de episodios de la obra creada por Diego San José, Juan Cavestany y Víctor García León se torna más incisiva y patética frente a la comedia bufa que caracterizaba los primeros ocho episodios. Los golpes son, ahora, mucho más directos, los impactos, más secos. Quizás por eso, y por la asimilación de los personajes como probables, las carcajadas hayan dejado paso a una risa comedida e incómoda en ocasiones de la misma forma que la barba desenfadada de Juan en la primera entrega ha dejado paso a un afeitado apurado que desnuda la ausencia de metamorfosis más allá de lo físico. Todo suena más familiar (¿quién no ha pensado, mientras veía las quijotadas de Carrasco, que realmente habrá personajes así en el mundo de la política? Si a algunos hasta les hemos puesto nombres y apellidos…). No nos extraña ver como los empresarios del Ibex35 terminan una velada en un club de alterne o cómo el Opus Dei conspira para echar un gobierno, en una caligrafía letal de esa otra política, ni tampoco ver como el protagonista de la obra y su equipo lloran el fallecimiento de su mecenas solo porque no ha ingresado el dinero en vida o se tratan de aprovechar de la imagen de una viuda para obtener un impagable rédito político. No nos extraña porque, en la España real, estamos cansados de ver a víctimas del terrorismo en las filas de tal o cual partido o la instrumentalización, por ejemplo, de mujeres víctimas de la violencia de género. Y porque, además, somos nosotros mismos aquellos que, permitiendo que calen esos mensajes, permitimos dichas actitudes.

Jesús Vidal es una de las incorporaciones y deja algunos momentos brillantes.

Tampoco nos sorprende ver cómo la inocencia y el idealismo de Juan Carrasco da paso a unos pliegues en los que el personaje desvela su cara oculta: manipula a los personajes (Víctor), ofrece una doble cara (Estela), fuerza a sus compañeros para que hagan lo que él quiere (Macarena) e, incluso, es capaz de usar a su antojo a su hija. Precisamente, la hija de Carrasco, Eva (una Esty Quesada que ha ganado foco siempre desde esa retranca tan suya), ha sido uno de los cambios más radicales en cuanto al reparto de tiempo en pantalla. La incorporación del personaje en el equipo de Juan para la nueva aventura han forzado un terremoto que, unido a la irrupción del personaje interpretado por Jesús Vidal (la escena en la que, cabreado, pregunta a Juan si Víctor es retrasado es oro), le han dado un nuevo soplo de aire a la producción desde su elenco.

La puesta en escena de Vamos Juan se ha guardado algunos momentos de absoluta brillantez. El primero, y quizás más crudo, lo encontramos en el final del 1x04: esa huida hacia delante de Juan Carrasco para evitar afrontar la situación. Una metáfora implacable del sistema político y sus integrantes. Un plano secuencia, rodado con un dron, desde las alturas, que empequeñece al protagonista hasta el calado de sus acciones. El otro, por la adecuación del tono, el guion y las formas, sería el capítulo 1x06 (primera incursión en la dirección de Javier Cámara), íntegro e independiente, que se conforma como una suerte de mediometraje en el que resuenan, constantemente, Lost in translation (Sofia Coppola, EE.UU., 2003) y la alargada sombra de Woody Allen (historia de un hombre maduro y una mujer joven, un hotel y una sola noche, personajes quebrados a poco que se escarbe en su psique, diálogos rápidos y cambiantes, vaivenes emocionales… hasta el susurro al oído). Y aquí descubrimos la que podría ser una de las mayores virtudes de la producción (como siempre que la vemos aparecer).

Anna Castillo aparece en el episodio más luminoso de toda la ficción. Y lo eleva.

Todo era medianamente normal hasta que apareció Anna Castillo. Ocurre una cosa con la actriz y es que, cuando aparece en pantalla, esta se convierte en una ventana a algo real. Su interpretación transparente consigue que su personaje sea persona y, automáticamente, su historia sea también un poco la nuestra. En el episodio, titulado Estambul Hadi Juan, asistimos a su propio tour de force y abandonamos, prácticamente, el poco interés por los vericuetos de Juan Carrasco, trasladado momentáneamente a la capital del patetismo, para entregarnos a ella y pedir que, por favor, aparezca horas y horas en nuestra televisión. En el episodio, como comentábamos, la Montse de Anna Castillo se define como una suerte de trasunto de las mujeres interpretadas por Emma Stone en la filmografía reciente de Allen, o de la Charlotte de Coppola, mientras que Javier Cámara (qué interpretación la suya, durante toda la tanda) representaría a ese Bob Harris de Murray o al mismo Woody (en sus distintos intérpretes), inseguro, patético y frustrado por la vida. Su conversación, sentados en la cama, quebrados por completo en su insignificancia, es uno de los momentos televisivos que más verdad respiran de los últimos años.

Tal vez en esa coppollallenización resida la enorme capacidad de la serie para hacernos empatizar con unos personajes en cuya ruindad se simboliza la nuestra. Porque, una cosa está clara, nuestros políticos son el reflejo de la sociedad a la que representan (y les vota). Así las cosas, el oscurecimiento del humor en Vamos Juan es un reflejo de la degradación moral de una sociedad que paga su frustración con los demás, que hace bullying a través de lo virtual y lo personal y que utiliza sus desgracias para alcanzar cotas más altas de poder. Por eso, y esto es la mayor virtud de la producción emitida por TNT España, los creadores consiguen hacer que el espectador sienta compasión y se situé al lado de un personaje que, en el fondo, no es otra cosa que un producto y una asunción del sistema corrupto que trata de liderar. ¿Quién no ha sentido lástima, alguna vez, del Coyote?

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.